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Argentina Campeón: La felicidad

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Por Esteban De Gori

¡Toma mi teléfono! ¡Te puedes hacer un selfie con Lionel Messi, si quieres!»
(Hervé Renard, seleccionador de Arabia Saudita

 en el entretiempo del partido ganado contra Argentina)

12hs. El tiempo de la ciudad se frenó. Mejor dicho, nos ganó otro tiempo. El tic tac de la pasión se encendió. Nuestro país y una parte del globo se detuvieron a mirar las pantallas. Donde había una, la gente se aglutinaba. Casas, restaurantes, plazas, supermercados, bares, shoppings, un celular. La gente dudó mucho de pasarla solo o sola. Había que salir y destronar cualquier cosa o imagen que se parezca a coronavirus.
Ricky Martin con la camiseta de Argentina grita el triunfo. Bad Bunny festeja por la celesta y blanca. Lula hizo una encuesta en Twitter preguntando a quien apoyarían sus seguidoras y seguidores y la mayoría se inclinó por nuestra selección. Sudamérica, o una gran parte de ella, se conmocionó. Lloré al mismo tiempo con personas con quienes no nos queremos mucho. Algo nos latió. Como dice el cantante español C Tangana, “nos apretó el corazón” siempre al mismo tiempo. ¡Eso! La selección argentina nos apretó el corazón hace un mes. ¡Dale bebé, ese apretón vale!
Había muchas ganas de llorar de emoción, de felicidad. Como me apuntó un gran amigo: “Sacar la mierda y dejarla en el arco del contrario. Y que se quede ahí. Aunque sea por un rato”.
Messi! quiero que seas mi tóxico baby, me escribió mi prima al borde del llanto. No paramos de sufrir. Gozar y sufrir. Sufrir y gozar. Tenemos mundiales de malestar y un día llega la alegría.
El sur de Italia hace varios partidos que declaró su amor por nuestra selección. 1990 quedó muy atrás. Volvimos al amor. Los tiempos cambian. Mi tía Binna y mi primo Fabio de Catanzaro (Italia) me mandan una foto con la camiseta de Argentina. La usa desde el partido que nuestra selección enfrentó a Países Bajos. Le rogué que se la ponga en todos los partidos. Teníamos una cábala binacional, paganismo calabrés. Varios amigos y amigas de Nápoles me enviaron mensajes apoyando a la selección. Nápoles festeja. Diego Maradona, y su gran presencia cultural en los muros napolitanos, mira la ebullición social. Ganamos. Este país reventó. Pitu me dice: ¡Mira Virreyes! Esto es una bailanta a cielo abierto! Después de la crisis del 2001, dolorosa y cruenta, tuvimos una revancha social: 2022.
Los “celu” explotan. Nos filmamos y autofilmamos para registrar que fuimos felices y que esa experiencia colectiva es posible. ¡Que venga un asueto nacional y que estire esto! Lunes, martes, miércoles… Dale Alberto, meté lapicera!!gritaban en un festejo cercano a mi casa.

Puños apretados. Ojos a punto de llanto. Gritos en plazas y esquinas. Un gran rumor social expansivo. Lágrimas. Rezos. Abrazos fuertes. Demasiada gente persignándose. Respetando las cábalas. Amando y puteando a Dios mientras la pelota giraba. Personas arrodilladas frente a los penales. Dedos cruzados. ¡Que venga la felicidad! ¡Gol final! Triunfo agónico. De ida y vuelta. La fiesta en la calle. El sufrimiento cesó. Por un instante, cesó.  Se siente tan bien. En un mes, por suerte, pusimos entre paréntesis, los problemas económicos y sociales que nos aquejan y que nos distancian de otros y otras y de nosotros mismos. La felicidad nos devuelve a lo social, a reír, llorar y cantar con otros y otras. En sociedades tan líquidas y veloces (re)habitar el momento comunitario en el cuerpo es vital. Nadie puede irse de este mundo sin esa sensación. Tanta camiseta celesta y blanca apabulla, inquieta y emociona. Lo común desbordó! ¡Cuántos argentinos que hay!, me dice Gino cuando fuimos a festejar por el triunfo ante Croacia. Era la primera vez, a los 9 años, que observaba esa poderosa convulsión social y estética. Lo común se hizo, en algunos casos, revancha popular: ¿Qué se cree Mbappé? Nosotros somos más negros que él. Somos argentinos papá! me apuntó un gigante sudoroso con bengalas celestes y blancas en la mano.

Experimentar buenas pasiones (sociales) no es menor. ¡Y sí! La felicidad es más importante que la economía. Aunque sea un rato, o ¿no? ¿Quién te saca del cuerpo esa experiencia colectiva? Una funcionaria pública en una declaración radial confesó que prefería ganar al mundial y luego ver el tema de la inflación. Indicando algo obvio: tuvimos y tendremos inflación. La condenaron, sin saber que no hay pasión social más potente que aquella que nos devuelve esa sensación de pertenecer a una sociedad. A veces, se pierde la dimensión vincular y sus emociones. Demasiado moralismo y polarización política no hacen feliz. “Paren por un momento. Relajen”, leí en algún posteo de Instagram. Su potencia, su impacto en el cuerpo, nos hace bien. La selección nos permitió gozar, sí! gozar colectivamente! No todos los días te convocan ni te habilitan a esto.

El Director técnico de la Selección encontró un lugar virtuoso en el mapa social. Está claro que lo más interesante no pasa en el mundo político, ni con los nuevos ni con los viejos actores y actrices. Scaloni no solo logro diagramar una estrategia competitiva, sino que construyó un liderazgo social que rompe con otras tradiciones culturales de DTs del fútbol argentino. Mesurado, prudente, sin frivolidades, con lecturas singulares de cada jugador, colocándose en ese centro de gravedad que todos y todas buscábamos en este momento: representar los deseos y expectativas de una comunidad nacional y de miles de simpatizantes fuera de nuestro país. Diseñó un equipo, un micro laboratorio que nos reconcilia con algo que queremos para nuestras existencias sociales. Scaloni, Messi, Di María, entre otros, han logrado convocar más allá de las fronteras, no solo por la globalización y sus negocios, sino  por esa sensación que la felicidad social, la poesía (como diría Pasolini), son posibles. Un país en el fin del mundo, jodido por la inflación, por la deuda externa, por la sensación de abismo a la que estamos sometidos, triunfa por penales. Te caés y te levantás. ¿Quién no conoce la sensación de abismo en este país? De levantarse, de que te empaten o ir perdiendo y hacer todo lo posible para que te den penales. Eso! Necesitamos una vida en la que nos den penales y que nos ataje el Dibu. Ese último partido de más de 100 minutos es la misma sensación que vivir en nuestro país. Es un buen mensaje para la política: dennos penales y que nos ataje el Dibu! Es un mantra o rezo para nuestros pequeños y fugaces destinos singulares: vida dame penales y que me ataje Dibu!

En la calle salió todo. Lo potente, lo hermoso y lo sombrío que somos. La belleza, los cuerpos en sus miles de formas, con tantas tonalidades de voces y con un sudor a mares. Un sudor con gusto a revancha, con ese gusto salado a felicidad. Para lamer. Potente, momentánea, pero tan tan rica.

Ahora mismo la calle desborda. Poblada de jóvenes. Esos chicos y chicas, la mayoría del conurbano bonaerense, que nacieron cerca de la crisis del 2001 manifiestan y reclaman felicidad. Están ahí! Quieren «su» distribución social afectiva. Lo que se vive ahora es más que un Mundial, es el desborde de emociones liberadas que habrá que tratar de interpretar, pensar y sentir.