Nos vemos de pantalla a pantalla, dice por estos días, Luisa Valenzuela, sin dudas una de las mejores escritoras en lengua española y una de las pocas argentinas realmente reconocida por los lectores de todo el mundo. Escribe sus memorias aunque ella prefiera decir que son textos híbridos, escritos entre dos pestes, el tiempo en que ella estuvo a punto de morir, sobrevivió y ahora mira con lucidez la actual pandemia.
De ella dijo Julio Cortázar: “Leerla es tocar de lleno en nuestra realidad, allí donde el plural sobrepasa las limitaciones del pasado; leerla es participar en una búsqueda de identidad latinoamericana que contiene por adelantado su enriquecimiento. Los libros de Luisa Valenzuela son nuestro presente pero contienen también mucho de nuestro futuro; hay verdadero sol, verdadero amor, verdadera libertad en cada una de sus páginas”. “Luisa Valenzuela es la heredera de la ficción latinoamericana. Luce una corona opulenta y barroca pero tiene los pies descalzos”, afirmó Carlos Fuentes quien también fue su amigo y a quien ella, la primera y única mujer en ganar el Premio internacional Carlos Fuentes, recuerda con cariño. Susan Sontag declaró que era una “autora indispensable” y la situó, cuando aún no la conocía, junto a Italo Calvino de Italia. Después la admiración mutua llevaría a una larga amistad.
Con una vida un tanto peculiar Luisa nació en Argentina viendo a Borges y a Sábato visitar su casa, rompió la maldición de crecer bajo la sombra de una madre también escritora, Carl Sagan, Salman Rushdie, Toni Morrison, William Styron, Annie Leibovitz, Susan Sontag, se encuentran entre los amigos con quienes compartió vida y literatura. De su afición por la antropología, los viajes y las diferentes culturas indígenas da fe, el actor y director de cine, Robert Redford, entre otros.
Traducida a diferentes idiomas, inglés, francés, italiano, coreano, holandés, serbocroata y con más de 30 libros publicados, escritos en los países donde ha vivido, Argentina, Francia, España, México y Estados Unidos,su obra literaria y los personajes valenzulianos continúan recibiendo elogios y ella sigue siendo una adelantada.
Tu novela El Mañana, publicada por primera vez en el 2010 se acaba de reeditar por la editorial Interzona y ha sido totalmente premonitoria. En ella, el encierro domiciliario, cubrirse el rostro, comunicarse mediante pantallas es parte de la normalidad como también lo es la presencia de mujeres fuertes que saben lo que quieren aún en las peores circunstancias. ¿Qué sentiste cuando viste que la ficción daba lugar a la realidad? ¿Qué dos escenarios posibles se te ocurren para cuando termine esto que vivimos hoy?
Gracias Claribel por leerla bajo esa luz. A mí también me sorprendió, confieso, porque cuando apareció por primera vez yo estaba convaleciente y no quise ni verla. Para corregir pruebas de la reedición acabé releyéndola y me impresionaron las reverberaciones que tenía con el gobierno argentino anterior, sobre todo el tema de las prisiones arbitrarias. Es cierto que nuestra realidad es cíclica, pero a cada vuelta parecería empeorar. Me llevó demasiados años escribir El Mañana, culpa quizá del título… Vaya una a saber. El hecho es que empezó durante la crisis del 2001 y las rebabas del menemato, pero después las tempestades se calmaron y yo me dediqué, con complejas idas y vueltas que fui descartando, a dibujar una distopía. Distopía que con el cambio de signo político pareció hacerse realidad.
En cuanto a tu pregunta sobre el futuro, para contestarte tendría que escribir otra novela. Solo así capto lo que está en el aire. Ahora bien, lo que deseo, y eso responde a mi voluntad y no a mi percepción, es que termine de una vez el neoliberalismo y el capitalismo salvaje que nos está llevando a la muerte, a los humanos y al planeta entero.
La fascinación de lo raro está en tu literatura. ¿Te fascina el desconcierto?
Más que fascinarme, siento muy profundamente el valor de lo diferente, la necesidad de captar la multiplicidad y riqueza de este mundo con todas sus contradicciones y sombras. Lo que me fascina es la sorpresa: pero no sorprender a quienes me leen, sino sorprenderme a mí, alcanzar con la palabra -escrita, es así como me sale la cosa- territorios que antes me fueron desconocidos. Por lo cual el desconcierto forma parte ineluctable de este concierto tan extraño que llamamos realidad.
La ficción ¿puede ser política?
