“Para que pueda ser, he de ser otro; salir de mí, buscarme entre los otros. Los otros que no son si yo no existo. Los otros que me dan plena existencia”
Octavio Paz, Piedra de sol (1957)
Esta serie tiene un título pretencioso, lo sé. Es un título impreciso, además, por cuanto muchos de los sujetos aquí retratados no son porteños en el estricto sentido de la palabra: no nacieron, o no viven en Buenos Aires, la capital argentina; algunos, ni tan siquiera son argentinos. Esta ciudad portuaria, a la que Borges recorrió respirando su “incalculable laberinto”, ha sido históricamente una zona de tránsitos e intersecciones. En su estuario desembocaron muchas de las grandes corrientes migratorias que siglos atrás, vinieron a “Hacer la América”. A finales del siglo XX, sus calles aún transpiraban esa atmósfera de las grandes urbes cosmopolitas, llenas de gentes de todas partes.
Pero afectivamente, no se me ocurre una mejor manera de nombrar esta serie. Los Porteños agrupa un conjunto de retratos que hice entre 1998 y el 2000 en Buenos Aires, a muchos transeúntes que conocí en la calle de forma muy casual, y con los que nunca más he tenido contacto; personas que por un motivo y otro –a menudo por su autenticidad—te cautivan, te convencen o te atrapan a primera vista. En esos días yo cargaba siempre con mi bolsa de fotógrafo, así que después de una breve conversación, les pedía que se dejaran retratar y ellos posaban con gusto, para la foto. Luego, con el mismo principio, salí a buscar más y más retratos, y así se fue armando esta colección de modelos espontáneos, actores que tan solo interpretaban día a día, el guion de su propia vida.
Creo que lo que me vincula afectivamente a estas personas, es que, cada una de ellas (cada uno de nosotros), a su manera, improvisaba una estrategia de sobrevivencia. Esta serie es entrañable para mí pues cumplió una función más terapéutica que estética o fotográfica. De hecho, es un material muy personal que nunca he mostrado, realizado sin intenciones de publicar o exhibir. Lo cierto es que cuando llegué como inmigrante a Buenos Aires en 1994, la ciudad me resultó compleja en su dinámica. Y estas fotos me ayudaron a relacionarme con la gente, a entenderla mejor, y tal vez, a vencer mi insularidad (nací en La Habana, Cuba) y a convertirme con el tiempo, en un habitante más del lugar. Siete años después, en 2001, continué mi travesía rumbo norte, pero estos retratos reconstruyen desde la distancia, el itinerario de mis derivas por las calles de Buenos Aires: un mapa que no solo contiene mis rincones preferidos, sino el recuerdo de aquellas personas que los poblaron en ese preciso instante, por el puro capricho del azar.
Willy Castellanos es historiador del arte, curador y artista; cofundador de Aluna Art Foundation en Miami.