“Insumisa” es el adjetivo que la periodista y escritora argentina Hinde Pomeraniec eligió para describir la voz de Paloma Efron, más conocida como Blackie. Una voz que simboliza mucho más que un tono o una musicalidad o una textura. Una voz que simboliza un posicionamiento frente a la cultura. Porque Blackie fue, tal como señala Pomeraniec en Blackie, una voz insumisa, una pionera: introdujo en el país no sólo el góspel, un ritmo cuyo origen estaba en sectores minoritarios, sino también innovaciones en el campo del periodismo audiovisual, con segmentos televisivos o radiales que se salían del molde. Y no se quedó ahí: osó abandonar el mandato estético basado en el disimulo del paso del tiempo e instaló la idea de que la mujer podía triunfar sin un hombre al lado y romper el techo de cristal sin desmigajarse.
En esta nueva edición del libro originalmente publicado en 2010, Pomeraniec, autora de Rusos de Putin. Postales de una era de orgullo nacional y poder implacable y coautora de ¿Dónde queda el Primer Mundo? El nuevo mapa del desarrollo y el bienestar, busca acercarse a las jóvenes de hoy. O más que acercarse, acercar a Blackie a esas mujeres que hoy siguen buscando desafiar normas, imponer reglas más justas, alcanzar derechos igualitarios y lanzarse a trayectos sin tanta huella.
En el prólogo contás el porqué de este libro, cómo surgió, pero me gustaría preguntarte qué te entusiasmó del personaje, qué viste en Paloma Efron, cuál fue el clic para decir: “Voy a escribir sobre ella”.
Sí, efectivamente. Lo menciono porque hubo un momento que tiene que ver con esa fecha, con ese aniversario en el que Ezequiel Martínez y yo hicimos una nota (corrían los años 90) sobre Blackie y ahí se despierta mi entusiasmo. Lo que había era una prehistoria que se sintetiza en el significado de Paloma Efron para la colectividad judía durante mi infancia y para mi familia. Mi abuelo había nacido a unos kilómetros de donde nació Paloma y más o menos por la misma época. Paloma era del 1912 y mi abuelo de 1910, los dos eran hijos de inmigrantes, gauchos judíos de Entre Ríos. Pero sobre todo lo que había era como una admiración del personaje Blackie, como si yo te dijera ahora que Blackie era la clase de mujer que permitía a otras preguntarse hasta dónde podría llegar una mujer judía argentina. Es más, hasta dónde podría llegar un judío argentino. Y lo que había era, además, una cosa de mucha admiración por alguien que era, por un lado, muy culta y celebrada por su cultura; y al mismo tiempo, muy popular. Eso era lo que más me atraía a mí. La posibilidad de ser alguien muy ilustrado, pero al mismo tiempo saber tomarle el pulso al interés popular. Eso era algo que me interesaba, y naturalmente su lugar como mujer en una cultura dominada por los hombres, sobre todo en el mundo de la producción.
Desde la cubierta, sus colores, y la ilustración que aparece en loop en la retiración de cubierta se anuncia que en este libro hay algo de cultura pop. ¿Fue algo planificado? ¿Cómo surgió la estética del libro? ¿Podría pensarse a Blackie como un personaje de la cultura pop?
No, la estética del libro es para agradecérsela realmente a Leandro Donoso, editor de Gourmet Musical, que, además, se animó a reeditar el libro y con mucho interés. Él había leído el libro original, publicado por Capital Intelectual en 2010, y lo tenía en su biblioteca. Como Paloma había sido cantante de jazz e introductora del spirituals en la Argentina él la conocía muy bien. Fue a Leandro quien se le ocurrió convocar a la ilustradora Rosal De Aquí (@rosaldeaqui) porque imaginó que podía llegar a ser muy interesante también para las chicas jóvenes de hoy, las que están viviendo esta revolución de las mujeres. Como entre otras cosas en mi biografía también está lo de haber sido organizadora del primer #NiUnaMenos (en 2015), lo que imaginaba era que cerraba perfecto armar un diálogo con las chicas más jóvenes, poder explicarles quién fue esta pionera llamada Blackie. Así que todo lo de lo de cultura pop y lo de la estética surge a partir de la convocatoria de Leandro a Rosal De Aquí. Y a mí me resultó así como flash. Me gusta mucho como quedó y me parece que cierra perfectamente con el personaje.
