CARGANDO

Buscar

Necochea y Calabria

Compartir

Por Esteban De Gori

Estados Unidos y sus aliados inician la Guerra del Golfo y nosotros llegamos a Necochea. Un día de desembarcos. En el departamento nos quedamos pegados a un televisor amarillo muy pequeño. Una guerra en vivo. Hipnótica para nosotros. En Necochea se libraba otra guerra: viento y calor. Un ataque directo a la epidermis y al sistema nervioso. Las bombas químicas estaban en Necochea y no lo sabíamos. Ataque constante. Guerrillero. Por eso el departamento era el mejor bunker para ver una guerra televisaba y salirse de una playa –a veces- belicosa. En el departamento no poníamos en juego nuestra piel. La guerra era como un videojuego sin joystick. Igual sufríamos. No había ventilador. A mí y a mis hermanos nos repetían que “a la noche va a refrescar” y eso era el fundamento para liquidar cualquier posibilidad de comprar un ventilador. Había crisis en el mundo y nosotros nos poníamos austeros. Italia se aproximaba a su cataclismo político. 1991 es el último año de un sistema político que se había iniciado en los años 40. Nuestro departamento, por cierto de dos ambientes, también se aproximaba a un posible cataclismo. Debía soporta el “sistema calabrés”. En esos días recibiríamos a varias personas de nuestra extensa familia. No existía una proporción visual ni real entre las personas que debían venir y el lugar que teníamos. El problema fundamental era el espacio: tanto para Sadam Husseim, los nuevos malestares italianos que pronto se llevarían puesto el sistema político y nuestras existencias en este país.  

Días después arribaron tíos, tías, primos y primas. Una mesa para seis y una cama matrimonial. Algunos pequeños muebles y el televisor amarillo que trasmitía la guerra. La TV nunca la apagamos. Había que resolver cuestiones básicas, entre otras, dar alojamiento y comida a estos estómagos. Nadie estaría dispuesto a buscar otra cosa después de la hiperinflación que habíamos afrontado. Eso fue otra guerra económica que pasó por nuestras vidas, en carne propia. Todavía recuerdo los saqueos de 1989. La austeridad se profundizó. Desde que mi familia llegó a Argentina fuimos unos espartanos económicos. Necochea no rompería la ley de hierro de nuestra economía familiar. Seguíamos los mandamientos fiscales de una incipiente Unión Europea. Por tanto, comeríamos y dormiríamos en el único lugar del mundo que teníamos: nuestro departamento. Una colonia calabresa de casi 20 personas instalada en un departamento de 50 metros cuadrados. La playa habilitaba un escape cotidiano. Permitía un tránsito continuo de comida a la playa, ya que el departamento se encontraba en frente del balneario. Había que cruzar todo. Gente, comida, imaginación, vajilla, manteles, etcétera. La cena suponía otro nivel de organización. Las personas más pequeñas sentadas en la mesa y los demás comiendo de parado. La imagen era terrible y esa condición se debía a que esa gente podía permanecer días así. La restricción no los asustaba, era como si se burlasen de ella o gozasen el pegoteo. Habitaban la restricción para joderla, molestarla. Mis tías reían porque meses atrás de la Guerra del Golfo la Cicciolina –la diputada- se había ofrecido a Sadam Husseim para detener una posible guerra. Ningún ofrecimiento sexual cambió la decisión del jefe iraquí. Mis tíos, por el contrario, hubieran detenido cualquier guerra por unas caricias de la Ciccio.  El calor nos apremiaba, pero esta gente no se asustaba. Sudaba sin miedo ni rencor. Se cocinaba por etapas. Primero se daba de comer a niños y niñas y luego al resto. Si lográbamos resolver como dormiríamos la primera noche podríamos consolidar una dinámica estable. Eso marcaría los días venideros. Había una cama matrimonial y cuatro colchones. Éramos casi 20.  La cultura siempre te asiste para ordenar las cosas. Se privilegió un criterio tradicional: mujeres en la habitación y varones en el resto del departamento. Criterio que ordenó la espacialidad familiar durante años. Mujeres en una mesa encabezadas por mi abuela que se mofaba de la masculinidad y de sus fragilidades más obscenas y los varones en otra que guerreaban por mantener su masculinidad en alto. No había ningún Marcello Mastroianni que imponga el italian lover en la Argentina. Los migrantes italianos no pudieron aprovechar ese símbolo y debieron limitarse al territorio simbólico argentino que no reivindicaba el sex appeal de los muchachos de la península. Y si,  se adaptaron a la restricción.

