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Innerarity: Hemos sobrevalorado la creatividad

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Por Valeria S. Groisman

Es viernes y, para ser exactos, son las diez y treinta de la mañana. A un par de barrios de distancia se celebra la Feria del Libro de Buenos Aires, un evento que cada año reúne a escritores, libreros, editoriales y lectores, y motivo por el cual el filósofo Daniel Innerarity viajó a la Argentina por onceava vez. Ya es casi lo que se dice un habitué.

Su último libro es Una teoría crítica de la inteligencia artificial, en el que reflexiona sobre el tema del momento, y lo hace no sólo con un notorio respaldo teórico sino desde una perspectiva muchas veces contraintuitiva. Porque sabe que es un tema muy “pisado” y también sabe que él puede ofrecer una mirada diferente. Eso no lo dice él, lo pienso yo.

-Perdón, es que acabo de recibir una gran noticia -se disculpa Innerarity cuando me ve.

Se retrasó apenas cinco minutos y ya siente pena. 

Innerarity es un tipo amable, cálido y bien predispuesto. Rezuma sabiduría, pero no alardea. Es agradecido y respetuoso. Lee mucho, pero no ficción. Escribe aforismos (es su gran secreto, ahora revelado), pero nunca los ha publicado. Es montañista y le gustan el buen comer y el buen beber. Es padre de hijos varones y fue alumno del crítico cultural inglés George Steiner. Es amiguero y generoso: cada veinte o treinta palabras cita a un amigo que ha dicho o ha hecho tal o cual cosa. Uno de sus amigos es el también filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas. Qué honor, le digo. Vivió en Estados Unidos y en Francia, y ahora tiene un pie en Italia y otro en el País Vasco, de donde es oriundo.

Innerarity es todo eso que no está en su biografía, claro, pero es también catedrático de Filosofía Política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco, director del Instituto de Gobernanza Democrática y profesor en el Instituto Europeo de Florencia, donde es titular de la cátedra Artificial Intelligence & Democracy. Ha sido docente invitado en diversas universidades europeas y americanas, como la Universidad de la Sorbona, la London School of Economics, la Universidad de Georgetown y el Max Planck Institut de Heidelberg. Sus últimos libros son La política en tiempos de indignación (2015), La democracia en Europa (2017), Política para perplejos (2018), Comprender la democracia (2018), Una teoría de la democracia compleja (2020), Pandemocracia. Una filosofía de la crisis del coronavirus (2020), La sociedad del desconocimiento (2022), La libertad democrática (2023) Una teoría crítica de la Inteligencia Artificial (2024), ganadora del III Premio de Ensayo Eugenio Trías.

Es colaborador habitual de opinión en El País, El Correo/ Diario Vasco y La Vanguardia. Y ha recibido numerosos premios y reconocimientos. Entre otros, el Premio Euskadi y el Premio Nacional de Ensayo, así como el Premio Príncipe de Viana de la Cultura 2013 y el Premio Nacional de Investigación Ramón Menéndez Pidal en el área de Humanidades, en 2022. Este mismo año fue nombrado Chevalier des Palmes Académiques por el gobierno francés.

Sin prisa y con calma, conversamos con Innerarity sobre temas diversos, y a la vez, enraizados. Desde la inteligencia artificial y la desinformación hasta el cambio climático y la inmigración. Desde Platón hasta Milei y desde Elon Musk hasta Borges. Desde la democracia hasta la educación y  desde el apagón en España (a fines de abril de 2025) hasta el segundo mandato de Trump.

¿Te preocupa el avance de la inteligencia artificial?

Me ocupa. Creo que hay un conjunto de riesgos, posibilidades espectaculares de desarrollo económico, sanitario, de organización del tráfico, de descarga de ciertas tareas de nuestro trabajo que son muy rutinarias, que son muy pesadas

Hay una cierta analogía con lo que fue la automatización. Y vamos a hacer un descubrimiento muy inquietante, que lo estamos haciendo ya, sobre todo con el chat, y es que buena parte de lo que hacemos tiene muy poco valor. Eso nos confronta a una reinvención personal, organizativa y política que es dolorosa y al mismo tiempo abre niveles de justicia y de injusticia que tenemos que resolver.

Decís en tu nuevo libro que la inteligencia artificial es bastante inteligente para resolver tareas mecánicas y organizativas, pero ¿qué pasa con la dimensión de lo creativo o lo intelectual, con el fenómeno tan humano de crear algo nuevo a partir de lo que ya existe?

