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¿De dónde eres, Malena?

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Por Gabriel Payares

 “Quien habla en voz alta jamás está solo»
Edmond Jabés

“¿De dónde eres, Malena?” es la pregunta que da inicio a Piragua, un cortometraje documental que tuve la idea de producir en el hoy lejano mundo previo a la pandemia. Y es también una pregunta que, desde el día en que nos reencontramos en Buenos Aires, quise hacerle a María Magdalena Coelho, conocida por sus numerosos afectos como Malena, o mejor, como Malena Sánchez Peláez, pues se trata de la amorosa compañera del célebre poeta venezolano Juan Sánchez Peláez (1922-2003), de cuyo nacimiento se cumplen pronto 100 años.

Mis primeros recuerdos de Malena, de su espíritu iluminado y su generosa sonrisa, de su manera de hablar que cabalga a horcajadas entre el Caribe y la pampa, se remontan a la casa en Caracas de una amiga en común, la novelista Victoria De Stefano, a quien me dio por frecuentar en busca de guiatura en los asuntos de las letras y la vida. En ese entonces yo sentía muy mías esas líneas del peruano Julio Ramón Ribeyro que rezan: “Solo ansío viajar. Irme donde nadie me conozca. Aquí ya soy definitivamente como han querido que sea” y acababa de publicar mi segundo libro de cuentos, en el que intentaba dar cuerpo a esas añoranzas. Malena, en cambio, vivía con un pie ya en Buenos Aires, yendo y viniendo cual ave migratoria, quedándose de a poco en esta ciudad que la vio nacer, mas no vivir. Porque Malena, como ella misma lo explica, fue solamente feliz durante los casi 40 años que vivió en Venezuela.

Desde que empecé a frecuentar su casa en Buenos Aires, repleta de libros y cuadros provenientes de Caracas, de recuerdos de una vida ahora lejana transcurrida en mi ciudad, se me ocurrió que esa pregunta inicial, en apariencia tan vana, entrañaba mucho más que su simple respuesta. Se trata, de entrada, de una pregunta difícil: ¿Se es de donde se nace, de donde se crece o de donde se muere? ¿O tal vez de donde se ha sido más feliz? ¿Se es de un lugar o de un tiempo? Son dudas que no he dejado de hacerme desde que salí de Venezuela, o más bien desde que no regresé, pues mi país, ese que yo conocí y que dejé hace más de ocho años, ha dejado de existir en diferentes sentidos. ¿Soy realmente de esa Venezuela pasada? ¿O de la actual, que desconozco, o acaso de esta Buenos Aires desde la que escribo? Conforme el tiempo pasa y la extranjería se asienta, la respuesta a “¿de dónde eres?” se hace menos obvia de lo que parece a quien la formula. Quizá por eso albergaba la esperanza de que Malena me enseñara a pensar mis propias respuestas. El asunto es que nunca encontré, en mis visitas a Malena, el instante propicio para deslizar esta inquietud, para pedirle que sopesara una posible respuesta. Es probable que Piragua haya sido la solución a ese dilema.

Quiso la suerte que diera con un cómplice adecuado para estos asuntos: otro emigrado venezolano en Buenos Aires a quien hoy no dudo en considerar mi amigo. Santiago Zerpa, director del cortometraje, supo acoger la idea con entusiasmo y se encargó de concebirla en el lenguaje apropiado. El proyecto inicial que le propuse consistía en registrar los recuerdos y las anécdotas de Malena sobre Juan Sánchez Peláez, un tema del que habla mucho y gustosamente, con la ilusión que da volver mentalmente al prime-time de la vida. Pero un par de reuniones con ella bastaron para que nos percatáramos del verdadero proyecto: filmar a Malena. Con todo y su poesía, Sánchez Peláez acabó siendo poco más que una excusa.

La belleza oculta de los proyectos está en el proceso de su hechura, en ese avanzar a tientas impulsado por la propia inercia de lo que uno, consciente de ello o no, puso en marcha. Pronto nació el equipo de filmación y en dos largas jornadas de un mismo fin de semana, que Malena toleró estoica a pesar de su edad, grabamos las casi ocho horas de contenido que, a lo largo de ediciones sucesivas, fueron cristalizando en un cortometraje documental de 20 minutos. Jugó a nuestro favor que Malena sea tan buena conversadora, que esté siempre dispuesta a recordar; pero a la vez nos enfrentamos con la labor de convencerla de que era su vida lo que más nos interesaba, y no exclusivamente la de su difunto marido. Hablar de una, de todos modos, acaba siendo hablar de la otra. El título del proyecto surgió de manera natural, tomado de un poema que Sánchez Peláez dedica a Malena en su último libro: no es difícil imaginar a nuestra protagonista como una solitaria embarcación, surcando las turbias aguas del tiempo en pos de la luz de la memoria. Una imagen que bien podría figurar en las acuarelas de Turner.

Como a tantas otras cosas, la pandemia nos obligó a dilatar por dos años la proyección inicial de Piragua. Hasta que el pasado 20 de agosto se hizo por primera vez en Buenos Aires, en una conocida librería de Palermo. Sirvió de corolario a la proyección una lectura de la poesía de Sánchez Peláez, en voces de otros cinco escritores venezolanos residentes en Buenos Aires, y a la vez de antesala al cumplimiento de los 100 años de nacimiento del poeta. De no ser por el repentino deterioro en la salud de Malena, que le impidió esa noche acompañarnos, uno estaría tentado a pensar que las cosas cayeron por cuenta propia en su sitio adecuado: en la tersa noche de un sábado porteño, voces locales y extranjeras se entremezclan en pantalla para dar vida nueva a la memoria, a la propia y a la ajena, que ahora comulgan en veinte minutos de un mismo relato. Un rito que acompaña a nuestra especie desde los albores del tiempo.

Con estas modestas reflexiones no busco, por si acaso hiciera falta la aclaración, sacar nuevo lustre a conceptos rengos y apolillados como el de identidad, o peor aún, de nacionalidad; si algo aprendí de escuchar a Malena, tanto al frente como detrás de las cámaras, es que esas cosas no existen. Son, en el mejor de los casos, coordenadas para enmarcar un relato: un lugar y un tiempo en que fuimos felices, un lugar y un tiempo en que fuimos tristes, un lugar y un tiempo desde el cual lo contamos. Es eso en verdad lo que somos: un dónde, un cuándo, rara vez un qué.

PIRAGUA

Género: cortometraje documental
Duración: 20:53 minutos
Idioma: español
Dirección: Santiago Zerpa
Producción ejecutiva: Gabriel Payares
Producción: Gabriel Payares & Andrés Manson
Montaje y edición: Julián Kin Archet
Fotografía: Esteban Depetris
Dirección de arte: Lucas Furiase
Sonido: Lorenzo Rementería & Alex Ariel Sosa
Música: Ricardo Montiel
Fotografía del póster: Beto Gutiérrez

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