Algunos y algunas durmieron en el piso. El departamento estaba caliente. No hubo conflictos, todo el mundo aceptó ese orden.  La noche no refrescó y el número de cuerpos hicieron dignamente su trabajo: aumentaron la temperatura del ambiente.  Pero, pese al sudor, a casi nadie les molestó. Era una suerte de privilegio estar ahí. Entre ronquidos y un acceso al baño que no cesaba pasamos varias noches. Nadie se quejó del piso ni de la tv encendida. Ni de los relatos acerca de una supuesta Cicciolina frenando guerras. Calabreses en el piso. Éramos beduinos sin tienda. Aferrados a como sea a la tierra y al mar.

El mundo sería otro. Estados Unidos ganaría. Sadam Husseim no contestaría a la Cicciolina. El sistema político italiano se caería. Y yo descubriría en ese revoltijo que tenía una familia extensa. En ese amontonamiento nos dimos cuenta que algo nos unía y que la restricciones podían vivirse como una imposibilidad o como un espacio de burla, de sorna y de desafío.  Aquí estamos y acá nos quedamos.


 

Necochea e Calabria


Gli Stati Uniti e i loro alleati iniziano la Guerra del Golfo e noi arriviamo a Necochea (comune della Provincia di Buenos Aires). Un giorno di sbarchi. Nell’appartamento eravamo incollati a un piccolissimo televisore giallo. Una guerra viva. Per noi è ipnotico. A Necochea si combatteva un’altra guerra: vento e caldo. Un attacco diretto all’epidermide e al sistema nervoso. Le bombe chimiche erano a Necochea e noi non lo sapevamo. Attacco costante. Guerriglia. Ecco perché l’appartamento era il miglior bunker per guardare una guerra trasmessa in TV e allontanarsi da una spiaggia a volte bellicosa. Nel nostro appartamento non abbiamo rischiato la pelle. La guerra era come un videogioco senza joystick. Soffriamo comunque. Non c’era nessun ventilatore. A me e ai miei fratelli veniva ripetuto che “stasera farà fresco”, e questo è il motivo per cui abbiamo escluso qualsiasi possibilità di acquistare un ventilatore. C’era una crisi nel mondo e stavamo diventando austeri. L’Italia si stava avvicinando al cataclisma politico. Il 1991 fu l’ultimo anno di un sistema politico che era iniziato negli anni ’40. Anche il nostro appartamento, un bilocale, si stava avvicinando a un possibile cataclisma. Debia supporta il “sistema calabrese”. In quei giorni ricevevamo diverse persone della nostra famiglia “allargata”. Non c’era alcuna proporzione visiva o reale tra le persone che avrebbero dovuto venire e lo spazio a nostra disposizione. Il problema fondamentale era lo spazio: sia per Saddam Hussein, sia per le nuove malessere italiane che presto avrebbero rovesciato il sistema politico e la nostra esistenza in questo Paese.