Primero de todo, esta tecnología amenaza (entre comillas) a un tipo de trabajadores muy diferente de los que fueron amenazados por la automatización, que somos nosotros, el profesor, el periodista,  que, por cierto, tenemos una mayor capacidad de movilización y de resistencia, y aun así (la inteligencia artificial) nos plantea varias cosas difíciles. La primera es eso: reconocer que no somos tan creativos. No voy a poner ejemplos para no molestar a nadie, pero hay buena parte de la música contemporánea que no es creativa. No soy un experto, ni un gran consumidor de música contemporánea, pero, por ejemplo, sí de cine, y uno tiene la impresión de que le están ofreciendo el mismo producto continuamente y que las tramas de las series y los discursos públicos de ciertos políticos son muy poco creativos.
Yo soy indulgente ante esto porque yo mismo, que me dedico a una tarea aparentemente muy creativa, con un poco de detalle me doy cuenta de que hay muchas cosas que (uno hace) que implican un recomponer, casi un copy-paste, ¿no? El ejemplo que yo suelo poner es que cuando empecé a dar clases en la universidad, en el año 81, no existía Google, no existía el correo electrónico, y tal. Yo tenía delante estudiantes cuyo principal problema era la carencia de información.
Entonces, yo me dedicaba el 80% de la clase a darles información, a decirles: Platón escribió tales libros, sus tesis fundamentales eran estas, y tal cosa. Ahora le das a una tecla y (esa falta de información) se resuelve, ¿no
¿Qué es lo que yo he hecho (frente a esto)? Sin ningún plan demasiado consciente, cada vez doy menos información y trato de dar algo que Google no da, que es criterio, discriminación, filtro, orientación, contexto, sentido común…
Hay mucho trabajo de cuello blanco que tendemos a pensar que es tremendamente creativo y no lo es. Los guionistas, por ejemplo. Tengo un amigo guionista que está inquieto, pero al mismo tiempo dice: (estoy pensando en uno que es bastante sincero) Esto nos va a obligar a pensar que chico conoce a chica, se enamoran, luego tienen un conflicto y al final (ese conflicto) se arregla, ya nos lo conocemos.
De memoria. Por cierto, es agradabilísimo y nos entretiene un sábado por la tarde, que no tenemos nada que hacer y un vaso de vino, pero…

Nos desafía de alguna manera a quitarnos la modorra, ¿no? Si los que nos dedicamos a tareas más creativas veníamos haciendo un poco la plancha, ahora con la llegada de la IA eso ya no es posible.

Claro, pero al mismo tiempo vamos a expresar esto en términos muy economicistas, a mí me parece una gran demanda, yo quiero que me sorprendan.
En muchos artículos que veo en el periódico, series que veo, novelas, digo: esto lo ha creado un algoritmo. El problema de los algoritmos es que recogen muy bien la información existente, te la ordenan, te la sintetizan, te ahorran mucho tiempo, pero como se basan en datos y los datos por definición son datos del pasado, o del presente, tienen muy poca capacidad disruptiva y entonces te están dando cosas que saben que te gustan. Te ponen más azúcar en la comida y más sal.
Yo creo que hemos sobrevalorado la creatividad porque realmente queremos poca creatividad.
Mira, yo tengo un amigo, muy amigo, que es cocinero. Un cocinero que fue el mejor cocinero del mundo hace mucho tiempo, un vasco, y ahora ha bajado mucho y es solamente el octavo, ¿no? Le pregunto un día: ¿qué coméis vosotros aquí con los trabajadores? Y dice: lentejas, pasta y pollo. 

Lo más básico.

¿Comer el menú que te damos a ti? Sería absolutamente soportable. Porque si yo, por ejemplo, esta mañana al levantarme, hubiera tenido que tomar grandes decisiones acerca de qué ponerme o con cuál de los dos pies levantarme de la cama, pues hubiera invertido una energía que prefiero invertirla en hablar contigo.

Vuelvo al concepto de sentido común. ¿Existe hoy el sentido común? ¿Podemos hablar de un sentido compartido o de sentidos compartidos?

