Puede ser: el otro día, Mariana Iglesias, una gran guía de turismo y periodista, me dijo que, aunque ella no había leído nada sobre el Golem, lo ve como una especie de Aleph, y me pareció muy interesante esa idea. No solo porque Borges escribió ese poema famoso, además de incluirlo en El libro de los seres imaginarios. El Golem es un poco el Aleph, además, porque esa es precisamente la letra que, al borrarla, transforma la palabra “verdad” (Emet) en “muerte” (Met) lo cual, según la leyenda, lo desactivaba. Pero además hay algo omnipresente o, mejor dicho, transversal en ese gigante de barro que, en algún punto, aniquilaba gente cumpliéndoles sus deseos y combina historia y tecnología, mito y religión, tragedia y comedia… Pero como suele pasar con este tema, a mí me da toda la impresión de que el gran artífice (no digo ‘hacedor’, deliberadamente) es Gustav Meyrink, gracias a su novela El Golem, ese libro extraordinario que debería ser de lectura obligatoria si es que tuviera algún sentido obligar a alguien a leer algo.