Giorni dopo arrivarono zii, zie e cugini. Un tavolo per sei e un letto matrimoniale. Qualche piccolo mobile e il televisore giallo che trasmetteva la guerra. Non spegniamo mai la TV. Dovevano essere risolti questioni fondamentali, tra le altre cose, fornendo alloggio e cibo per questi stomaci. Nessuno sarebbe stato disposto a cercare altro albergo dopo l’iperinflazione che avevamo dovuto affrontare. Quella è stata un’altra guerra economica che è accaduta nelle nostre vite, in prima persona. Ricordo ancora i saccheggi del 1989. L’austerità si intensificò. Da quando la mia famiglia è arrivata in Argentina, eravamo economicamente spartani. Necochea non infrangerebbe la legge ferrea della nostra economia familiare. Abbiamo seguito gli obblighi fiscali di un’Unione Europea appena nata. Quindi mangiavamo e dormivamo nell’unico posto al mondo che avevamo: il nostro appartamento. Una colonia calabrese di circa 20 persone insediate in un appartamento di 50 metri quadrati. La spiaggia offriva un rifugio quotidiano. Ciò consentiva un flusso continuo di cibo, poiché l’appartamento si trovava di fronte alla zona balneare. Tutto doveva essere attraversato. Persone, cibo, immaginazione, piatti, tovaglie, ecc. La cena richiedeva un altro livello di organizzazione. Le persone più piccole si siedono a tavola e gli altri mangiano in piedi. L’immagine era terribile e quella condizione era dovuta al fatto che quelle persone potevano rimanere in quelle condizioni per giorni. La restrizione non li spaventava, era come se la stessero prendendo in giro o si stessero divertendo a essere puniti. Si limitavano a infastidirla. Le mie zie ridevano perché mesi prima della Guerra del Golfo, la Cicciolina, la deputata, si era offerta a Saddam Hussein per fermare una possibile guerra. Nessuna offerta sessuale ha cambiato la decisione del leader iracheno. I miei zii, invece, avrebbero fermato qualsiasi guerra con qualche carezza della Ciccio. Il caldo ci opprimeva, ma queste persone non avevano paura. Sudava senza paura o risentimento. La cottura è avvenuta in più fasi. Prima vennero nutriti i ragazzi e le ragazze, poi tutti gli altri. Se riuscissimo a capire come dormiremmo la prima notte, potremmo stabilire una dinamica stabile. Ciò avrebbe segnato i giorni a venire. C’era un letto matrimoniale e quattro materassi. Eravamo quasi in 20. La cultura ti aiuta sempre a mettere le cose in ordine. È stato privilegiato un criterio tradizionale: donne nella stanza e uomini nel resto dell’appartamento. Criterio che ha ordinato per anni la spazialità familiare. A un tavolo sedevano donne, guidate da mia nonna, che prendevano in giro la mascolinità e le sue debolezze più oscene, e a un altro tavolo sedevano uomini, che lottavano per mantenere la loro mascolinità. Non c’era nessun Marcello Mastroianni a imporre l´italian lover in Argentina. Gli immigrati italiani non potevano approfittare di quel simbolo e dovevano limitarsi al mondo simbolico argentino, che non reclamava il sex appeal dei uomini della penisola. E sì, si adattarono alla restrizione.

Alcuni dormivano sul pavimento. L’appartamento era caldo. Non ci furono conflitti, tutti accettarono quell’ordine. La notte non era fredda e i numerosi corpi fecero degnamente il loro dovere: innalzarono la temperatura ambiente. Ma nonostante il sudore, quasi nessuno ne fu infastidito. È stato un privilegio essere lì. Abbiamo trascorso diverse notti tra il russare e l’incessante accesso al bagno. Nessuno si è lamentato dell’appartamento o della TV accesa. Né delle storie su una presunta Cicciolina che ferma le guerre. Calabresi a terra. Eravamo beduini senza tenda. Aggrapparsi alla terra e al mare con ogni mezzo necessario.

Il mondo sarebbe diverso. Gli Stati Uniti vincerebbero. Saddam Hussein non rispose a Cicciolina. Il sistema politico italiano crollerebbe. E in quel pasticcio scoprii che aveva una famiglia allargata. In quell affolamento, ci siamo resi conto che qualcosa ci univa e che le restrizioni potevano essere vissute come un’impossibilità o come uno spazio per la presa in giro, il sarcasmo e la sfida. Eccoci qui e qui restiamo.

Artículo previo
Próximo artículo