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Dolce Capri

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Por Vinicio Leonetti

Los vinilos. Definitivamente vale la pena recordarlos, a los amigos les encantan. Mete los discos en la bolsa grande, los tomates cherry y los espaguetis en otra bolsa de supermercado, el jersey, los calcetines y la ropa interior en la mochila. Luego bajamos en funicular. Todos en Molo Beverello a las nueve. Habíamos quedado la noche anterior, cuando no existían los teléfonos móviles.

Llega temprano después de cruzar el ruidoso Barrio Español, temiendo que con todo ese equipaje pueda toparse con los habituales carteristas. En el puerto de Nápoles encuentra a Fede, siempre temprano con el billete en la mano, pocos minutos después llega Franco con su amiga alemana Trudy, pero Brunella como siempre los hace esperar. Llevan más de un año juntos y él, Vincenzo, ya se ha acostumbrado a los retrasos de Brunella, que la hacen aún más fascinante. Media hora después están todos allí, embarcando hacia la magnífica e inigualable Capri. Los demás se unirán a ellos al otro día. Cada uno trae cosas, sobre todo comida, porque en la Isla de los VIP los precios son prohibitivos para los estudiantes.

En cincuenta minutos de aliscafo ni siquiera se percatan del gran sol de junio que hace brillar Capri, Ischia y Procida, frente a la bella Napoli. Hablan de los exámenes universitarios, de la horrible cafetería y de los Blues Brothers, que algunos, como Vincenzo, habían visto tres veces seguidas en el cine porque “estamos en una misión de Dios”, es una genialidad. También ellos, casi todos estudiantes universitarios de primer año, estaban en misión, cada año desde octubre hasta principios del verano, cuando Villa Sabelli permanecía cerrada incluso los fines de semana soleados. Brunella, la propietaria, tenía carta blanca de su madre y de su padre, a quienes adoraba como ellos a ella, hija única, pero con una orden incuestionable: dejar todo limpio y ordenado como lo encontraron. ¡Sí, señor!

Con todas sus maletas a cuestas, aquellos muchachos se convertían en una atracción turística. Parecían acróbatas o jóvenes actores callejeros, con vaqueros baratos, camisetas de Van Halen y Deep Purple, un aire desencantado y muchas risas. Incluso besos.

Toman el funicular hasta Capri, luego se dirigen al oeste hasta la Iglesia de San Michele con vistas al mítico Golfo de Nápoles. Las estrechas calles están siempre llenas de turistas, tiendas de souvenirs, zapateros que crean sandalias de cuero con cuentas, fruteros disfrazados de joyeros. Una vez que cruzas la puerta de entrada de la casa, es como si te catapultaran a otra dimensión cada vez, soleada, etérea, improbable. Vincenzo ni siquiera tiene tiempo de guardar la fruta y la verdura en la heladera y ya está poniendo vinilos en el magnífico equipo de música de Villa Sabelli.

Siempre hay magia en los lugares del corazón. Ellos tenían eso, como si hubieran crecido en aquel hermoso jardín de jazmines y buganvillas, en aquella casa empapelada con dibujos geométricos de Gentilini, fantasías coloristas de Schifano y espléndidos fragmentos de Mimmo Rotella. Verlos interpretar Kind of Blue de Miles Davis le dio energía a todos. Los sienten bajo la piel, muchachos sensibles no solo al arte, sino también a la cocina. Fede corre inmediatamente a la cocina para preparar pasta y patatas napolitanas. “Mi secreto está en el queso de cabra ahumada que trae mi papá de Battipaglia”, dice orgulloso. Vincenzo en cambio va a echar un vistazo a la pescadería cercana a su casa, han hecho una colecta para comprar pez espada: ¿asado en la barbacoa del jardín o aderezado con tomates cherry y berenjenas sobre espaguetis? Ya veremos.

Entonces el momento clave, el de llegar al destino, una inmersión profunda en el lugar del corazón pero también del alma, donde la euforia colectiva borra toda preocupación. Luego, en el autobús hacia la pequeña playa, hace demasiado calor.

Regresamos a casa para almorzar. Hay quienes hacen como que van a descansar (las parejas son insaciables a los veinte) y quienes en cambio piensan en cocinar. El ambiente es de vacaciones, como el que domina Capri durante todo el año.