Creo que la buena ficción siempre lo es, mucho más allá –menos mal— de las intenciones de quien la escribe. No creo en el mensaje explícito, no creo en la bajada de línea, pero ante la vida solemos tener una posición política, o al menos ética, y eso va a reverberar en nuestra escritura. Como bien habrás experimentado, escribir ficción lleva a explorar lo que no se sabe sobre aquello que se sabe.
¿Qué es lo más desafiante a la hora de escribir sobre la violencia, la locura, la tortura… Pienso en Cambio de armas.
Hacerlo por absoluta necesidad de derivar algún sentido de tanto horror. Y tener la valentía de responder a ese imperativo que salta por encima de las barreras de censura, tanto la interna como la externa.
Muchas de tus ficciones presentan protagonistas en crisis. ¿Qué significado tiene esta palabra para ti?
Nunca lo pensé así, pero tenés razón. Quizá porque la instancia de crisis actúa como pivote que tuerce el rumbo preestablecido y nos conduce a zonas inexploradas y profundas. Y con suerte nos señala un camino.
Escribes novela, cuento, microrrelato y ensayo, cuatro géneros diferentes. ¿Hay un tiempo diferenciado que le dedicas a cada uno o puedes pasar de uno a otro sin mayores problemas? ¿Cuál es la importancia del lenguaje en tu obra?
El lenguaje es el lazo de unión entre todos los géneros que abordo. No me puedo separar de su sentido profundo, implícito, todo lo que como máscara el lenguaje devela al intentar velar. Y viceversa. Pero la diversidad para mí es un fenómeno inexplicable, ineludible. Suelo empezar un texto con una frase o una pregunta, y desde allí me largo a explorar, sin mapa alguno. Pero de entrada sé si se tratará de cuento o novela o simple y fugaz minificción. Distinto es con un ensayo, que parte de algún postulado o idea previos. Para no hablar del periodismo que requiere una óptica totalmente distinta. Pero es como si mentalmente tuviera diferentes programas que se activan a su debido momento. Cuando se activan…
Has dicho: “El hilo racional me es imprescindible” pero también “Soy una escritora que pesca cosas en el aire”. De todas las definiciones que han hecho sobre ti y que recuerdas ¿Con cuál te sientes identificada? ¿Cuál te pareció totalmente equivocada?
Me considero diletante y omnívora en materia de conocimiento. Me siento a mis anchas en las contradicciones, creo que las dos frases que planteás se complementan, no recuerdo nada de lo que se dice sobre mí, hay cosas muy buenas y otras no tanto, ¿pero equivocadas? Lo dudo, en tanto escritora una es multifacética. Menos mal. No quiero ni pensar en quienes te dicen “Yo soy así y nunca cambio”.
Desde que hace muchos años leí una respuesta tuya, a veces, la tomé como mía. En esa ocasión respondiste: “no quiero adherirme a ningún “ismo” que obliga a una especie de corrección política. Ya sea feminismo, marxismo, catolicismo, peronismo. Ni siquiera surrealismo. Al respecto solo creo en la Patafísica, esa “ciencia de las soluciones imaginarias” que propone ver el mundo complementario de este y no tomar lo serio en serio. Por decreto la Patafísica no obliga a nada sino que desobliga.” ¿Cómo te va hoy con la Patafísica?
Con la Patafísica siempre nos va a ir espléndido. Te permite ver las cosas –los tremendos desastres de este mundo hoy, sin ir más lejos- bajo otra luz. Despegarte un poco de la imbecilidad reinante. Los odiadores seriales, como se les llama, me sacan de quicio. Pero por unos momentos me permito el lujo, patafísico por cierto, de “no tomar lo serio en serio” y escribo mis columnas para El cohete a la luna o alguna contratapa para Página 12.
Tu cuento Cuchillo y madre, es uno de los mejores que yo he leído. Ahí dices: “Tres son los protagonistas de esta historia: la hija, el cuchillo y la madre… Se empieza siempre por cercenar. Después hay toda una vida para ir averiguando qué”. ¿Cada cuánto tiempo te acuerdas de tu madre, la escritora Luisa Mercedes Levinson?
Me acuerdo mucho de ella, más allá de hoy cuando esto escribo que es el día de la madre. Pero las efemérides son anecdóticas solo circunstancialmente y mi madre era una anécdota viviente. Además de ser una gran escritora, cosa que temo quedó opacada por su deslumbrante personalidad. Para mí es un doble orgullo: haber tenido esta madre tan intensa, bella y cálidamente narcisista y haber logrado abrirme camino por mi cuenta.
