Pienso que lo que está obturado son las condiciones para el deseo, quiero decir, para lo singular de la experiencia. Como dice la poeta Nadia Prado, “es como si no hubiera palabras para este mundo”, porque el lenguaje, sus vías de comunicación, se han vuelto invasivas, llenas de información que no deja pensar y no sirve para nada, llenas de palabras, incluso, modelos de sentir estereotipados. A todo se le pone un nombre y se cierra la posibilidad de que por ahí pase la vida. Por ejemplo -también en 2019- hubo un eclipse, y fue una locura. La prensa y el gobierno hablaban de “la temporada de eclipses”, que cómo se veía, qué había que ver, etc., se convirtió como en lo que pasó a ser el turismo en el Everest. Por ahí aparecieron unas fotos de una fila gigante de turistas y basura en la montaña, que podrían estar haciendo la fila ahí o en el supermercado, daba lo mismo. La vida como turismo, la vida sin espacio para la experiencia. Bueno, luego vino el eclipse… y, claro, no había nada en esa información que sustituyera la inquietud de una experiencia como esa. Otro ejemplo, acá se habla mucho de salud mental, se ha vuelto una especie de comodín para explicarlo todo, pero nada a la vez. Salud mental se convirtió, en mi opinión, en una palabra dormitiva, sin vuelo. A mí me parece gravísimo que el dolor existencial se rebaje al abordaje sanitario, porque su forma de curar, a la vez, inventa a la enfermedad: si un antidepresivo sirve para el ánimo, el sueño y el apetito, entonces lo que alguien diagnosticado de depresión puede decir es sobre el ánimo, el sueño y el apetito. Eso condiciona las formas de sentir. La depresión pierde lo que la melancolía puede tener también de creativo. Por otra parte, están de moda otros dolores, dolores controlados, ¿cuántos se matan haciendo dietas o deportes extremos? O bien, repitiendo discursos, expresando emociones de formas frívolas sin responsabilizarse, sin consecuencias subjetivas. Todas esas formas nada tienen que ver con el vértigo del dolor de existir, que no es sino la conciencia de finitud; y el deseo, como la ética, no son sin vértigo, porque implican actos que no están asegurados de antemano.