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Catalina Lascano: Es imposible contar las cosas tal cual fueron

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Por Valeria S. Groisman

Catalina Lascano es periodista, pero también Magíster en Historia y Cultura de la Arquitectura y la Ciudad. Es una erudita en el universo de las calles, las construcciones, los monumentos, el mapa de Buenos Aires y sabe cómo narrarlo. En su joven vida, Lascano caminó muchas ciudades, tantas y tanto como ha caminado para llegar a contar la historia que aparece en Estoy yo aquí hablando todo el rato”, su primera novela.

Quizás para Lascano caminar y cartografiar ciudades sea como para otros escritores tomar un café o un vodka o dar una vuelta en bicicleta o plantar gramíneas. Quizás sea su impulso. O quizás sea más bien un recreo. Lo cierto es que en su novela se percibe un ritmo de caminata: un recorrido que se va delineando a paso lento. Casi como un tour de los que organiza desde hace algún tiempo.

Cerquísima de la autobiografía, aunque con licencias ficticias que probablemente le haya dado más la distancia del tiempo que un imperativo discursivo, Lascano cuenta la historia de su familia a través de documentos, objetos, resquicios de su vida y la de sus seres queridos. Pero sobre todo reflexiona acerca de lo que significa ser hija y también hermana. ¿Cómo se construyen las figuras filiales? ¿Qué es lo que las configura? ¿Por qué cada padre o madre establece distintos trayectos con cada hijo y de qué manera el hijo participa de esa cartografía?


Esta es tu primera novela, pero supongo que antes de escribir esta historia -tu historia, la de tu hermano, la de tu mamá (depende desde dónde se la mire)- habrás escrito otros textos.

Había escrito otros textos pero nunca había llegado siquiera a considerar mostrarlos por fuera de esa instancia, menos publicarlos. Siempre fueron ejercicios, parte de una práctica.

Al leer «Aquí estoy yo hablando todo el rato» pareciera que la idea del libro no surgió como una forma de iluminación (¡voy a escribir un libro sobre mi vida!) sino de un proceso a través del cual fuiste encontrando huellas de tu pasado y sentiste que querías poner en palabras todo eso que estaba desperdigado. ¿Así lo sentiste?

Sí, fue así. El libro terminado vendría a ser un registro de esa obsesión que me llevó a hurgar y a documentar esas huellas que fueron apareciendo. Pasó de ser un ejercicio de taller a ser un trabajo de investigación. Empecé con un texto un día y después seguí y seguí. Tener un tema alrededor del cual girar fue una excusa para buscar y hurgar, eso me permitió tener siempre material nuevo, tal vez por momentos demasiado, pero creo que también fue parte del aprendizaje de ir viendo qué funciona y qué suma a la historia.

De la misma manera surge el protagonista «deseado» de la novela, ¿no? Me refiero a Pipo, que, si bien es un personaje que no habla y que a partir de la mitad o un poco antes ya no está, se come la historia. ¿Hubo un darse cuenta de que en realidad la historia que querías contar era la de Pipo?

Sí, bastante temprano. O por lo menos era el objeto que más curiosidad me daba, era el álbum de figuritas a completar. Lo que yo sentía antes de empezar era que tenía una historia con muchos baches, y en esos baches siempre estaba él. Después encontré que alrededor suyo también surgían otros temas: decisiones que toman otros personajes, escenas y momentos particulares, historias de otros que también sentí necesario incluir.

Resulta interesante cómo, todo lo que se refiere a Pipo, está asentado en suposiciones. No hay certezas. Incluso cuando se habla del porqué de su condición, las explicaciones se contradicen. Casi al final (no quiero spoilear, no spoileemos, intentemos hablar sin decir todo) el papá -tu papá- se refiere a un viaje cuando Pipo tenía seis o siete meses y ahí una especie de certeza que se viene construyendo a lo largo de la novela vuelve a instalar cierta confusión. ¿Eso fue así o, como cualquier autor que hace autoficción te tomaste licencias para incorporar algunos elementos ficticios?

Quise mostrar las diferentes versiones de una historia que sostienen los personajes, cómo viven con las versiones que se cuentan a sí mismos. Cada uno construye su verdad eligiendo de qué elementos agarrarse: diagnósticos, consultas, creencias. Hay una versión que parece insólita pero que está muy arraigada en quien la defiende y en la versión que parece más sólida y fundada también surge una duda posible. Sí, me tomé algunas licencias, es imposible contar las cosas tal cual fueron. Hay baches que se completaron con algún recurso de ficción, supongo que es algo parecido a cuando restauran un cuadro y se topan con zonas en las que se perdió pintura y tienen que rellenar con material nuevo, ¿no? Y bueno, también elegí enfocarme más en algunos puntos, agrandar algunos, omitir otros, fui ajustando detalles en función del relato.

¿Dónde te ubicás en la trillada pero aún encendidísima discusión sobre autoficción sí/autoficción no?

