Dante Bertini, ilustrador argentino afincado por décadas en Barcelona vuelve al país. Trae, en su mudanza, su literatura e incontables dibujos de personajes del mundo del arte, las letras, el cine o la música que merecen disfrutarse.
Lo conocí hace mucho, en Ibiza, cuando yo era camarera del Bon LLoc, un restaurante pequeñísimo de Dalt Vila y él ya preparaba el lanzamiento de su tienda Dadá con su socio de la vida Jorge Chapuis con quien diseñaron las camisetas de las icónicas discotecas Ku y Pachá y las de los cafés Montesol y su vecino Mar y sol.
Yo tenía veintiún años, Dante un poco más y había dejado una carrera en BsAs. donde se perfilaba como uno de los más afilados ilustradores del país en las redacciones de La Opinión, Tía Vicenta, Clarín y Somos. Convocado por Ernesto Sábato y Roger Pla, fue jefe de arte de Mitomagia, la revista que dirigían.
Mientras dibujaba, y hacía vestuarios para Oscar Araiz, Nestor Tirri o escenografías para las obras de teatro que presentaba el Instituto Di Tella, este chico disruptivo de Almagro encontró allí el lugar donde hubiera querido vivir. Habitué de la Galería del Este en el momento en que la mayor creatividad de la ciudad se paseaba por locales como Madame Frou Frou, El Agujerito, Mary Tapia o la librería La Ciudad, Dante exploraba todo lo que ese mundo le ofrecía y se contactaba con los mejores.
Años más tarde lo acogen Madrid, París, Ibiza y Barcelona, donde se establece. Crecen un allí sus maravillosas ilustraciones para prensa, afiches o cubiertas de libros para editoriales como Plaza y Janés y Planeta. Trabajo y reconocimiento.
Genuino hasta la punta del zapato, Dante busca su yo en cada cosa que hace. Ignora las modas, impone las suyas y sigue.
Gracias a la curiosidad por probar una computadora -eran los 80´- que una amiga desecha, entra en la literatura. Encuentra un programa de oficina, para redactar cartas. Escribe a su padre, a un amigo muerto, a veces con detalles brutales, escribe sin saber para quién, como para sí mismo, como quien escribiera un diario íntimo.
Un amigo lee ese material y encuentra allí una novela. Dante se lanza, no se reprime, honra la teoría de Cortázar – “las palabras son limpias, valen porque definen cosas de la mejor manera
,ningún escritor argentino de mi generación se ha atrevido a usar con naturalidad aquellas que eran consideradas sucias”
– y la toma como un desafío
En su vida siempre aparece quien ve su calidad y lo impulsa a editar, a animarse, quien lo descubre como escritor, como poeta. Él, como un niño obediente, se aplica a las propuestas.
Mientras sigue dibujando se presenta al premio de narrativa erótica de Editorial Tusquets con Las salvajes mimosas y, al quedar finalista, pasa a formar parte de los autores de la casa.
Al año siguiente, 1993, movido por una especie de misticismo erótico que lo convoca, gana, allí mismo, el primer premio con El hombre de sus sueños.
Sus poemas desembocan en Eros Desencadenado: “Ni más ni menos que la historia de una calentura, un orgasmo y un después” y en otros poemarios como “El señor B”, “Tantos poemas tontos” y “Amorymás”.
Hace unos años recuperé a Dante casi por casualidad. Tomamos cafés en Barcelona, conocí su casa, su gato y su poesía. Me deleité con las ilustraciones que brotaban, incesantes, de su planera. Cuando volvió para instalarse en la Argentina, en su casa de Mercedes, no dudé en entrevistar a ese artista que no desaprovecha sus impulsos y hace lo que tiene ganas sin molestar a nadie, a ese inmenso dibujante, y poeta un poco fóbico, amante de las plantas, que baila entre las góndolas del supermercado si la música lo invita. Recordé sus cientos de miles de dibujos maravillosos de personajes del mundo del arte, del cine, de la literatura, la sensualidad de su poesía, su capacidad para erizar la piel con la palabra, de mostrar sin pudor, de iluminar sin encandilar. Recordé a Dante Bertini, hoy vecino de Mercedes.