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Bahía Negra

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Por Juan Ignacio Azpeitia

obra de @peter_uka

– Mery vivía dos casas más allá de la mía y nuestras madres eran muy amigas, yo le decía tía a su mamá y ella le decía tía a la mía. Somos casi hermanas. Jugábamos en la puerta todo el día, desde chiquitas. La mamá de Mery trabajaba todo el día y mi mamá nos dejaba hacer lo que quisiéramos. “Mainha” lavaba ropa. Mi padre traía, muy de vez en cuando, algún dinero. Con eso hacía milagros. A veces alguien de su familia la ayudaba, pero ninguno tenía buena condición. “Mainha” es analfabeta. Ella no sabe viajar en ómnibus, no consigue leer los carteles. No sabe ver el nombre de las calles. Y se hace bastante lío en el mercado, con la plata y el cambio. La mamá de Mery, al revés, nos enseñaba cosas, nos traía revistas para leer. A mí me quería mucho, siempre me pedía que cuidara a Mery y yo me lo tomaba bien en serio.  Yo quería ser como la mamá de Mery, trabajar en “Salvador”. Aguas Claras es Salvador, pero el “Centro”, es otra cosa.

La veo a Patricia a contraluz y distingo en las sombras una nenita de los barrios periféricos, toda esa vivencia está en sus ojos. Tiene veintiún años, pero su sonrisa está llena de otras inflexiones, en sus ojos hay mucha cosa vivida. A pesar de eso no pierde ni la dulzura ni la alegría, tiene una energía arrasadora. 

– La primera vez que vi al novio de la mamá de Mery, me enamoré- recuerda Patricia- Yo tendría trece para catorce y Mery unos nueve años. Yo quería un día tener un novio como ese. Joven, fuerte, que viviera en Salvador y tuviese moto.  Nos traía siempre algún regalo, chocolate, caramelos. Una vez trajo helado. Un día estábamos jugando en la puerta cuando el novio llegó. Preguntó por la madre de Mery, que no estaba. Dijo que la iba a esperar, nos pidió que le diéramos un vaso de agua. Entramos a buscar el agua y él vino atrás, la puerta nunca estaba con llave. Sacó unos chocolates de la bolsa y nos los dio.  Dijo que quería conversar unas cosas con Mery, sobre su madre y me pidió que salga.

Patricia hace una pausa. Cierra los ojos. Suspira.

– Yo imaginé que el tipo iría a darle a Mery alguna buena noticia, una casa nueva, un casamiento. En la televisión cuando había sorpresas siempre eran cosas maravillosas.  Me quedé en la puerta esperando los festejos. Y no sólo no escuché risas, si no que me pareció escuchar gritos y llantos.  Volví a la casa, la puerta estaba trabada, pero yo sabía correr la tranca, claro. Cuando entré, vi en la cama a Mery, sin la bombachita y al idiota del novio manoseándola, ya con los pantalones bajos. ¡Qué mierda! ¡Qué basura! Me acerqué y le dije que parara, si no le daba vergüenza. El tipo estaba alzado y me decía que a todas les gustaba. Dijo que Mery lo espiaba. ¡Mentira! Le grité. ¡Tiene nueve años, bestia, tarado, degenerado! El tipo seguía forcejando con Mery. Yo me metí en la pelea y me dio un empujón que me dejó tirada contra la pared. Caí con las piernas abiertas y el tipo me miró. Lo miré directo a los ojos por unos segundos. Estaba descontrolado, nos violaba a las dos y después nos mataba. Lo miré y le dije “lo que você quiere está acá”. Y me saqué la bombacha. “Ya menstrué” le dije, “pero todavía soy virgen”.

Patricia ni lo nota, pero cuando lo cuenta revive la escena, cuando dice “está aca” se golpea el pubis con la mano.   

– Perdón, pero si estamos juntos Cantor, tiene que saber esas cosas. Después si me quiere poner en la calle, entiendo, pero yo soy esta misma. No se asuste. Cuando el tipo me miró, enloqueció. Yo ya tenía cuerpo de mujer. Largó a Mery y se me vino encima. Me separó las piernas y quiso metérmela de un empujón, pero yo todavía estaba cerrada. Sonrió, el muy cretino. Mery me miró y yo alcancé a decirle que sí con los ojos. Mery salió despacio del cuarto. El tipo se me vino encima de nuevo, forcejeamos, con el cuerpo intenté defenderme para que no me lastimara tanto. Sentí un dolor enorme cuando me abrió. Grité y lloré. Él me tapó la boca. Entró y salió dos veces más y a la tercera sentí el líquido caliente por dentro y lo escuché gritar. ¡Viste como te gusta! Estaba extasiado el hijo de puta, se sentía un macho. Cuando miré por encima de su hombro la vi a Mery entrar, con los vecinos del bar y señalar con el dedo. El tipo giró e intentó alguna cosa, pero no le dieron tiempo, no consiguió ni levantarse. Lo empezaron a patear en el suelo, así como estaba. Le daban piñas y le pegaban con un palo. Se lo llevaron para afuera de la casa. Me vestí como pude y abracé a Mery. Nos quedamos un largo rato así, estábamos temblando, no dijimos nada. Tampoco le dijimos nada a “mainha” ni a la madre de Mery. Al tipo nunca más lo vimos. Esa fue la primera vez. La leyenda dice que Oxum perdió su virginidad para proteger a su hermana Obá. Y en mi caso, así fue.

Juan Ignacio Azpeitia

Nació en Buenos Aires en 1969 y vive en Salvador, Bahía, desde el año 2000. Actor, músico, traductor, periodista, son algunos de sus oficios. Publicó el libro de cuentos “Mango Roto y Sucundum” en 2013 y actualmente prepara el lanzamiento de su primera novela “Bahía Negra” que nos atrapa en una trama de amor, violencia y africanidad en la ciudad de Salvador.

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