“Estoy al límite”, “tengo poca mecha”, “cada día aguanto menos”, “no me queda otra, pero estoy ahí”, “es la primera vez que me quiero ir pero la peleo”, “no aguanto pero banco” y así. Frases cotidianas que transitan en conversaciones, entrevistas y encuestas. Argentina, como todo orden político y social, está atravesada por una gran pregunta: ¿Hasta cuándo se sostienen los vínculos, las representaciones, los líderes, las políticas, e inclusive las medidas que van contra la “política”? Sostener un liderazgo, una política y un sistema de decisiones gubernamentales implica tener en cuenta su propio tic tac. Posee un tiempo simbólico y corporal. Los órdenes políticos, las representaciones y los vínculos se sostienen con el cuerpo y con fibras simbólicas. Fibras emotivas que funcionan como anabólicos para el presente y el futuro de esas representaciones y órdenes. La política necesita de la implicación del cuerpo y también del “alma” con todas sus emociones, sensaciones y conocimientos. Todo liderazgo es “imperialista” ya que siempre busca el corazón y el cuerpo de quien lo sostiene. Cuanto más mejor. Pero soportar, sostener, hacer de soporte parte de decisiones en la que nos “metemos” en un vínculo político y de las cuales podemos salir rápidamente. Quien gobierna, quien se opone, sabe que sostenimiento y fugacidad son dos misterios que se deben administrar, que pueden durar o disolverse. Dura mucho más un matrimonio (en promedio y posiblemente por la disposición de la constitución argentina) que un presidente. La política está atravesada por una gran velocidad: no solo de audiencias que se (re)arman y desarman constantemente sino por expectativas que pulsan por durar y realizarse. Las expectativas nítidas, enunciables, erosionan la velocidad e inestabilidad que tiene esta época. Es el punto de continuidad al que nos gusta aferrarnos. Vale más una expectativa que la desimplicación constante de las personas de la política, vale más ella, sin dudas. Quien le de fuego, llama y pasión a las expectativas simbólicas y materiales tiene parte del inagotable mundo del sostenimiento. ¿Cómo se trama una continuidad? Es difícil entender por qué sostenemos un vínculo, por qué nos colocamos en posiciones de aguante. Sostener, cargar en la espalda, es más que un simple sacrificio. El sacrificio es una palabra cool, te pega en el pecho individual con su gran inscripción en grandes religiones. Sostener es meterse en una trama, en una escritura de las propias biografías, en un tiempo futuro con luces de lo inmediato. Sostener es más que sacrificarse, es dar al otro algo de lo que ya no recuperaremos (tiempo, amor, pasión), es meternos en un vínculo político del cual no sabemos si saldremos indemnes, ganadores o perdedores. Sostener es mucho más que obedecer (que en su palabra en latín significa oír bien), es implicarse para romper con la fugacidad de la época. Nos “expectamos” (no existe esta palabra pero quiero dotar a la expectativa de rasgo propio de la acción) para no terminar a merced de la fugacidad. No queremos ser devorados por eso que empieza y termina en un santiamén. Los ciudadanos y ciudadanas cargan el peso de mantener a flote las expectativas, pugnan por ellas. Y estas son “duras”, la gente no se desprende rápidamente de ellas. En la política hay apuestas simultáneas y variadas aunque los números y cálculos lógicos digan otra cosa. Lo que vale es la expectativa, que se realice y ya. Aunque en el presente las cosas parezcan más rudas y recias. Es lo único que tenemos. ¿Quién eclipsa o lubrica el sostenimiento de un líder?