Casi al comienzo del texto decís que Blackie murió a los sesenta y cuatro pero que mucho antes había decidido vivir como una anciana: “Se sumaba años en lugar de quitárselos”.
Sí, es muy curioso. El mundo del espectáculo es un ambiente en el que, desde siempre y en general, no sólo las mujeres, todo el mundo se quita años porque hay que sobrevivir. Para subirte a un escenario o para estar ante las cámaras de televisión tenés que sobrevivir. Entonces no es casual que el tema de las cirugías estéticas y todo lo que tiene que ver con la estética esté a la orden del día en esos ambientes. En el caso de ella, hubo un momento en donde por una cuestión emocional, momento en que se le juntaron las muertes de personas queridas, como lo cuento en el libro, es como si ella hubiera decidido terminar con esa pulsión de mantenerse joven. Bella no porque ella siempre dice que no fue bella. Debe haber sido muy costoso competir con otras mujeres muy bellas en ese momento. Habrá sentido, habrá imaginado que podía crear un personaje olvidándose un poco de lo que tiene que ver con los atributos femeninos y que con ese personaje podía llegar a seguir vigente. Es un análisis retrospectivo y desde un momento del mundo que es muy diferente.
Decís que creció escuchando idish, pero se enamoró del góspel y el jazz. Sin embargo hay una conexión: la música que llega de la periferia, de las minorías. Blackie trae a la Argentina el góspel y así válida la voz negra como fenómeno cultural. Una verdadera adelantada si pensamos que hoy seguimos luchando por la igualdad de género, raza, clase, pero también de edad, de formas corporales, de ideas.
Es muy lindo esto que decís y el modo en que lo decís. Efectivamente esto es algo que uno veía y que tiene que ver con el momento en que ella llega a Nueva York. En el año 37, cuando ella se va, todavía estaba muy presente la cuestión del renacimiento negro en los Estados Unidos. Era un momento donde se consagraba mucho todo el arte, no sólo la música, producido por la comunidad negra y habrá habido alguna sensibilidad particular. Sus padres habían llegado en el proyecto del Barón Hirsch, escapando de los pogromos. Ella entendía muy bien lo que significaba ser minoría perseguida y los judíos estadounidenses, muchos de los que estaban ahí, incluso estaba (Albert) Einstein, llegaban escapando primero de los pogromos y después del nazismo incipiente. Me parece que había ahí, en ella, una sensibilidad como mujer judía que la llevó a sentirse cerca de esa música negra. Música que la conmovió tanto cuando la escuchó por primera vez cuando tenía 17 años trabajando en Icana (Instituto Cultural Argentino Norteamericano). Vos decís “una verdadera adelantada”, y sí, definitivamente lo fue. A mí me gusta mucho usar el término pionera. Yo creo que Paloma Efron fue una de las grandes pioneras argentinas en el campo de la cultura popular, tanto en lo que tiene que ver con el mundo del espectáculo como con el mundo los medios. Me gusta verla ahí, y por eso también me gusta tanto que esté en el Salón de las Mujeres del Bicentenario de la Casa Rosada, porque cuando voy a mirar el elenco de mujeres que está ahí me parece que ese es su verdadero lugar.
Ahí volvemos un poco al porqué de este libro, ¿no?
La intención de la revisión para que la historia de esta pionera siga siendo conocida por las generaciones nuevas. Era una persona muy ilustrada, no venía de padres o de familias indigentes. Venía de familia perseguidas, pero con un padre inspector de escuelas, una especie de (Domingo Faustino) Sarmiento judío, como le decían en la colectividad, y con una madre que en la casa de su familia de origen tenía la primera biblioteca del pueblo. Es decir, entendía perfectamente de qué se trataba la cultura, entendía perfectamente de qué se trataba la divulgación también. Y entendía el concepto de derechos humanos, por lo menos como me gusta entenderlo a mí, en el sentido de que no hay nadie que sea más que nadie. Un concepto de igualdad o equidad que sería bueno mantener vigente.