Es la hora del informe meteorológico en el estéreo, cuando todos deciden volver al mar. Solo Vincenzo decide posponerlo para mañana, el ambiente se calienta mucho, no solo por los rayos del sol. Cuando está solo en la residencia de su novia se siente bien consigo mismo, sueña mucho y a menudo duerme prisionero del relax. Esta vez, sin embargo, se despierta por el ruido de la puerta al abrirse y piensa que alguien del grupo se ha arrepentido en la calle y ha regresado. Pero en la puerta, para su gran sorpresa, encuentra al ingeniero Vittore Sabelli, de unos cincuenta años, operador financiero y director ejecutivo de una multinacional. A su lado está una veinteañera, rubia, de ojos azules, pechos firmes y muslos desnudos.

“Buenos días ingeniero, perdón si está un poco desordenado”, dice el chico avergonzado frente al dueño de la casa, mientras recoge discos de vinilo esparcidos por el gran salón.

Estaba más avergonzado que Vincenzo: “No pensé que estuvieras aquí”.

– Como suele pasar vinimos con Brunella el fin de semana…

-Sí, claro, lo sé bien. ¡Pero Cetty (su esposa) nunca me avisa! – dice molesto.

Momento de silencio. Se entienden inmediatamente. El director ejecutivo está enojado, la rubia está confundida. Tenemos que decidir qué hacer de inmediato, antes de que su hija Brunella y sus amigos regresen de la playa y descubran el asunto.

-Estimado ingeniero, si está de acuerdo, podría quedarse temporalmente con su amiga en el anexo. O en el pequeño hotel detrás de la iglesia de San Miguel, si no está lleno. Saldremos el domingo por la mañana, pero decirle a Brunella que haga las maletas inmediatamente la haría sospechar.

– Estimado, no es mala idea, pero me siento incómodo, para ser honesto! – responde nervioso y vacilante. Su día de sexo se había esfumado.

– ¿Usted está listo para provocar una guerra en su familia? ¿Con su esposa que nunca deja pasar nada y su hija que nunca lo perdonaría porque lo adora como a un dios?

– ¡Ni en tus sueños! – responde el ingeniero con convicción.

Llama a Titti, la rubia que mientras tanto había ido al baño, y los amantes desaparecen en el aire. Con una recomendación: “Vincenzo, ¡ni una palabra!”. Ingeniero, pero ¿quién vio algo?

El niño se ríe de la situación: un estudiante dando órdenes al gran manager dueño de la casa. La dulce vida está aquí, en Capri.


DOLCE CAPRI

I vinili. Da ricordare assolutamente, gli amici li adorano. Infila i dischi nel bustone, in un’altra busta del supermercato pomodorini e spaghetti, nello zainetto maglioncino, calzini e mutande. Poi giù con la funicolare. Tutti al Molo Beverello alle nove. Ci si metteva d’accordo la sera prima, quando i telefonini non esistevano.

Arriva in anticipo dopo aver attraversato i chiassosi Quartieri Spagnoli temendo d’imbattersi con tutti quei bagagli nei soliti scippatori. Al porto di Napoli trova Fede, sempre in anticipo anche lui col biglietto in mano, qualche minuto e arrivano Franco con l’amica tedesca Trudy, ma Brunella al solito si fa aspettare. Stanno insieme da più di un anno e lui, Vincenzo, con Brunella ha ormai fatto abitudine ai ritardi che la rendono ancora più fascinosa. Mezz’ora dopo ci sono tutti, s’imbarcano per la magnifica ineguagliabile Capri. Gli altri li raggiungeranno domani. Ognuno porta cose, soprattutto da mangiare, perché sull’Isola dei vip i prezzi sono proibitivi per gli studenti.

In cinquanta minuti sull’aliscafo non fanno nemmeno caso al gran sole di giugno che fa splendere Capri, Ischia e Procida, davanti alla Bella Napoli. Fra di loro parlano degli esami all’università, della mensa che fa schifo, e dei Blues Brothers che qualcuno, come Vincenzo, aveva visto anche tre volte consecutive al cinema perché “we’re on a mission from God” è una gran figata. Pure loro, quasi tutti matricole all’università, erano in missione, ogni anno da ottobre agli inizi dell’estate, quando Villa Sabelli restava chiusa pure nei weekend assolati. Brunella, la proprietaria, aveva carta bianca da mamma e papà, che adorava come loro adoravano lei, figlia unica, però con un ordine insindacabile: lasciare tutto pulito e in ordine così come trovavano. Signorsì!
                                          ***
Con tutte le buste appresso quei ragazzi diventavano ogni volta un’attrazione per i turisti, a vederli sembravano saltimbanchi o comunque giovani attori teatrali di strada, jeans approssimativi, magliette dei Van Halen e Deep Purple, aria disincantata e tante risate. Anche baci.

