Abelardo comenzó la escritura o los apuntes para lo que llamaría Los Ángeles Azules alrededor de 1985. El origen de la idea lo tengo muy presente: durante la dictadura yo, como muchos, dábamos clases, sería mejor decir que “fuimos a parar” a dar clases, a un lugar que resultó siniestro llamado Ilvem-Lectura Veloz. La experiencia surrealista de ese lugar, tratando de enseñar algo a personas de todo tipo y edad, desesperada por trabajar, fueron el origen remoto de lo que en la novela se llama el “Liceo”, lugar educativo al que llega el narrador. Fue sólo la impresión inicial. El peso de la escritura, los personajes, el escepticismo del personaje, que se enamorará de una alumna, Galatea, chica que trabaja en una fábrica de Envases Flexibles y que a la noche concurre al Liceo, llevan la idea básica del comienzo y el texto a otra dimensión, a otra significación, casi moral, casi metafísica. El narrador, desempleado, escéptico y sin ninguna esperanza en nada, y menos que nada en el país, va a lograr un puesto docente en el Liceo, dirigido por Gulko y su mujer, la Paraguaya.