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Más que un partido, más que 22 y una pelota

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Por Esteban De Gori

Arabia Saudita, México, Polonia. Unas semanas infartantes. En las calles, en los bares, en los lugares de trabajo podían comprobarse todos los estados subjetivos: llanto, insulto, amargura, alegría, fiesta. “Dame futbol baby! Un mes de gloria” repetía Nahuel a una camarera que intentaba acomodar el tv de un bar.

Estamos ante un tiempo festivo que “saca” a todo y toda habitante de este país de la vida cotidiana y sus rigores. Introduce una disrupción a nuestras rutinas, cambia la conversación social y establece vínculos extraños como recrea los ya existentes. Nos conectamos a fibras empáticas que nos vinculan a otros y otras. En momentos de fragmentación e hiperindividualización, coquetear con la idea de una nación o de una comunidad cachondea a las personas. Todo Mundial, quieras o no, te lleva a la cama de lo social.

Las personas se motivan, se lanzan. Ir al encuentro del otro o de la otra para sentir, conversar y gesticular acerca de algo que nos une. Los lenguajes de la nación congregan más de lo que creemos. Lanzados al acercamiento con alguien, en la calle o en la imaginación, nos permite ver lo que somos capaces en y como comunidad.  

Todo Mundial, o eventos que conmocionan a una parte importante del globo, es un momento de socialización y de comunicación con otros y otras. Socialización de lo común como algo posible. Por eso, y más allá, de los argumentos del DT Scaloni, nunca un partido es solo eso. El plus de lo común habita en el festejo de la victoria o incluso en el dolor de la derrota. El Mundial no viene a distraernos de las cosas importantes de la vida, viene a recordarnos que la experiencia de lo común es de una importancia vital para nuestras existencias.

“Si mañana tengo que pensar en el dólar o en la inflación me mato” así le explicaba Laura a su amiga en la caja de un supermercado.

Periodistas y analistas no deberían enojarse con el fuori scena que provoca un mundial, es una de las formas en que se experimentan los sentimientos de una nación. Cuando se termina el Mundial o nos anuncian que todo ha terminado nos molesta volver a “otra” realidad, a una que nos pone ante esa experiencia individual que debe sortear tiempos recios, inflaciones y crisis. Que debe ir a mirar en soledad el vaivén de los precios de los supermercados, que debe atender en soledad los gastos e ingresos de una casa, que debe pilotear en soledad los destinos laborales, que debe volver a las seguridades (o no) que otorgan los vínculos rutinarios.

El inicio del Mundial fue difícil para nuestro país. A la gente la derrota con Arabia Saudita le recordó que podía regresar rápido a la situación “de todos los días”. Ante ese impensado resultado el verdulero cerca de casa vocifera ante su clientela: “Este país no te da ni una alegría”. Vuelve a su tiranía íntima: eleva el volumen de una cumbia de Amar Azul, que solo parece gustarle a él. Entre tanto ruido y “tiranía (cumbiera) del individuo” una señora intentaba saber cuánto costaba la banana ecuatoriana. “La guita me dura menos que los 7 minutos de los goles de Arabia Saudita” acota otra señora cuando recibe la cuenta. “Vamos a salir, papá. Esto es el mundial” se escucha desde afuera de la verdulería.

La búsqueda de “redención” en lo social es fuerte y el Mundial se presenta como una oportunidad para algunos y algunas.

El fútbol es más que 22 y una pelota. Si solo fuese eso estaríamos ante una geometría de cuerpos y regularidades fácil de desentrañar y de alejarnos emocionalmente. Tendríamos con los 22 una visual “higiénica”. Pero no. El mundial es un Italpark simbólico, cultural y emocional que en cada sociedad “opera” de diversas maneras.

El fútbol mundialista suspende la rutina, la infarta, la estresa. A nuestra vida argentina actual le agregamos mayor azar con el fútbol y cuando se gana la gente estalla, ocupa el espacio público sin polarizaciones políticas o en su territorio privado se ve conectado a una comunidad que late.

Llegan las imágenes de Bangladesh y su “furor” por la Selección argentina y me interrogo sobre esa necesidad de experimentar lo colectivo en un país arrasado por décadas. Una necesidad por lanzarse a ser parte de una comunidad atravesada por grandes figuras, memorias y empatías. Diego Maradona hizo demasiado por construir vasos comunicantes emocionales entre sociedades. Veo un grupo de personas que se alquila un mes una casa para experimentar no solo el Mundial sino ese secreto intenso, erótico y a veces, cruel, por lo social.

Mundial volvé cada cuatro años. Siempre te perdonaremos.

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