Bueno, el sentido común tiene varias acepciones, y yo la utilizo (pensando) en una.
Hay un sentido común que tiene que ver con lo que la mayor parte de la gente piensa, es un poco el mainstream, eso es una cosa a la que no me refiero (cuando pienso en el sentido común). Hay otro sentido común que es esta batalla cultural que hay ahora en muchos países del mundo, pero fundamentalmente en Estados Unidos, según la cual los profesores somos enemigos porque nos hemos apartado del sentido común que los varones poseen en exclusividad, en el midwest. Los profesores se han abandonado, se han inventado que hay unas mujeres que tienen derechos, que hay razas minorizadas y que hay cambio climático. Esa batalla, a la que no me he referido, aunque la he estudiado y me apasiona, creo que va a ser una batalla del futuro, la razón plebeya, popular, archidemocrática y la sofisticación intelectual de la élite, aquí hay un poco de eso también.
Bueno, a lo que yo me refiero es a algo todavía más básico, que es a la capacidad de hacerte cargo del contexto sin gran esfuerzo. Cuando tú entras en esta habitación, cuando tú y yo nos saludamos, incluso, mira, te contaré un detalle que creo que ilustra bien esta idea. Los seres humanos nos interrumpimos bastante, la verdad, sobre todo el hombre a la mujer. Y es una falta de…

El mansplaining.

Exactamente. Incluso más que mansplaining, simplemente interrupción, que es todavía más irrespetuoso.
Pero voy a decir una cosa, como quienes van a leer esto tienen sentido común, no lo van a entender como que yo soy un machista. Muchas veces, cuando yo inicio una frase o tú inicias una frase, el interlocutor ha entendido todo lo que vas a decir sin necesidad de que la acabes. Y si tenemos poco tiempo o somos gente un poco acelerada, interrumpimos y eso no es falta de educación ni de respeto. Esa capacidad no la tiene una máquina, a no ser que se la enseñes de una manera muy detallista.
Estamos en la ciudad de (Jorge Luis) Borges. Los chistes de Borges, las ironías de Borges, las anécdotas de Borges son todas, como casi todos los chistes, pero en el caso de Borges de una manera muy especial, son todas irónicas, descontextualizadas, o sea, Borges juega con los contextos. Y eso, ¿lo puede entender una máquina? Sí, lo puede entender, pero tienes que darle una cantidad de explicaciones de lo que es un contexto, lo que es otro contexto. Ese ahorro de tiempo que tenemos los humanos, que somos seres muy económicos, gastamos muy poca energía física y mucha energía intelectual. Tenemos iluminadas dos o tres bombillas, algunos ni eso. Hay una vieja teoría, muy desmentida con el paso del tiempo, según la cual una máquina podía entenderlo todo a condición de que le explicáramos todos los contextos posibles. Claro, pero ¿tú has explicado a tus hijas, por ejemplo, desde el punto de vista ético, todas las situaciones posibles en las que se podrían encontrar, a lo largo de su vida, con (la necesidad de tomar) distintos tipos de decisiones? No. ¿Tú qué has hecho? Principios, normas generales, por cierto, que incluían saltárselas en algún momento determinado.

Volviendo al sentido común, para que la democracia funcione se necesitan ciertos consensos, ¿no?
¿Existe ese sentido común, o sea, ese consenso básico como para, digamos, por ejemplo, en sociedades como España o Argentina, se puedan tomar decisiones saludables para el avance de la sociedad?

Bueno, has citado probablemente dos de los países más polarizados del mundo. No sé quién ganaría a quién en esa materia, pero en general, sobre este tema de la polarización, que es carencia de sentido compartido, lo voy a, si me permites te lo voy a contar de otra manera, que es, mira, con lo que la llegada de (Donald) Trump al poder… me fastidia un poco darle a Trump la protestad de haber declarado el inicio de una época.
Me fastidia un poco, porque creo que Trump lo que ha hecho es cabalgar con habilidad sobre una contradicción o una serie de crisis abiertas que no terminamos de resolver los demás. No digo ofrecer la mejor solución, estoy convencido de que no la tiene, sino cabalgar sobre ella. Pero una de las cosas que ha hecho… Yo creo que hemos vivido en un cierto reposo. Estoy pensando más en Europa, perdón, pero es lo que conozco mejor. Trabajo en dos países europeos, estoy entre España y Italia todo el tiempo, y viví muchos años en Francia. Desde la Segunda Guerra Mundial hemos vivido en una lógica incremental. Es decir, cada vez había un poco más de integración europea, muy lenta, cada vez había un incremento del nivel de vida, cada vez había más derechos, mejor garantizados. Desde el principio del siglo, digámoslo así, yo no soy historiador y por tanto la cosa de fechar no se me da muy bien, pero sí soy filósofo y creo que puedo hacer algo que no es del todo falso, a lo que estamos asistiendo ahora es a una vuelta de la historia en varios sentidos. Uno de ellos implica que pensábamos que había una convergencia, una gran convergencia en lo económico, lo político, lo jurídico, lo cultural.
Y por tanto, Europa se monta como un mercado común que, inevitablemente, iba a tirar de lo político en la lógica de una mayor interacción. Ahora, con el paso del tiempo, decimos que la interacción no ha sido suficiente, hemos perdido a un gran país como Gran Bretaña y hemos tenido la amenaza de perder a alguno más, cuyas extremas derechas han sido lo suficientemente astutas como para darse cuenta de que era mucho mejor no salirse.
Entonces, tenemos un país con un desarrollo económico brutal, que es China, y con una evolución en términos democráticos en sus humanos nula, pero funciona. Teníamos también el tópico de que los retrocesos democráticos solamente se daban en países con poco desarrollo económico. Y hoy en día tenemos al país con la democracia más antigua del mundo amenazada.
Entonces, ¿ha vuelto la historia en el sentido de que ha vuelto frente a (Francis) Fukuyama?

