El vertiginoso empuje que la biología le dio en estos días a la tecnología no lo hubiera podido concebir ni el más avezado experto en prospectiva. Las aplicaciones de comunicación en un mundo que se despertó una mañana convertido a la virtualidad por el aislamiento obligatorio, han desatado una batalla inédita para captar usuarios en medio de denuncias de robo de datos y amenazas a la privacidad. Y de nuevo el miedo, a que se apropien de los datos personales que, entre nos, hace años que los especialistas en macrodatos acumulan con voracidad cada vez que navegamos por internet, posteamos en las redes sociales, hacemos una compra electrónica, un medicamento, pasamos por un peaje o usamos el transporte público. Todo se relaciona para configurar tendencias, perfiles de compradores, de votantes, datos de salud, lo que pidan…
Byung-Chul Han, el filósofo sur-coreano reflexionó sobre las implicancias y el altísimo valor, ya no comercial, que pasaron a tener los datos acumulados durante el azote de la pandemia: la big data, obtenida por diversos canales sobre los ciudadanos, resultó clave para el control de la propagación del virus. Compara, en su observación, las distintas reacciones en Oriente y Occidente con respecto a ese control por medio de los datos: en los países de Oriente la conciencia crítica sobre la privacidad de los datos es prácticamente inexistente, y se tiene la firme creencia y confianza en que el Estado logrará enfrentar al virus con éxito a través de la vigilancia digital. Asegura Byung-Chul Han que “se podría decir que en Asia las epidemias no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos. Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado”.
El control se implementa a través del panóptico digital, concepto de origen arquitectónico que retoma Han y que describe un sistema edilicio carcelario para el control total por medio de la observación permanente. La intención del diseño de la cárcel es inducir a los reclusos a un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder. La idea fue tomada antes por Michel Foucault en sentido político: el panóptico como sistema de autoridad y control, como maquinaria de poder, una organización piramidal con un jefe que distribuye poder de control en miles de individuos lo cual permite al poder disciplinario ser a la vez absolutamente indiscreto, ya que está por doquier y siempre alerta, no deja ninguna zona de sombra y controla a aquellos mismos que están encargados de controlarlo. Por los medios se escucha repetidamente la difusión de un número de contacto para denuncias de quienes nos parezca que no están cumpliendo con las normas exigidas de aislamiento. ¿Nos estarán instando a convertirnos en vigiladores, rastreadores de rebeldes entre nuestros vecinos?
En tiempos del big data, el panóptico digital no requiere un estado policial que averigüe los datos para controlar, ni que se tienda una red de controladores, porque la gente, en su afán de mostrarse y «transparentar» todo, ofrece sus datos voluntariamente y deliberadamente en las redes, e inconscientemente cada vez que usa internet. Esa enorme acumulación de datos da un inmenso poder a quien los posee y la transferencia de poder sin instancia de debate u oposición es la lógica consecuencia de la emergencia. En medio de la tormenta hay que obedecer al capitán, todo cuestionamiento se interpreta como un motín, porque lo importante es llegar a tierra firme, vivos en lo posible. El historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari, tan citado en estos días, advirtió en un artículo publicado en el Financial Times que las medidas tomadas durante la emergencia se naturalizarán como parte de nuestras vidas, porque así son las emergencias: «…aceleran los procesos históricos. Decisiones que en tiempos normales llevarían años de deliberación se aprueban en cuestión de horas».
En medio de la oscuridad de esta tormenta, mientras escribo este mediodía nació Zoilo -su nombre significa “lleno de vida”-, mi sexto nieto, y se abre paso la luz en las tinieblas. El milagro de la vida es una afirmación contundente e inapelable, no se detiene, sigue su ciclo interminable de volver y volver con la persistencia de la gota sobre la piedra, con el empeño de Sísifo para subir la cuesta, con la obstinación que ha mantenido a los humanos en el planeta a pesar de las guerras, los cataclismos y sí, las pandemias.
Las reflexiones sombrías de los filósofos, los ceños preocupados de los economistas, la penosa pantomima de los políticos y sus malabarismos tratando de controlar la catástrofe biológica, todo se desliza, se escurre y se desmaterializa a mi paso mientras avanzo, sonriendo, feliz.