Los “paradores” del conurbano fueron las esquinas. Eran playas sin arena, sin mar, sin lonas ni reposeras. Los tragos ricos no existían. Y en verano el sol calentaba el cemento. Explotaba. Un “Solanas Vacation Club Villero” como decía la hermana de un amigo que había trabajado de promotora de esos tiempos compartidos en Pinamar. Las imágenes de una “gran villa” o de la mismísima África se utilizaron, por parte de algunos y algunas, para explicar al conurbano. En los 90 explotaron, al calor de la crisis social, las narraciones sobre este territorio. El conurban style se transformó en un atractivo material narrativo de gran alcance. En los años 2000 la película “El oso rojo” (2002) y el libro de Cristian Alarcón “El día que muera quiero que me toques cumbia” (2003) colocaban el ojo en un Conurbano vertiginoso transformado y desarticulado en los años 90. A ese film y a ese libro los tenía adentro de mi curso. Todo condensado. Años después vendrían el film “Carancho” (2010) y el libro “Sangre Salada” (2011) de Sebastián Hacher donde ese territorio develaba las diversas maneras de soportar, padecer y ganarse la vida. El conurbano se presentaba como el plano inclinado de un flipper. Rebotando, intentar que llegue la bola traspasando los obstáculos. En fin, resistir o alargar el game over.