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Perdedores y Ganadores

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Por Cecilia Abdo Ferez

Por la pandemia, el cine se aloja en plataformas que, paradójicamente, hacen más democrático su acceso. El Goethe-Institut agrupó una serie de películas bajo el amplio concepto de “Resistencia” (https://widerstand.goethe-on-demand.de).

Losers and Winners se destaca. Hasta impresiona. Presentada en 2006, bajo dirección de Michael Loeken y Ulrike Franke, el documental acompaña el desmontaje de una fábrica emblemática de coque, en Dortmund. Están los alemanes, que siguen abriendo oficinas que pronto serán cerradas del todo y están los chinos, un contingente de trabajadores que se instala en la fábrica transitoriamente, para desmantelarla y llevarla a ser reinstalada en China. Todos hombres, a excepción de la traductora, una joven china que intenta contener las quejas de uno y otro lado y que será gradualmente dejada de lado.

Durante una hora y media, lo que se ve no es solo un proceso de desplazamiento, de desmantelaje de hierros, galpones y maquinaria que parece vetusta. Lo que se intuye es el recentramiento del proceso económico global, de Occidente a Oriente, en la muestra de las relaciones no siempre amigables de trabajadores con culturas muy diversas, la de chinos y alemanes. Los alemanes, neuróticos de sus formas de precisión y seguridad: se ríen de los enchufes que los chinos inventan y que les parecen “creativos”, en una despectiva manera de interesarse por lo que los demás parecen hacer con alambres y que, sin embargo, funciona. Se ufanan de la falta de cuidado en el uso de las escaleras (uno tira incluso una escalera, para mostrarle a los chinos que no van a bajar más del techo, si no la aseguran bien la próxima vez). Se impresionan de la capacidad de trabajo descomunal de ese contingente precarizado, que vive, festeja y cuenta poquísimos euros, al final de esos meses de yugo. Con el tiempo, los chinos hablan alemán, cada vez mejor. Cada vez con más sutileza. Hasta se defienden de los prejuicios: no son tontos, dice uno, hacen este desmontaje desde hace décadas. Décadas. Con sus propios métodos.

Escenas preciosas se suceden. Premonitorias. En una especie de subtexto que parece decir que no es que los chinos sean los vencedores, sino que un poco perderemos todos, con ese mundo del trabajo a como dé lugar y de la forma en que se precise. Reunión de trabajo. Alemanes que exigen que se traduzca el catálogo de condiciones de seguridad y chinos que, a su turno de hablar, dicen cosas como: “somos representantes del Estado aquí, seremos eficientes y útiles”. Rezos laicos a un Estado interiorizado y voraz, que, sin embargo, les garantiza alojar sueños como los de estudiar después de esto, de comprar cosas, de criar mejor a los hijos.

No hay aquí malentendido cultural. Hay admiración, de unos a otros: los chinos que quieren que en una centuria puedan apropiarse de toda la tecnología alemana, pero sumarle su devoción al sacrificio. Alemanes que se ven rebasados por una fuerza geopolítica, que sin embargo se encarna en esos, precarizados que viven en mini habitaciones por meses y trabajan de sol a sol. Hay también duda. Duda de les realizadores sobre si esto es un pronóstico: el de China alojando fábricas que se creía superadas, por contaminantes, por anacrónicas, y que, sin embargo, logran recuperar esplendor con el cambio de los precios relativos de los commodities (el coque tuvo su precio histórico mínimo en 2002 y lo centuplicó, pocos años después). Dudas compartidas en espectadores: ¿es éste el mundo que se viene? ¿esta especie de extracción al máximo del tiempo de vida de cada quién, de los recursos naturales y una relocalización de la industria para ser mayormente proveedores o consumidores de China? Ese mundo, ¿ya empezó?

Por momentos la película denota nostalgia. “El mundo forma parte de la vida”, dice el trabajador alemán cuando cierra la fábrica. No es nostalgia de su vida anterior, solamente. Es nostalgia de un mundo donde están divididos los tiempos de trabajo y de ocio. Y también hay cierta nostalgia de procesos de trabajo donde la seguridad cuenta, donde los derechos laborales cuentan. Quizá allí la película es demasiado alemana: esas seguridades y derechos son difíciles de encontrar en el resto del planeta. Pero la nube negra que la película arroja es que incluso todo puede ser peor. Ahí la nostalgia deja paso a la inquietud, al resquemor.