Pensaba justo en el fin de la historia.

Claro, lo que ha vuelto, más bien, es el dilema o la idea de las modernidades múltiples de (Shmuel) Eisenstadt, que era la idea de que ese planteamiento era muy occidentalista, y que por qué no se podría llegar a dar un desarrollo de una esfera y un no desarrollo de otra. Entonces, ¿en qué sentido vuelve la historia? Yo creo que fundamentalmente, y con esto perdóname el rodeo, contesto a tu pregunta inicial, la historia ha vuelto en tres grandes patrones. Controversia, decisión y retroceso.
Primero, hay y va a haber más realidades controversiales de las que estábamos acostumbrados. Las instituciones globales, que en estos años generalmente iban incrementando su competencia y su autoridad, desde hace un tiempo ya no. Es exactamente al revés.
La segunda es la decisión. Un ejemplo: en Europa llevamos tiempo sin decidir nada, porque, en cuanto a lo que intentamos decidir con la Constitución Europea, aquello fue un desastre auténtico, ¿no? La única gran decisión que hemos tomado ha sido el euro, pero, por ejemplo, la decisión de incorporar a los países del este de Europa fue una no decisión.  
Yo recuerdo haber hablado con el director general, que era un vasco amigo mío, encargado de la ampliación, y me dijo lo siguiente: hemos hecho la ampliación de estos países porque no teníamos ningún argumento para no hacerla. Fíjate qué manera de decir que no hemos decidido. Venían del bloque soviético y no los podíamos dejar solos, pero no hubo un cálculo de utilidades, simplemente no había más remedio. Estamos delante de bifurcaciones, grandes bifurcaciones, por aquí o por allá, cosa (con la) que no tenemos experiencia. El sistema de decisión de la Unión Europea estaba pensado para evitar el unilateralismo, con muchos mecanismos de bloqueo. Por tanto, realmente no se tomaron decisiones porque un país pequeñito lo bloqueaba. Le hacía falta una unidad. Y ahora decimos: queremos decidir. Queremos bajar la regla de unanimidad. Queremos aumentar la capacidad de decisión porque tenemos una obligación de decidir.
Y el tercer asunto es la posibilidad de regresión.
No nos habíamos planteado que ciertos derechos eran frágiles y podían ser revisados, y yo diría que con un poco de arrogancia incluso habíamos cortado el paso en términos de debate y en términos de posibilidad real a que ciertas cosas se desmontaran, y en estos momentos hay ciertas cosas que se podrían desmontar.

¿Cuáles?

No creo que haya un Brexit, no creo que haya una salida del euro, porque quienes así pensaban o quienes lo tenían en sus programas lo han quitado. Se han dado cuenta de que es difícil ganar una elección con eso, pero sí que sí que hay posibilidades de retroceso, por ejemplo, en la integración.
Y luego hay cosas que se discuten.

¿La inmigración, por ejemplo?

