Desde que empecé a frecuentar su casa en Buenos Aires, repleta de libros y cuadros provenientes de Caracas, de recuerdos de una vida ahora lejana transcurrida en mi ciudad, se me ocurrió que esa pregunta inicial, en apariencia tan vana, entrañaba mucho más que su simple respuesta. Se trata, de entrada, de una pregunta difícil: ¿Se es de donde se nace, de donde se crece o de donde se muere? ¿O tal vez de donde se ha sido más feliz? ¿Se es de un lugar o de un tiempo? Son dudas que no he dejado de hacerme desde que salí de Venezuela, o más bien desde que no regresé, pues mi país, ese que yo conocí y que dejé hace más de ocho años, ha dejado de existir en diferentes sentidos. ¿Soy realmente de esa Venezuela pasada? ¿O de la actual, que desconozco, o acaso de esta Buenos Aires desde la que escribo? Conforme el tiempo pasa y la extranjería se asienta, la respuesta a “¿de dónde eres?” se hace menos obvia de lo que parece a quien la formula. Quizá por eso albergaba la esperanza de que Malena me enseñara a pensar mis propias respuestas. El asunto es que nunca encontré, en mis visitas a Malena, el instante propicio para deslizar esta inquietud, para pedirle que sopesara una posible respuesta. Es probable que Piragua haya sido la solución a ese dilema.