En la página 75 aparece la reproducción de una nota en la que Blackie aparece tirada en el sillón y se lee: “¿Cambiarme la ropa? ¿Para qué? Yo me muestro como soy. No me gusta eso de andar fingiendo poses”. Esta frase me resulta curiosa porque toda ella era una especie de personaje construido a conciencia. ¿Cómo lo ves?
Sí, definitivamente esa nota es muy interesante. No estaba en la primera edición, la elegimos con Leandro para incluirla ahora. Era el modo en el que ella se construía y se producía a sí misma. Lo cuento en el libro: si me encontré con dificultades para escribir el libro tenía que ver con que me superaba el personaje. Porque, además, ella había dejado su vida completamente producida tal como quería que se la recordara. Lo que está ahí también es ese “yo me muestro como soy” que forma parte de un personaje. Construyó ese personaje que ella quería que los demás vieran. Un personaje para el cual la ropa no es tan importante, cuando, por otra parte, la ropa le importaba muchísimo. Había algo de fachada, lo que tenía que mostrar era “yo soy una trabajadora, soy una mujer inteligente, soy una mujer que se arregla sola, soy una mujer que consigue lo que quiere y no me importa tanto el aspecto”. Coincido en que es una curiosidad, pero si vas conociendo el personaje te das cuenta de que era algo que ella fabricaba.
Hablemos de Blackie como periodista. Productora, creadora de los “livings”, ¿qué es lo que Blackie dejó como legado?
Blackie como periodista me interesa particularmente en lo que tiene que ver con los medios audiovisuales. En lo que tiene que ver con el periodismo gráfico es interesante leerla para conocerla, pero es la parte que menos me interesa. Por supuesto que haya escrito en el hogar donde escribió (Jorge Luis) Borges es algo muy atractivo de ver, pero sus textos son bastante pobres. En todo caso, si hay literatura ahí es porque seguimos pensando que hay alguna ficción o exageración. Había en esa generación de mujeres una mitomanía incorporada al relato con naturalidad. Lo veía el otro día también en la biografía que escribió Liliana Viola sobre Aurora Venturini. Personajes bastante parecidos en muchas cosas, Aurora y Paloma. La propia Victoria Ocampo, también, que yo uso como paralelo. En el caso de Victoria me gusta pensar en esto de Blackie como la Victoria Ocampo judía y plebeya. En ese sentido, como productora periodística, te decía que me interesa mucho la cuestión audiovisual porque fue la introductoria de los livings, la gran importadora de cultura, igual que Victoria, pero en este caso de cultura popular. Importó los concursos de preguntas y respuestas, importó “Volver a vivir”, que era esa biografía televisada que paralizaba a la sociedad cada vez que había un personaje enorme ahí al que le traían en persona a muchos de sus seres queridos y amistades de toda su vida o maestras, cosas muy emotivas. Pero si yo pienso (en su trabajo) en relación con el periodismo de hoy, un periodismo tan sesgado, me parece que el mayor legado de ella, y que podríamos honrar o volver a honrar, es el de pensar en el equilibrio. Ella hacía esa clase de periodismo en el que no importara el tema que trataba iba a lo elemental de buscar alguien que estuviera a favor y alguien que estuviera en contra o alguien que estuviera de este lado y alguien que estuviera de este otro lado. O más: dos personas para discutir un mismo tema y que en todo caso la audiencia después sacara sus propias conclusiones. Ella era, en ese sentido, una persona políticamente muy equilibrada y que hacía estas cosas. Eso nos está faltando muchísimo en el periodismo. En términos de género por algo era tan respetada y querida. Me parece que entendió que se podía pensar en producciones de radio y de televisión para las mujeres. Unos programas que las trataran como seres humanos pensantes y no solamente como ejecutoras de recetas o de tejidos y bordados. Eso me encanta, me sigue gustando mucho hoy.