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Juan Tallón: Escritor es todo lo que soy

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Por Valeria S. Groisman

Foto: Laura Ortega

Creo que la primera vez que leí a Juan Tallón (Vilardevós, Ourense, 1975) fue en Instagram. Habrá quien crea que eso no importa, que el dato de dónde la periodista descubrió al entrevistado tiene poco o ningún interés. Sin embargo, a mí me parece una declaración necesaria, porque, a pesar de lo mucho que se las cuestiona, las redes sociales son espacios donde se hace, se comparte, se comenta y se consume literatura. Son espacios por donde también es posible asomarse a nuevas voces.

Tallón no es una voz novata, desde luego. El mejor del mundo (Anagrama), volumen que acaba de publicar, es su octava novela. Con una trama kafkiana, se sumerge en la historia de Antonio, un empresario gallego exageradamente ambicioso al que la vida se le desmorona de manera inesperada. ¿Pueden los viajes distorsionar la realidad? ¿Tienen acaso la capacidad de cambiar a las personas?

Filósofo de carrera, periodista de oficio, pero sobre todo escritor, Tallón también lleva en su haber libros de no ficción como Libros peligrosos y Mientras haya bares.

Entre sus obras de ficción más conocidas están Rewind, un libro en el que juega con el tiempo como artilugio para redimir la culpa, y Obra maestra, que parte de un hecho verídico y de una pregunta: “¿Cómo pudo desaparecer de un almacén del Museo Reina Sofía una enorme escultura de Richard Serra de treinta y ocho toneladas?”. El texto es un abordaje narrativo para intentar responderla. El narrador camaleónico de Tallón buscará la respuesta como se busca una aguja en un pajar (valga la frase hecha), o, dicho de otro modo, entre un enjambre de testimonios que funcionan como pistas para un detective.   

Unos días antes de que su último libro llegue a la Feria del Libro de Buenos Aires, Tallón respondió este cuestionario en forma escrita desde el otro lado de océano.

VSG: Estudiaste filosofía, trabajaste gran parte de tu vida como periodista y sos autor de ficción. Eso dice tu biografía, pero si vos tuvieras que definirte en dos o tres palabras (o en una), ¿qué dirías?

JT: Escritor es todo lo que soy. El estudio de la filosofía fue una estrategia para pasarme cinco años leyendo, y el periodismo, a continuación, una estrategia para vivir de la escritura. Todo lo que he querido hacer siempre es escribir novelas, e inventar la verdad en cada una de ellas.

VSG: Acabás de publicar “El mejor del mundo”, que, me arriesgo a decir, podría resumirse como el relato de un derrumbe. ¿Cómo nació la trama: a partir de una imagen, de una frase, de una historia real? 

JT: El mejor del mundo es mi tercera novela publicada en Anagrama, pero la octava de mi currículo, si sumamos las que escribí en gallego y en español. Creo que todas mis novelas, y por ende las de cualquier escritor, tienen que ver con algún tipo de derrumbe. Siempre nos estamos contando historias sobre personajes que sueñan con alcanzar algo, y a la postre tienen que modular su sueño o soñar otra cosa, porque reciben un golpe de realdad que los despierta. Dicho esto, que no viene a cuenta de nada, el origen de El mejor del mundo se encuentra en 2005, cuando vivía el mejor momento de mi vida, acababa de comprarme un apartamento, no tenía pareja, disfrutaba de mi trabajo y leía tres libros a la semana. No le pedía nada más a la vida: solo que durase. Y una noche, soñé que regresaba a casa después de trabajar y al abrir la puerta me encontraba a dos desconocidas dentro: mi mujer y mi hija. ¡Primera noticia! Y lo peor no era que de pronto tuviese mujer e hija, sino que me sumaba a esa dinámica nueva, no podía revelarme contra ella. Y entonces me despertaba. Estuve varios años soñando eso. La novela viene de ahí. Quise tomar esa extrañeza, mitad kafkiana mitad borgeana, y levantar una novela a partir de ella. Una cosa muy disparatada que me permitía tomar distancia con la alegría de mi anterior libro, Obra maestra, que amenazaba con volverse el único libro decente de mi carrera literaria.

VSG: En el texto se cuelan varios argentinismos. ¿Cuál es tu vínculo con la Argentina? 

JT: Me gusta exagerar, como a casi todo el mundo, pero creo que digo la verdad si afirmo que sin la literatura argentina no sería el escritor que soy (no sé qué escritor soy, vaya por delante). Sus autores, junto con los norteamericanos y los españoles, son el pilar sobre el que descansa mi formación como novelista. Fuera de eso, he estado por trabajo un par de veces en Buenos Aires, por períodos de quince días, y soy traductor de un libro de César Aira al gallego, una cosa bastante inaudita.

VSG: En “Obra maestra”, tu anterior novela, jugás con la hibridación, la de la literatura y el periodismo. Pero también otro tipo de mestizaje que tiene que ver con las voces, lo que le permite al lector entrarle a la historia desde múltiples miradas. Me gustaría que me cuentes cómo fuiste desarrollando esa trama construida a fuerza de testimonios. 

JT: Encontrar el modo de narrar la historia me llevó casi tanto tiempo como recabar testimonios. El proyecto siempre quedaba relegado porque no encontraba la estructura que hiciese atractivo el relato. Y al final, si Obra maestra resulta interesante es porque fondo y forma se entienden íntimamente, hasta disolverse en la misma cosa.

VSG: Con “Obra maestra”, ¿en algún momento sentiste que tenías que repensar el texto desde un abordaje más convencional?