Como lectora lo que me gusta es llegar a una historia bien contada. Mientras leo, lo que quiero es que ese universo construya una verdad, si esos hechos le sucedieron o no a la persona que lo escribió me parece que es secundario. Después sí podemos hablar de cómo esa persona hizo literatura de un hecho de su vida, pero que una historia sea autobiográfica no me condiciona a la hora de elegir un libro o autor. Entiendo que hay gente a la que no le entusiasma la autoficción y creo que es totalmente válido, hay libros para todos los gustos. A mí lo que me gusta es que me cuenten historias: reales, inventadas, engordadas, todo vale.

¿Qué pensás de la idea de que nada de lo que escribe un autor en una novela, por más ficticia que pretenda ser, escapa de lo autobiográfico?

Estoy de acuerdo. Creo que es casi inevitable recurrir a la experiencia a la hora de escribir, aun cuando se escribe en tercera persona una historia que parece no tener que ver con la propia vida. En la ficción la experiencia en algún momento se cuela, aparece disfrazada. Hay tanto material dando vueltas todo el tiempo, en todos lados, es infinito.

 El tema de los nombres me parece crucial en tu libro. Pipo es el único que aparece desde el principio, si no me equivoco. Es el nombre más presente en toda la novela. Después están mamá, papá, la abuela (una es la abuela y la otra es la abuela Maia) y casi al final aparece el nombre de «la abuela», de Enrique (el padre) y de Mariainés (así, todo junto), la mamá. En ese momento también hablás del anuncio de la idea del libro y surgen las disquisiciones respecto de si develar o no la identidad de los personajes. ¿Cómo fue esa decisión? ¿La tomaste sola o con tu editora? ¿Hablaste con tus padres?

Cuando les conté, por separado, claro, que estaba avanzando con este proyecto, me llamó la atención, y hasta me causó un poco de gracia, que lo único que pidieron fue que les cambiara el nombre, como si se hubieran puesto de acuerdo. No pidieron leer antes, no dijeron no podés escribir sobre mí”. Siempre fui muy consciente de que estaba contando hechos muy íntimos de sus vidas y que iban a quedar expuestos, y entonces nunca se me ocurrió no respetar ese pedido. Creo que les hubiera cambiado el nombre de todas maneras, algo de privacidad tenía que dejarles. Incluso les ofrecí que eligieran sus seudónimos, pero no llegamos a un acuerdo, ja.

¿Cuánto de lo que escribiste lo escribiste gracias a haber participado de un taller literario? ¿Qué te aportó y qué tuviste que dejar de lado -si es que así fue- para seguir avanzando en la escritura?

Te diría que todo lo que escribí fue por haber participado de un taller. A mí esa experiencia me funciona: me obliga a escribir, a mostrar el texto ante un grupo, a leerlo en voz alta. El momento de los comentarios, críticas y devoluciones de los compañeros me parece clave, es la oportunidad de ver el texto propio desde la mirada de otros, con sus logros, fallas y carencias, incluso aparecen cosas que antes no había podido ver. Y después se aprende todavía más leyendo y comentando los textos del grupo, es todo ganancia. Yo me apoyé mucho en mi grupo y mis talleristas, Santiago Llach y María Eva Álvarez, confié en su criterio, pensaba bueno, si a ellos les gusta, tan mal no voy, tal vez a otros les puede gustar también”. Nunca hubiera escrito este libro sola.

La madre es otro personaje fuerte: una mezcla entre Superwoman y Elsa de Frozen. Aparecen la distancia, o incluso a veces la indiferencia, como antídoto frente al dolor. Te pregunto cómo es escribir sobre la propia madre.

Ja, ja, es una buena síntesis. Por un lado, desde el ejercicio de escritura, creo que mi madre es alguien a quien tengo tan presente, son tantas las impresiones guardadas, que me resultó bastante fácil. Es describir una imagen que viste una y otra vez, una fuente inagotable que además invita a la prueba y el error, a mostrarla de una manera y otra hasta que vas armando una versión que más o menos sentís que funciona. Tal vez lo más difícil fue lidiar con los límites: hasta dónde cuento, cuánto avanzo sobre su intimidad. Igual primero escribí todo y recién en el proceso de edición y corrección me enfrenté en serio a esas cuestiones. A lo largo del proceso siempre me ayudó mi editora, Marina Yuszczuk. De a poco fui perdiendo esas dudas y fui tomando decisiones que apuntaban más a buscar cuáles eran los elementos que más me servían para contar una historia específica.

¿Estás trabajando en algo nuevo?

No en el momento, aunque tengo algunos textos escritos este año que me gustaría empezar a trabajar.

Qué está leyendo Catalina Lascano:

Niña de octubre, de Linda Boström Knausgård

Vamos a estar mejor en otro lado, de Carolina Amorosi

El otro Hollywood, de Eve Babitz