Luisa con Gabriel García Márquez
Luisa con Carlos Fuentes
Luisa con Gabriel García Márquez
Luisa con Carlos Fuentes
Has tenido una vida muy interesante. Escribir sobre dos amigos, dos escritores muy conocidos, no suele ser fácil pero tú lo hiciste en Entrecruzamientos. Cortázar-Fuentes. ¿Te dio miedo?
No conozco el miedo intelectual. Ni siquiera el pudor. Pensá que me crié con Borges, Sábato y tutti quanti y sobreviví alegremente. Cortázar y Fuentes, cada uno con su personalidad tan distinta y poderosa fueron mis amigos. Y en mis diez años de Nueva York me codeé con la crema de la intelectualidad mundial, numerosos premios Nobel pasados y futuros, gracias al New York Institute for the Humanities al que me llevó Susan Sontag. Reconozco que ahí por momentos me sentía apabullada, no tanto con miedo sino con la desesperación de no recordar ciertos textos leídos, citas que me vendrían al dedillo y se me evaporaban. Ante tantos memoriosos, mi desmemoria me hacía sufrir. Lejos de ellos pienso que quizás el olvido sirva para una especie de digestión del conocimiento adquirido.
Fuiste la primera mujer en obtener el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español que se otorga a escritores de larga trayectoria cuya obra publicada haya contribuido a enriquecer el patrimonio literario en español. El jurado reconoció la «extensión y la inteligencia de su obra», así como su «genialidad narrativa» y «constancia”. Fuiste muy amiga de Fuentes (me dijeron que estuvo enamorado de ti y no le hiciste caso) ¿Te imaginas que podría haberte dicho él? ¿Qué piensas de los Premios?
Me encantan los premios que caen del cielo, a los que no te has postulado. De los otros –hablando de miedo- me abstengo. Ni me acuerdo que existen, solo cuando se los gana alguien que aprecio. Creo que no quiero presentarme y sufrir el tiempo de la espera. Pero los premios en general son muy bienvenidos en más de un sentido, no cabe duda, aunque no siempre sean ultra transparentes.
DOS MICRORELATOS DE LUISA VALENZUELA
Cuento de hadas
A los ojos de las princesas doradas todo príncipe azul resulta pálido.
Guillotina
Se autoconvenció de que era solo una ventana y apoyó con curiosidad la cabeza en el alféizar, aprovechando esa hendidura convexa que le quedaba tan cómoda. Desde ese punto de mira la vista no le resultó en absoluto interesante, pero al caer la cuchilla se le llenó de resplandores mágicos. Después, nada. Separada del cuerpo, la cabeza no logró transmitirle tan espléndida revelación.
Cuando le preguntaste a Fuentes en 2011 si había calculado cuántas páginas llevaba ya escritas, el te contestó que no las contaba porque no quería competir con el anuario telefónico. Hay una anécdota que dice que buscas el nombre de tus personajes en el directorio telefónico de New York. ¿Es cierta?
No es cierta. Los nombres de mis personajes no los busco, llegan de manera impensada, el nombre les pertenece, es parte de su idiosincrasia. Solo una vez pedí socorro: al empezar El Mañana necesité un nombre judío de origen egipcio. Le pregunte a mi amiga Simone Diament, nacida en el Cairo, y ella me lo dio. Ómer Katvani. ¿Sabía Simone, como años después señaló la gran escritora mexicana Angelina Muñiz Huberman, que Ómer en hebreo significa decir, contar, y Katvani significa escritor? Lo que no podía saber, en absoluto, era cómo sería mi personaje.
En cuanto a lo de la guía telefónica, quizá lo dijeron porque Ava Taurel, que aparece en un par de novelas mías, es alguien tomada de la más cruda realidad. Es dominatrix de profesión y como tal figura, conté alguna vez, en las páginas amarillas de Manhattan.
Formas parte de una generación de escritores que se caracterizó por tener una obra contundente ¿Qué lee Luisa Valenzuela?
Qué calificativo tan fuerte has elegido, Claribel!. Contundente… me gusta y me inquieta. Te agradezco, no me permite dormir en mis supuestos laureles o lo que fueren: golpe a golpe, verso a verso… Aunque confieso que poesía es lo que menos he leído en mi vida, solo últimamente porque tengo amistades excelsas en ese género. Pero en mi infancia y adolescencia leí toda la ficción imaginable. Ahora me reparto, picoteo feliz en todos los rubros, soy omnívora, insisto, y mi viejo sueño de ser científica o exploradora se consuela con la lectura ecléctica y salteada: física cuántica, mitología, filosofía, lo que venga. Picoteando, sin método ni consistencia. Deslumbrándome. Siempre ha sido así, en realidad.