Salgono sulla funicolare per Capri, poi si dirigono verso Ovest dove sta la Chiesa di San Michele affacciata sul mitico Golfo di Napoli. Le stradine sempre piene di turisti, bottegucce di souvenir, ciabattini che creano i sandali in cuoio perlinati, fruttivendoli travestiti da gioiellerie. Varcato il cancelletto d’ingresso della casa è come se venissero catapultati ogni volta in un’altra dimensione, solare, eterea, improbabile. Nemmeno il tempo di ficcare frutta e verdura in frigo, e Vincenzo si trova già a maneggiare vinili sul magnifico stereo di Villa Sabelli.

C’è sempre una magia nei luoghi del cuore. Loro avevano quello, come fossero cresciuti in quel bel giardino di gelsomini e bouganville, nella casa tappezzata di geometrie di Gentilini, fantasie colorate di Schifano, e strappi splendidi di Mimmo Rotella. Osservarli mentre girava Kind of Blue di Miles Davis dava energia a tutti. Li sentono sottopelle, ragazzi sensibili non solo per l’arte, ma anche per la cucina. Fede si fionda subito in cucina per preparare la pasta e patate napoletana. “Il mio segreto è nella scamorza affumicata di bufala che porta papà da Battipaglia”, dice orgoglioso. Vincenzo invece va a dare un’occhiatina alla pescheria vicino casa, hanno fatto una colletta per del pesce spada: grigliato al barbecue in giardino o condito con pomodorino e melanzane sugli spaghetti?  Si vedrà.

Così il momento clou, quello dell’arrivo alla meta, un’immersione profonda nel luogo del cuore ma anche dell’anima, dove l’euforia collettiva cancella ogni preoccupazione. Poi sul bus per la spiaggetta, fa troppo caldo.

Si risale su a casa per pranzo. C’è chi finge d’andare a riposare (le coppiette sono insaziabili a vent’anni), e chi invece pensa a spadellare. L’atmosfera è vacanziera, come quella che a Capri domina tutto l’anno.

È il momento dei Weather Report sullo stereo, quando tutti decidono di riscendere a mare. Solo Vincenzo decide di rinviare a domani, l’atmosfera si riscalda tanto, non solo per i raggi del sole. Quando resta solo nella villa della sua ragazza si sente bene con sé stesso, sogna tanto e molte volte dorme prigioniero del relax. Stavolta però viene risvegliato dal rumore del cancello che s’apre e pensa che qualcuno della truppa si sia pentito per strada e abbia fatto dietrofront. Invece con grande sorpresa trova sulla porta l’ingegner Vittore Sabelli, sulla cinquantina, operatore finanziario e amministratore delegato di una multinazionale. Al suo fianco una ventenne, bionda, occhi azzurri, seni turgidi e cosce scoperte.

“Buongiorno ingegnere, scusi se c’è un po’ di disordine”, dice il ragazzo imbarazzato davanti al padrone di casa, mentre raccoglie vinili sparsi nel grande salone.

Lui più imbarazzato di Vincenzo: “Non pensavo foste qui”.

-Come accade spesso siamo venuti con Brunella per il weekend…

-Sì, certo, so bene. Ma Cetty (sua moglie) non mi aggiorna mai! – dice infastidito.

Attimo di silenzio. S’intendono al volo. Il manager è incavolato, la bionda nel pallone. Bisogna capire cosa fare subito, prima che la figlia Brunella con gli amici torni dalla spiaggia e scopra la tresca.

-Caro ingegnere, se lei è d’accordo, potrebbe accomodarsi momentaneamente con la sua amica nella dependance. Oppure nel piccolo hotel dietro la chiesa di San Michele, se non è pieno. Domenica mattina noi andremo via, ma dire a Brunella di levare le tende subito la insospettirebbe.

-Caro giovane, non sarebbe una cattiva idea, ma mi sento a disagio, per la verità! – risponde nervoso e titubante. Era sfumata la sua giornata di sesso.

-Lei è pronto a fare la guerra in famiglia? Con sua moglie che non se ne fa scappare una e sua figlia che non la perdonerebbe mai perché l’adora come un dio?

-Ma neanche per sogno! – replica convinto l’ingegnere.

Lui chiama Titti, la biondina che intanto era andata in bagno, e gli amanti spariscono nel nulla. Con una raccomandazione: “Vincenzo, non una parola!”. Ingegnere, ma chi ha visto nulla?

Il ragazzo ride per la situazione: uno studentello che dà ordini al grande manager padrone di casa. La dolce vita è qui, a Capri.

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