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No aguanto pero banco

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Velocidades del liderazgo

Por Esteban De Gori

Obra: Colección privada

“Estoy al límite”, “tengo poca mecha”, “cada día aguanto menos”, “no me queda otra, pero estoy ahí”, “es la primera vez que me quiero ir pero la peleo”, “no aguanto pero banco” y así. Frases cotidianas que transitan en conversaciones, entrevistas y encuestas. Argentina, como todo orden político y social, está atravesada por una gran pregunta: ¿Hasta cuándo se sostienen los vínculos, las representaciones, los líderes, las políticas, e inclusive las medidas que van contra la “política”? Sostener un liderazgo, una política y un sistema de decisiones gubernamentales implica tener en cuenta su propio tic tac. Posee un tiempo simbólico y corporal. Los órdenes políticos, las representaciones y los vínculos se sostienen con el cuerpo y con fibras simbólicas. Fibras emotivas que funcionan como anabólicos para el presente y el futuro de esas representaciones y órdenes. La política necesita de la implicación del cuerpo y también del “alma” con todas sus emociones, sensaciones y conocimientos. Todo liderazgo es “imperialista” ya que siempre busca el corazón y el cuerpo de quien lo sostiene. Cuanto más mejor. Pero soportar, sostener, hacer de soporte parte de decisiones en la que nos “metemos” en un vínculo político y de las cuales podemos salir rápidamente. Quien gobierna, quien se opone, sabe que sostenimiento y fugacidad son dos misterios que se deben administrar, que pueden durar o disolverse. Dura mucho más un matrimonio (en promedio y posiblemente por la disposición de la constitución argentina) que un presidente. La política está atravesada por una gran velocidad: no solo de audiencias que se (re)arman y desarman constantemente sino por expectativas que pulsan por durar y realizarse. Las expectativas nítidas, enunciables, erosionan la velocidad e inestabilidad que tiene esta época. Es el punto de continuidad al que nos gusta aferrarnos. Vale más una expectativa que la desimplicación constante de las personas de la política, vale más ella, sin dudas. Quien le de fuego, llama y pasión a las expectativas simbólicas y materiales tiene parte del inagotable mundo del sostenimiento. ¿Cómo se trama una continuidad? Es difícil entender por qué sostenemos un vínculo, por qué nos colocamos en posiciones de aguante. Sostener, cargar en la espalda, es más que un simple sacrificio. El sacrificio es una palabra cool, te pega en el pecho individual con su gran inscripción en grandes religiones. Sostener es meterse en una trama, en una escritura de las propias biografías, en un tiempo futuro con luces de lo inmediato. Sostener es más que sacrificarse, es dar al otro algo de lo que ya no recuperaremos (tiempo, amor, pasión), es meternos en un vínculo político del cual no sabemos si saldremos indemnes, ganadores o perdedores. Sostener es mucho más que obedecer (que en su palabra en latín significa oír bien), es implicarse para romper con la fugacidad de la época. Nos “expectamos” (no existe esta palabra pero quiero dotar a la expectativa de rasgo propio de la acción) para no terminar a merced de la fugacidad. No queremos ser devorados por eso que empieza y termina en un santiamén. Los ciudadanos y ciudadanas cargan el peso de mantener a flote las expectativas, pugnan por ellas. Y estas son “duras”, la gente no se desprende rápidamente de ellas. En la política hay apuestas simultáneas y variadas aunque los números y cálculos lógicos digan otra cosa. Lo que vale es la expectativa, que se realice y ya. Aunque en el presente las cosas parezcan más rudas y recias. Es lo único que tenemos. ¿Quién eclipsa o lubrica el sostenimiento de un líder?

La política es administrar ese territorio corporal y emocional donde la gente se lanza a apoyar o recrear una expectativa o a asumir que la fugacidad de las cosas se la ha llevado puesta. A veces a una expectativa le llega la fugacidad. Game over. ¿Cuándo se provoca ese clic? ¿Por las injusticias? No siempre, la injusticia no moviliza en todos los casos. ¿La desigualdad? a veces sí o a veces no, según de quien sea y como llegue a la vida cotidiana y al espacio público. ¿La sensación de que nuestra identidad o identidades están bajo ataque? Puede ser. La moral y ética de las injusticias, agravios y desigualdades sociales están en baja como grandes discursos. La microsociología de la vida cotidiana es la que juega, es la que se predispone a “expectarse” (otro invento gramatical, paciencia) a acercarse allí donde se dote de palabras y sea dotada de las mismas por quienes vayan a dirigir. El milagro se funda entre quien sostiene y en el que provoca el llamado a sostener. En nosotros y nosotras.

Los gobernantes cada vez más están corridos por el tiempo y por la capacidad por lograr sostenimiento. Todas sus palabras y acciones van en ese sentido: a explicarte por qué tenés que estar ahí, expectándote (otra vez mal, pero sigamos) todo el tiempo, dándole fuel oil a la expectativa, darle máquina, aunque estés jodido. Aunque no la veas. La política es una apuesta incierta, donde el horizonte es borroso, pero no quieto, porque millones de personas buscan entrever e interpretar qué depara ese camino brumoso. Buscan entrever una salida. Quienes se manifiestan, quienes protestan, hacen eso, advertir que ese camino propuesto es más que borroso y que solo puede venir el desastre. Oscilamos entre “rompernos la pera” o salir beneficiados.  En ver el desastre, y como pegan sus balas, y pensar que todo puede llegar a buen término.

Hay muchos y muchas que en este país comienzan a desimplicarse de las expectativas que inicialmente se habían tenido. Desimplicarse es manifestar un camino alternativo a una vasta parte de la sociedad que entiende que vamos por un camino duro pero necesario o de final feliz. Desimplicarse es salirse de una modulación del sostenimiento. No podemos desimplicar sin hacer nada. Nos corremos de ese lugar, silenciosamente. El malestar se va agazapando, lentamente, aunque no salga, tal vez no lo haga o tal vez sí, puede circular mucho tiempo. Las derechas norteamericanas inventaron un concepto genial: la mayoría silenciosa. Un concepto que les permitía interpretar ese flujo silencioso, como por ejemplo, para invadir la Panamá de Noriega. Pero hay algo del silencio que es interesante. Existen desimplicaciones silenciosas que habría que anotar. Porque ellas viven en un lugar del mundo de la cotidianeidad que nunca hay que desmerecer, quedan atrapadas, pero en movimiento, en la individualidad y sus cercanos. Circula y un día explota. Explota como protesta colectiva, explota como crisis  individual o como violencia hacia unx mismx o hacia otrxs. El aumento de la psiquiatrización es esto. El silencio agazapado que provoca la política siempre sale y no es fácil construir un radar. El Estado y los políticos tienen un radar insuficiente, no pueden leer y escuchar a toda la sociedad. La mirada y las preguntas del Estado están fronterizadas, como la de los políticos. Mientras tanto hay algo que pasa fuera, en la comunidad, y allí hay pocos radares.  Los movimientos sociales (más allá de lo que cada uno o cada una piense de estos), sociológicamente hablando estuvieron más cerca del radar de los padecimientos que a veces no llegan ni al Estado ni a la política. Algo de eso captó el presidente actual pero el malestar salió de su radar y sigue agazapado. Metabolizándose donde menos creemos. En ese radar de silencios y de padecimientos se mueve algo que puede construir o no una representación o apoyo o no, pero estará ahí. Estamos ahí, en medio de la lucha entre la expectativa y la fugacidad, entre lo que pude ser o lo que ya está deprimido. Entre la posibilidad y lo borroso. Entre lo que vemos y lo que se agazapa en silencio.