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Las palabras de la pandemia

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obra de Sabine Pigalle                      

Por Esteban De Gori

Observamos transformaciones en todos los registros discursivos, imaginarios y culturales de la vida. El mundo se nos volvió más “líquido” y “fugaz” de lo que creíamos.

Esta época hizo muchas cosas con palabras, con escrituras y sensibilidades estéticas. Se “metió” en su interior y provocó “cosas”, nuevos sentidos y contorsiones. Nada quedó como estaba. Inclusive viejas palabras o retiradas del uso diario volvieron al discurso y al rumor social. Las metáforas médicas y biológicas se incorporaron con gran intensidad a las charlas cotidianas. Hay momentos que hablamos como el personal médico. Nuestra lengua, como la vida social y política, quedó atrapada por el virus (todo virus tiene algo de tiránico). No recuerdo tantos lavados de manos como las veces que había entrado, en el pasado, a un quirófano o consultorio. No recordaba el olor a alcohol en gel, ni al alcohol medicinal (que solíamos tener arrumbado en algún mueble de baño).

Cepa, normalidad, coronavirus, contagiosidad, saturación, internación, cuarentena, aislamiento, PCR, testeo, burbuja, barbijo (doble barbijo). ¿Cuánto satura? me vi preguntando sobre la respiración de mi prima que estaba internada. ¿Positivo o negativo?

Otro conjunto de palabras usuales asumieron sentidos “fuertes” para explicarnos el mundo reciente (crisis, ansiedad, miedo, soledad, desestabilización, cierre de fronteras, erotismo, etc.). Así fueron parte de la travesía cotidiana donde la cepa Delta te proponía un nuevo TEG de significaciones.

Cada día podemos registrar el desgaste o la desestabilización de liderazgos políticos (de diverso signo), económicos y religiosos. En esta crisis, no prima el fervor por la “salida colectiva”. Todo se ha resituado en el deseo individual. El único albergue transitorio del bienestar. Esa individual no es cualquiera. Es lo que la globalización ha hecho con ella en diálogo con su realidad local. Las personas viven atravesadas por demasiadas coordenadas vitales, culturales y tecnológicas. Las carencias, las desigualdades sociales y la ruptura de esperanzas sociales le van restando peso a otros condicionantes que en épocas anteriores eran claves. A pocas personas les importa la presencia del FMI, de un bloqueo, de la reducción de inversiones extranjeras, de la deuda externa o de Estados Unidos o China a la hora de pensar su propio deseo. Existían saberes y prioridades entre gobiernos y ciudadanos y ciudadanas que se han disuelto.

La llamada de Whatsapp entre el Estado y la ciudadanía se cae muchas veces al día. El 4 G de la conversación pública a veces se daña y el esfuerzo por retomarla habilita equivocaciones de las clases políticas. Hablar en pandemia, para quienes dirigen lo público, es un problema. Sus certezas duran minutos o son sospechadas desde el inicio.

En universo, cada vez más veloz e inasible, de las expectativas individuales esos condicionantes políticos y económicos pierden valor explicativo y ello dificulta en demasía a la política. Sin  esos condicionantes (FMI, bloqueo, falta de inversiones extranjeras o remesas, deuda externa, Estados Unidos, China, etc…) el ring de los adversarios se achica. Por tanto, la política también debe ir a la caza de palabras para explicar un mundo que tambalea a su alrededor. Debe ir a la caza de algo que le permita mayor conectividad con la ciudadanía.

La pandemia exacerbó crisis, provisoriedades existenciales y lenguajes anteriores. Desquició el tiempo de las palabras y su propia gobernabilidad interna. Le corrió el horizonte. Le introdujo polisemia a las palabras como el poliamor se metió en la debates de la época. Todavía no percibimos la inestabilidad acuciante en la que vivimos. Ni sus resonancias futuras. Un cierre de frontera te tira todos los planes. Una burbuja pinchada te implosiona el mundo familiar. La puesta en marcha de un certificado o la instauración de una nueva Fase te obliga a buscar otros planes. La vida en pandemia cansa. Y así. Día a día (Mañana no sé). Vivimos (vivo) como recuperados y recuperadas de la adicción al alcoholismo, a la comida o a otra adicción. Domani altro giorno!

Nada ha demostrado mayor fuerza simbólica y real que esta pandemia. Todo giró en torno a ella. Ese virus hace cosas con los cuerpos y le muestra sus límites flagrantes. “Iluminó zonas” sociales y culturales que nos permitió mirar como una crisis agudiza situaciones ya críticas u opresivas (violencia de género, feminicidios, etc…). Un virus que “quemó” temas y conversaciones pero dejó cenizas calientes que tendrán impacto en el futuro de nuestras vidas y de nuestros lenguajes. La pospandemia vendrá con su propio diccionario. Ahora tenemos uno propio que tendrá la marca provisoria y cruel de estos tiempos.  Un diccionario al fin de cuentas. Un mapamundi por el cual viajar (aunque nos quedemos varados y varadas). Un museo de la lengua de la pandemia que estará allí para ser experimentado y consultado.  

Posiblemente en varias décadas no lo recordemos o solo lo haremos a medias, pero estará en la biografía de nuestro cuerpo, de nuestro lenguaje y en esa parte selectiva de la memoria a la que una sociedad recurre para protegerse del horror. Esta mierda dejará un chip memorial en los cuerpos y en la oralidad.

Palabras de crisis. Formadas en un “trance” vital. Una brújula que nos orienta, extravía y resignifica, con sus límites, en estos tiempos.

Ante una posmodernidad que nos prometía expulsar (reducir) el dolor, el drama y la visualidad de la muerte; el coronavirus se acordó de “ponernos” y recordarnos nuestra maldita medida. Lo propio del ser humano es eso: ser una maldita medida existencial. Una libra de carne y espíritu.

Un límite que se fuerza por no serlo. Esa es su capacidad e impulso de combate. Inclusive ante esta adversidad. No existe naturalización de la muerte, como plantean algunos sociólogos y sociólogas, creo que podemos observar un intento de escapar de la misma. Un running existencial (un deporte tan prolífico hoy). No es olvido de la tragedia, como condena moral, es correr para perderla en el camino y continuar. Correr la referencia del límite que la pandemia nos pone. Un nomadismo vital al interior de este desastre.

Por fortuna, las crisis dejan hechos, imágenes y palabras que se nutren y debaten con los vacíos. Son recursos que nos suben a un ring para lidiar con la realidad y nuestra realidad. Esta pandemia nos deja un diccionario viviente y precario.  Uno con sospechosas capacidades de gobernar sus sentidos y dignamente incompleto, pero un diccionario al fin. Un territorio donde podemos movernos, sin estar conformes, con apuros, atajos, pero sin caer en la perplejidad del silencio.