A manera de disculpa, improvisando le pregunté si tenía en cuenta la simbología freudiana del falo cuando escribía sobre cuchillos y cuchilleros.
“Usted es una joven escritora moderna”, me contesto sin contestar, “y yo soy un pobre viejo ciego”. Y ahí me dejó. Boqueando en el vacío.
Hasta la mañana siguiente, cuando desde el Village atravesábamos todo Manhattan en el coche del poeta Daniel Halpern para llegar a la Universidad de Columbia donde seguirán sus charlas y mis preguntas, pero solo para estudiantes, menos mal.
Esa mañana Borges se giró levemente la cabeza y me enfrentó:
“Usted anoche mencionó el falo…”
“Sí, Borges, pero hablando de los cuchillos, como metáfora”, intenté disculparme. “Conozco una metáfora mejor”, me contestó: “El dedo de Dios”.
“¿No le parece un tanto pretenciosa?”, me asombré.
“Y sí”, reconoció Borges muy a su pesar; “Creo que es de Victor Hugo”
Luisa Valenzuela y Jorge Luis Borges en Nueva York 1969.