Eso iba a decir, muy abiertamente. Europa no ha sido Argentina, pero casi, en el sentido de que había una disposición muy favorable a que viniera gente y eso no era un caballo de batalla tan duro como lo es ahora. Eso incluso se ha transformado en una tesis perversa y muy falsa que es el reemplazamiento, el gran reemplazo, que es perverso porque supone, de entrada, y hablo en términos conceptuales, no morales, supone invertir los términos de la cuestión y declarar al débil como fuerte y al fuerte como débil. Pensar que alguien que viene de África te va a quitar el puesto de trabajo es no haber entendido nada de su honestidad. Porque el débil es el que viene. Y luego hay otra cosa, que es esa retorica de que se adapten a nuestras costumbres y que estudien nuestra Constitución. Cosa que, por ejemplo, en un país como España, tan compuesto, tan diverso… No estamos de acuerdo en algo tan básico, en un consenso tan básico como si la tortilla de patatas tiene que tener cebolla o no. Entonces, hombre, le estás pidiendo a una gente que viene de fuera unos consensos que nosotros no tenemos y no queremos tener porque hemos decidido vivir… Con ciertos disensos, digamos. Con desacuerdos, con desacuerdos que además tienen un elemento de riqueza y de pluralidad. ¿Cómo me he ido yo por la rama?

No, no, me parece que el ejemplo de la tortilla es muy visual. En La libertad democrática decís que los sistemas democráticos son más fuertes que lo que pensamos porque están creados para políticos del montón y para votantes del montón. 

Bueno, el sistema eléctrico de España está pensado con cortafuegos, con planes de contingencia, de limitación de problemas a un espacio muy concreto para que no afecte al sistema general, conectividad con Francia que supliría en caso de accidente y hemos tenido un fallo (habla del apagón que afectó a España y Portugal durante la última semana de abril de 2025), por lo cual igual esa tesis ahora la tengo que revisar.
Pero, por ejemplo, en mi casa fueron seis horas. Y, en general, en los sitios que duró más fueron diez, de tres a diez horas, ¿no? Lo cual tuvo un efecto curioso y es que hubo muy poca información. Eso genera de entrada una cierta inquietud, pero como no funcionaron los canales de información, fundamentalmente hoy en día las redes sociales, tampoco funcionaron los canales de la desinformación.
Y entonces la gente según me dicen, porque he hablado con varios, según me dicen, estaban especialmente serenos y tranquilos. Imagínate que no hubiera funcionado la información y hubiera funcionado la desinformación. Hubiéramos tenido un desastre, hubiera habido pillaje, hubiera habido teorías conspirativas y no las hubo por la misma razón por la que hubo poca información.

Es interesante porque van por el mismo camino, la información y la desinformación.

Van por el mismo carril, sí. Es muy curioso lo que ha pasado. Es un desastre, pero para los filósofos, que somos un poco parásitos de los problemas de la sociedad, es un asunto que habrá que estudiar. Mi padre que era ingeniero aeronáutico y decía que pocos aviones se caen con la cantidad de tráfico que hay. ¿Y por qué no se caen? Porque el avión está pensado, era su tesis, él decía que el 99% de los accidentes eran por culpa del piloto y la tecnología había avanzado desconfiando de los pilotos. La democracia también avanzó desconfiando de los políticos y de los votantes.
Desconfiando de todo, o sea, estructuralmente minimizando riesgos y minimizando daños.
Yo no hablo en términos de virtud constitucional, sino de sociedades complejas, que es mi gran tema. En una sociedad compleja lo que hay es una multiplicidad de actores que pueden poco, pero que si se agregan, si se ponen de acuerdo, con que se agreguen caóticamente neutralizan bastante la capacidad de acción de un gobernante, incluso de un gobernante autoritario, todavía más en el caso de un gobernante autoritario.

Hay algo así como una inteligencia colectiva, ¿no? Natural, porque no es algo organizado a nivel institucional, sino una reunión o un encuentro de inteligencias, digamos, individuales que se transforman en un movimiento de resistencia de manera natural. 

Entender el mundo actual tiene que ver con algo a lo que prestamos poca atención, que es que hay un conjunto de actores, de factores que interaccionan con un grado de inteligencia limitado, de manera un poco caótica, y no estoy hablando de una autorregulación liberal en la que no creo. Yo creo que tendríamos que hacer una teoría política menos centrada en los actores oficiales y más en las dinámicas que no tienen un autor detrás.
Eso es un poco mi sugerencia y lo que yo he tratado de hacer con el libro.

Para cerrar, ¿es necesario buscar nuevos conceptos para analizar el presente? Por ejemplo, ¿sigue teniendo sentido hablar de izquierda y derecha?

