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Marcial Berro: palabras en plata y oro

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Por Luz Marti

El platense Marcial Berro es una celebridad en el mundo del diseño internacional. Entró en él por casualidad, apoyado nada menos que por Andy Warhol y Salvador Dalí. Apuntó desde siempre a la excelencia para convertir sus piezas en clásicos, más que objetos de un consumismo enloquecido que no discrimina entre el refinamiento y el impacto de una moda pasajera.

Esa tarde entrevistaría a Marcial Berro de quien admiraba su obra  desde hacía años, ibamos a charlar en su casa de BsAs a la que se mudó hace poco. ¿Qué escribir acerca de él? ¿Qué decir que no se sepa,  que no aparezca en cientos de notas que se pueden encontrar en Internet? ¿Recordar su vida de concurrente asiduo a la  Galería del Este y al Instituto Di Tella, al amigo de Manuel Puig y Marta Minujín que reporteaba a figuras tan dispares como  Silvina Bullrich o Libertad Leblanc para Extravagario, la sección de Felisa Pinto en Primera Plana?

Marcial Berro es eso pero es, sobre todo, un ser encantador que conocí antes de terminar el secundario y hoy, mil años después reencuentro por casualidad en la calle, a metros de su casa.
“Me voy a los camerinos de El Nacional! Plumas, feathers, estrases”
decía un jovencísimo Marcial saliendo del local de Madame Frou Frou de la mano de Norma Pons, divirtiendo a  los clientes que revolvíamos las creaciones increíbles de Rosita Bailón, incluído el maxitapado de cuero de cabra, reversible,  de costuras rústicas  que yo había ido a comprar con lo ahorrado de mis regalos de cumpleños. Le pregunté  su nombre.

Dijo Marcial Berro y por alguna razón, nunca me olvidé de él.
Tocás el timbre, subís la escalera y atravesás el primer patio, allí a tu derecha aparece otra escalera. Subí al primer piso. Te estaré esperando.

Las instrucciones parecían las  de una búsqueda del tesoro. 
Piedra París, barandas de hierro, peldaños de mármol.  Recorrí la construcción de fines del XIX, sólida y elegante, sin alarde, como suelen ser muchos de los  edificios más antiguos ubicados de Callao hacia Pueyrredón.

Marcial, impecable, me esperaba con la puerta abierta.

Su casa es la de un viajero exquisito, diseñador de piezas únicas, amante de la estética, del arte y de la litetratura, del cine y del teatro que vive rodeado de recuerdos y objetos que dan cuenta de su historia en los distintos países donde vivió y viajó. Fotos, dibujos, esculturas, tejidos, sus increíbles piezas de cristal que brillaron en las vidrieras parisinas de Baccarat. Todo distribuído en las mesas de un living  reformado, con una columna de hierro pintada de verde esmeralda en el centro. Sillones de pana, una mesa vestida con una tela bellísima. En ese ambiente  íntimo y sofisticado sonaba, hipnótica, una música de raíces evidentemente árabes.

-¿Marruecos? aventuré.
-Cairo. Umm Kalzum. La diosa de la canción egipcia. La adoro
En la mesa baja recuerdos de lugares y de amigos, unos versos  escritos a máquina  dedicados a su abuela en un pequeño portarretratos. Más fotos, libretas y más libros, delicados, pequeños. Cada objeto contará una de las historias que Marcial eligió para que lo acompañasen en su regreso a BsAs después de treinta años en París.

Nunca me fui, me ausenté.- aclara. Siempre necesité venir. -Estoy instalándome todavía pero estar en este departamento es un poco como volver a La Plata. Se detiene en una lámpara de pie de madera torneada  – es el único objeto que tengo de mi casa de infancia. Piensa un instante y agrega: –La Plata es un monumento cívico extraordinario, pleneada urbanisticamente desde un principio. Tuvo la primera Universidad del cine de Argentina, tenía un microclima cultural riquísimo que yo creía era el mismo del resto del pais. Para mi, La Plata funciona como un ejemplo-metáfora  de que hay que organizarse  para construir lo que se desea.

Después de Bs. As. su primer gran viaje, a fines de los ´60,  fue a  Nueva York donde ocurrían cosas extraordinarias. Allí se conectó con gente a la que admiraba y que, como Salvador Dalí y Andy Warhol, lo apoyó incondicionalmente a la hora de decidirse por trabajar en joyería.

Si tuviera veinte años menos, me iría a vivir a Nápoles. La siento como la  Nueva York de antes, donde pasa de todo y hay de todo.

En Nueva York se inició en la joyería con unas piezas de mecano intercambiables que furon un exito : broche, collar, aros en oro y plata confeccionadas por un orfebre francés. La modelo que los lució: Paloma Picasso.