Sin lugar a dudas has sido una adelantada. En La palabra, esa vaca lechera y Peligrosas palabras dijiste, enunciaste, defendiste el lugar de la mujer y hablaste de la pluralidad cuando pocas se atrevían.
Eran tiempos de conciencia feminista que ahora se olvidan. Todo siempre parece recién nacido, pero las raíces están bien lejos y son profundas. Eso sí, dos nociones que siempre tuve y nunca supe explicitar bien me llevaron indirectamente a escribir sendas novelas. Mi noción de escribir con el cuerpo la dibujé en Novela negra con argentinos, y en El Mañana exploré de las más variadas formas posibles, mi propuesta de que el género tiñe nuestra aproximación al lenguaje.
Alguna vez dijiste “Lamento no haber llevado un diario literario”. Y en otro momento contestaste que La travesía era tu autobiografía apócrifa ¿Has pensado en escribir tus memorias…?
Memorias propiamente dichas no, pero sí un salpicón de recuerdos mezclados con otros temas que es lo que estoy escribiendo ahora. Entre dos pestes. Porque en 2010, con el Sars de entonces me pesqué una meningitis que casi me mata. Al salir de todo ese espanto y tras largos meses de convalecencia anhedónica, logré recuperar la escritura para entender que es mi única forma de vincularme con la realidad, de derivar algún magro sentido de esto que llamamos vida. Y escribí y escribí una secuela de textos híbridos pero concatenados, que se interrumpieron al cabo de varios meses. Siempre quise retomarlos desde otro lugar, pero los resultados no me satisfacían. Hasta ahora. Todas las pestes, la peste, y entro de vuelta en la exploración ecléctica, ahora con más humor que no sé de dónde sale en medio de la catástrofe (quizá por eso), y sueños y refecciones, y recuerdos e indagaciones se entremezclan creando un patchwork que me tiene entusiasmada.
En Los deseos oscuros y los otros: Cuadernos de New York dices: “Quizá convendría tomar conciencia ahora antes de que sea demasiado tarde: no pretendo utilizar ahora todo este material espiralado. Estoy imitando a las ardillas, acaparo para las largas noches del invierno senil cuando no pueda pergeñar otras cosas, solo barajar memorias como quien junta figuritas. […] Aunque este material es más que nada para mí, para ver claro. ¿Cómo se siente ser una escritora tan lúcida que aunque cumpla años cada vez es más joven?
Aclaro que el material espiralado alude a la enorme cantidad de cuadernos con espiral que fui rellenando por décadas y que ordeñé solo parcialmente en un par de oportunidades. Pero no me ha llegado aún el invierno de la inventiva para tener que recurrir a ellos. La verdad es que vivo el paso de los años como verdadero enriquecimiento. No me pesan, me estimulan, me dan aliento y soy una bolsa llena de recuerdos y experiencias. Achaques he tenido toda mi vida, así que ya estoy acostumbrada. No son peores que otros aunque temo no poder nunca más recorrer a pie el país Dogón, al pie (valga la redundancia) del farallón de Bundiagara, por el desierto del Sahel, de villorrio en villorrio, durmiendo en los techos planos de las chozas. De todos modos ahora no se puede viajar, pero todo eso ya está en mí. Como tantas otras vivencias. Y tengo, agradezco, un optimismo y un sentido del humor innatos que me mantienen a flote. Intento ser contagiosa en ese aspecto.
«El dedo de Dios»
A manera de disculpa, improvisando le pregunté si tenía en cuenta la simbología freudiana del falo cuando escribía sobre cuchillos y cuchilleros. “Usted es una joven escritora moderna”, me contesto sin contestar, “y yo soy un pobre viejo ciego”. Y ahí me dejó. Boqueando en el vacío. Hasta la mañana siguiente, cuando desde el Village atravesábamos todo Manhattan en el coche del poeta Daniel Halpern para llegar a la Universidad de Columbia donde seguirán sus charlas y mis preguntas, pero solo para estudiantes, menos mal. Esa mañana Borges se giró levemente la cabeza y me enfrentó: “Usted anoche mencionó el falo…” “Sí, Borges, pero hablando de los cuchillos, como metáfora”, intenté disculparme. “Conozco una metáfora mejor”, me contestó: “El dedo de Dios”. “¿No le parece un tanto pretenciosa?”, me asombré. “Y sí”, reconoció Borges muy a su pesar; “Creo que es de Victor Hugo”
Luisa Valenzuela y Jorge Luis Borges en Nueva York 1969.