JT: No, nunca, en absoluto. Siempre tuve claro que esa historia, con todas sus bifurcaciones, no admitía un abordaje convencional: nada de un protagonista fuerte, ni de un narrador en tercera persona, ni de un uso lineal del tiempo narrativo. Imposible escribirla así.

VSG: En general, cuando escribís, ¿qué viene primero: la estructura o la trama? 

JT: No hay una pauta. Rewind, por ejemplo, nació como estructura pura. Quería contar una historia desde varios puntos de vista, que cada narrador, siempre en primera persona, se acercase de un modo muy subjetivizado a la historia. No me parecía ni necesario que se conociesen entre sí, aunque la historia los pusiese en común. Solo eso tenía: la abstracción de la estructura. A partir de ahí busqué la historia, el conflicto, los personajes, la época, el tratamiento del tiempo, el espacio. Obra maestra, en cambio, nació como un mero suceso: la pérdida inexplicable de una escultura de treinta y ocho toneladas que nunca aparece. Pero yo no pretendía simplemente ahondar en ese suceso. Mi objetivo era que ese fuese la percha para contar muchas otras cosas, contar mi país, su funcionamiento, la relación de la administración pública con sus ciudadanos, deseaba contar una época de ese país, hablar del arte, de cómo se origina, cómo se gesta, así que durante años urdí la estructura que mejor podía servir a esas pretensiones.

VSG: En tu cuenta de Instagram llevás una suerte de diario íntimo de tu vida como padre. Crónicas mínimas, ¿no? ¿Las escribís de un tirón directamente en el celular o son textos planificados, editados, etc.?

JT: No sé escribir en el celular. A lo más, tomo alguna nota para desarrollarla después. Cada vez más, las cosas que escribo en Instagram son los comienzos de las columnas que publico en la prensa española.

VSG: Leí que escribís en castellano pero también en gallego. ¿Cuál es tu lengua madre? ¿Te sentís más cómodo escribiendo con una en especial? ¿Qué particularidades de la escritura se ponen en juego cuando escribís en gallego y cuando escribís en castellano? 

JT: Hace muchos años que dejé de escribir en gallego. Tantos que no recuerdo cómo esa lengua movía mi pensamiento cuando me sentaba ante una novela. No obstante, mis tres primeras novelas fueron escritas en esa lengua. Cuando quise publicar la cuarta, El váter de Onetti, no encontré editor. Fue bastante frustrante. Decidí traducirla al español, y en medio año estaba en las librerías. Ese episodio me generó un cierto rencor lingüístico. Desde entonces no he vuelto a escribir en gallego. Por supuesto, he perdido competencias, músculo, reflejos, chispa. Las cosas se mueren por falta de uso. A veces también se mueren por el demasiado uso. Conclusión: por lo que se ve, todo se muere. Fue mi lengua materna, la sigo hablando con muchas personas. Pero me cuesta creer que vaya a volver a usarla literariamente. Pese a lo cual, hace tres años, traduje al gallego yo mismo Rewind. Una vez y no más. No pude aburrirme más.

VSG: ¿Cómo sos como lector? ¿Resaltás, anotás, usás señalador? ¿Leés autores contemporáneos? ¿Ficción, filosofía, no ficción?

JT: Leo, subrayo, doblo la puntita de la página, y al acabar el libro paso a un cuaderno lo que he subrayado. Y siguiente libro. Fundamentalmente, leo ficción. Es lo que más me interesa. Muy poca filosofía ya. Me empaché entre los 18 y los 23 años, quizás. Y no ficción, también, aunque un poco menos. No releo demasiado. Y debiera. Leo mucha literatura contemporánea. Demasiada, en mi opinión. Soy un lector poco alienado por el ritmo exasperado de publicación de novedades. Me encantaría tirarme de ese tren en marcha, y matarme, y entonces ponerme a leer solo libros que lleven, en el mejor caso, veinte años publicados.

VSG: ¿Llegás a los libros por recomendación o sos merodeador de librerías? ¿Qué estás leyendo ahora?

JT: Leo los suplementos literarios, las secciones de cultura de la prensa, y al mismo tiempo voy un par de veces a la semana a las librerías, a dejarme sorprender. Ahora mismo estoy leyendo Confeti, de Jordi Puntí. Justo antes leí el ensayo literario El pequeño Gatsby, de Rodrigo Fresán, y mi siguiente libro dudo si será Los sorrentinos, de Virginia Higa, o la relectura de Conversación en La Catedral o La casa verde, de Vargas Llosa.

VSG: ¿En qué estás trabajando ahora (si se puede contar…)? 

JT: He acabado una novela breve, de ciento veinte páginas, sobre el estilo de vida alienada en el que hemos caído, esclavizados por la velocidad, la tecnología, el déficit de atención, hasta hacer inexplicable la vida sin el trabajo. Y entonces, zas, pagas un precio insoportable por ello. Ya te he contado demasiado.

VSG: Por último, ¿creés que el escritor de ficción debe asumir un compromiso político o social tanto en su texto como en la vida que gira alrededor de su obra? 

JT: Yo creo que el escritor solo debe de sentirse obligado a escribir el mejor libro posible. Si asume un compromiso social y político o no, si da cuenta en sus libros o no de su época, si es más o menos coherente en su vida personal, son consideraciones de las que yo no le voy a pedir cuenta en tanto escritor. Yo voy a ir a la librería, a pagar su libro, a hacer, digamos, una inversión, a llevármelo a casa, a leerlo, y entonces sí, te voy a decir qué me parece ese escritor, pero siempre, por los valores literarios de su libro.

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