En esa epoca el diseño de alhajas eran solo las marcas. No se les pegaba ninguna identidad. Las revistas no hablaban de diseño.

París fue el sitio donde se instaló definitivamente y se sumergió a tal punto de lleno en el trabajo que, años más tarde, el Ministerio de Cultura Francés lo distinguió con el título de Chevalier des Arts et des Lettres.

Me apasionó  descubrir la vida de los talleres, la creación a mano, los artesanos, el platero, el orfebre, los sopladores de vidrio, un mundo de perfección que rescata lo mejor del trabajo manual, la verdadera alta joyería.

Si bien Marcial no hacía las piezas con sus manos, recurría a los mejores artesanos de cada especialidad, los acompañaba para ver como lograban respetar sus diseños y expectativas mientras aprendía enormemente  de cada uno.

Por eso, además de algunos países de Europa,  me gustan tanto el norte de África, India, Tailandia, porque hay un margen de artesanado tradicional que sigue vivo.

Marcial me muestra  fotos de los objetos extraordinarios que forman el  corpus de un extenso trabajo de creatividad desbordada, avalados por grandes firmas y clientes apasionados por sus diseños.

Sorprende como, frente a un creador de su talla, el ego está prácticamente ausente de la conversación. Es su trabajo lo que brilla, su admiración por la excelencia de los artesanos, el poder inmenso para transformar los materiales con sus manos y su gusto por visitar esos talleres donde se rescatan los oficios y la alta artesanía.

Marcial habla y me dejo llevar por sus historias bien contadas pero, al mismo tiempo, sigue faltándome algo que diferencie esta nota de las demás y me preocupo.
Me cuenta de sus amigos y  de sus curiosos comienzos como actor de teatro. Para ilustrarlo me conduce por el pasillo que lleva a su  archivo- estudio. Dibujos enmarcados cubren  las paredes junto a fotos  de maestros como de Humberto Rivas o Winston Link con sus trenes nocturnos.
Necesito revisar mi archivo por completo porque tengo idea de hacer un libro de mi vida y mi trabajo. Voy a dedicarme a construir con palabras e imágenes. El archivo me obliga a ver el pasado entero y es un poco angustiante verlo desordenado. Para contar una vida necesito ponerlo en orden. Después lo voy a donar a la Fundación IDA (Investigación en Diseño Argentino).
En ese revisar pasan muchas cosas, se atraviesan sensaciones distintas, se recuerdan amigos, lugares, se redescubren trabajos, aparecen piezas olvidadas y anécdotas.

Marcial Berro – Foto: Gustavo Dimario

Algo en el lugar me provoca una sensación parecida al vértigo, me advierte que, quizá, todo lo que tenga que contar  esté resumido allí, en ese pasillo que no traza la recta habitual de los pasillos comunes, sino que, a la manera de los sueños, va cambiando de dirección, torciéndose según su propio deseo, haciéndonos avanzar  por los vagones de un tren donde, por las ventanas, enmarcada en imágenes, su propia vida sirve de paisaje. ¡Y estamos recorriéndola juntos antes de que aparezca plasmada en su libro!

Al fondo, una habitación guarda su archivo inmenso de fotos, recortes y los infinitos textos que escribe, a mano, en cuadrenos, desde hace años,  porque, además de amar el cine y el teatro, Marcial Berro ama las palabras  aunque en sus creaciones prescinda de ellas.

Marcial prefiere no hablar de un estilo propio lo mío son las viejas artes aplicadas en su máxima calidad: la alta artesanía. Me gusta mezclar la geometría con lo orgánico, para quitarle un poco de previsibilidad y agregar sorpresa.  

Apuesto a que mis piezas resistan el paso del tiempo, a evitar los efectos fugaces de la moda. Las pienso para que perduren,  para que puedan usarse siempre, en cualquier momento y hora.

Entre las fotos descubro una pieza inesperada, originalísima: una especie de marco de plata y piedras  con dibujo que parece de Picasso.

¿Qué es esto?

Esta es una historia intersante. Esto que ves, es parte de dicisiete piezas  que armé para Claude Picasso, el hijo de Pablo. Entre las muchas cosas que recibió de su padre, encontró varias miniaturas suyas, de  Max Ernst, Giacommetti, Matisse, George Condo y Miquel Barceló. Eran demasiado pequeñas y Claude me preguntó qué hacer con ellas. Se me ocurrió convertirlos en broches grandes  y exponerlos en París, en la galeria de joyería contemporánea de  Naila de Montbrison como una minipinacoteca exquisita.

Me quedo mirando la plata pulida, salpicada de rubíes, enmarcando un toro picassiano: el mejor broche para terminar nuestro encuentro.