Bueno, has tirado ya a un asunto que en cinco minutos no puedo resolver (risas). Bueno, y en dos horas tampoco. Mira, el eje izquierda y derecha va a continuar. En cada país, con sus peculiaridades, seguramente. Ya no es tan simple como grado de intervención del Estado en la economía, grado de autoorganización mercantil, que es un poco el esquema clásico y tal. Al mismo tiempo, se va a ver enriquecido y complicado por otros ejes de confrontación que no se pueden reducir exactamente a la derecha y a la izquierda.
Yo llevo un tiempo pensando que hay un nuevo eje, que lo podríamos formular de la siguiente manera: la prisa y la lentitud, los aceleracionistas y los deliberacionistas.

¿Quiénes serían los aceleracionistas?

Son los Elon Musk, son los desreguladores, son los Javier Milei, que quiere achicar la administración, cosa que me parece legítima y podríamos… Hemos estado discutiendo desde hace 100 años el grado de administración razonable o no. El Estado es una cosa torpe, es una cosa, una institución muy pesada, un trasatlántico que se mueve mal, que tiene irracionalidades en su comportamiento.
Eso lo sabemos desde hace muchísimo tiempo y lo hemos intentado mejorar con mayor o menos fortuna. Pero no es diabólico en sí y por eso hay que achicarlo. Reducirlo no me preocupa. Yo soy muy partidario de la descentralización, de todo el trabajo, yo soy vasco y sospecho mucho de Madrid como concepto y cuanto más autogobierno tengamos los vascos, mejor. No, lo que quieren estos tipos (los aceleracionistas) es otra cosa.
Uno, eliminar su carácter de contrapeso a la acción del Ejecutivo. De hecho, una de las grandes paradojas y contradicciones que tenemos que denunciar es que quien ahora aboga por la regulación, de facto está consiguiendo unos ejecutivos más poderosos que antes. El otro día leía un gráfico de los decretos que firmó (Trump) en los 100 primeros días. Ningún presidente de los Estados Unidos ha firmado tantos decretos y al mismo tiempo ha mantenido un discurso de achicamiento del Estado, de regulación, racionalidad de la administración.
Se achica la administración, se agranda el poder ejecutivo. La democracia es un sistema político que parte del supuesto de que todo aquel que se ve afectado por una decisión tiene que estar de alguna manera en el origen de la decisión. Tiene que tomarla. Evidentemente eso no se puede hacer de manera literal, por eso hemos inventado la democracia representativa y ciertos fenómenos de delegación y de posibilidad de revocación de esa delegación, pero el principio básico es ese.
Hay otro gran tema, relativamente novedoso en los últimos casi 100 años, que es la medición de impacto medioambiental de las medidas. El otro día estaba en una reunión de empresarios y sindicalistas en una región española cuyo nombre no voy a decir. Y en esa reunión, un empresario potente se quejaba de que en esa región, cada vez que intentaban hacer un proyecto empresarial, se encontraban con que todos los municipios de la zona protestaban o querían intervenir en el proceso y minimizar impactos o beneficiarse de esa obra de esa empresa de una manera más directa.
Y luego, además, había otra cosa muy engorrosa que es que había que consultar a la administración y pasar unos trámites que tienen que ver con el impacto medioambiental. Mi intervención fue: Yo entiendo que hay que hacer empresas, hay que hacer industria, hay que industrializar, tiene que haber desarrollo económico. Pero si lo conseguimos a base de ahorrarnos unos procedimientos que no son necesariamente caprichosos, aunque muchas veces sean muy pesados, muy torpes, muy reformables, sino que están diseñados para hacer valer ciertos valores democráticos y el respeto del entorno natural, entonces estamos ante una mala estrategia. Repito, hagámoslo bien, hagámoslo de una manera razonable y tal. Lenta, digamos. Pero hay una lentitud democrática que es garantía de derechos, garantía de impacto medioambiental, que no nos podemos ahorrar. Probablemente el debate no sea exactamente ir a toda velocidad, tecnosolucionismo, eficacia, implementación a costa de todo lo demás o burocracia que bloquea. Hay que hacer reformas. Creo que ese va a ser el debate de los próximos años.
Hay que desenmascarar la prisa, diferenciar la prisa entendida como urgencia de problemas que tenemos que resolver para que haya un desarrollo económico sin el cual no hay ni redistribución ni nada de una prisa conseguida a base de ahorrarse ciertos trámites (necesarios).

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