Federico Jeanmaire (Baradero, 1957) escribió libros como Tacos altos (Anagrama, 2016), Amores enanos (Finalista Premio Herralde de Novela, Anagrama, 2016), Más liviano que el aire (Anagrama, 2009), Darwin o el origen de la vejez (Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones, Alianza, 2022) y La banda de los polacos (Anagrama, 2023).
Escritor prolífico, si los hay, Jeanmaire escribe ficción no histórica haciéndose eco de la historia. O dicho de otra manera: sabe cómo apropiarse de la historia o de personajes históricos para inventar nuevos mundos, historias ficticias ancladas en nuevos presentes.
En esta entrevista para Becult, Jeanmaire habla de La creación de Eva, publicada originalmente en 2018 por Tusquets, y ahora reeditada de la mano de Odelia. Una novela en tres actos en la que Maruja, un personaje de una picardía inolvidable que inspira ternura a cada frase, le cuenta a un sacerdote cómo se convirtió en mujer, desde la transformación física hasta la lingüística. Desde la mirada de los otros hasta la de la religión. Y desde el placer hasta la culpa.
No es la primera vez que te apropiás -perdón si suena demasiado fuerte- de personajes históricos para escribir ficción. Ya lo hiciste con Cervantes en “Miguel” y con Sarmiento en “Montevideo”. También aparece un tal Borges en “La banda de los polacos”: es quiosquero, pero quién sabe… Sin embargo, si no me equivoco, con “La creación de Eva” es la primera vez que te le animás a una figura femenina (y mítica) como punto de partida de una ficción.
Creo que el verbo apropiar es bastante preciso en relación con Cervantes, Sarmiento y Borges. Sobre todo, en relación con sus escrituras. El caso de Eva es diferente. Se trata no de la mujer primordial, en mi novela, sino de la persona trans primordial: Dios no la crea, opera a Adán para transformarla en Eva. Una herejía para cualquier cristiano o judío ortodoxo. Por suerte, ni los cristianos ortodoxos ni los judíos ortodoxos leen mis novelas.
¿Cómo nace la idea de la novela?
En 2016 fui a España a presentar “Tacos altos”. En Madrid, una amiga, Lola, me dijo que a Helena, una conocida de ella, le había gustado mi novela y quería verme. Me hizo mil recomendaciones de que me comportara correctamente, que Helena era trans, y fuimos a esperarla a una plaza. Helena llegó en un auto descapotado, impresionante, y al bajar comprendí el por qué de las infinitas recomendaciones que me había hecho Lola. Helena no parecía una mujer: parcialmente calva, regordeta, sin tetas que se notaran a simple vista y vestida con un pantalón amplio y una camisa. Con el paso de las horas fuimos intimidando, hasta que, en un momento, me animé a sugerirle que con ese “look” no iba a enganchar a nadie. Nos reímos y, al final de las risas, me avisó que ella no quería enganchar a nadie, que solo había querido ser mujer, mirarse al espejo y verse mujer. Una frase que fue un enorme aprendizaje para mí. Y la decisión casi inmediata de comenzar a escribir “La creación de Eva”.
“La creación de Eva” supone la creación de un nuevo lenguaje. Como si la mutación del lenguaje fuera una condición necesaria cuando se trata de mudar de identidad, de cuerpo, de vida.
También hablé de ese tema con Helena aquella tarde. Me confesó que, si bien lo más difícil de su transformación había sido la dolorosa operación de sus genitales, sobre todo el post operatorio, otra cuestión complicada había sido el aprendizaje de hablar correctamente a partir del cambio de género. Helena tenía alrededor de 60 años y había hablado como varón durante toda su vida, de repente había logrado convertirse en una mujer y ya no podía, por ejemplo, sentirse “cansado”, tenía que sentirse “cansada”. Es sumamente complejo modificar lo mecánico de nuestro aprendizaje de la lengua. Y me pareció interesante trabajar literariamente y conjuntamente ambos cambios, la lengua es parte fundamental de las identidades.
La “a” es la letra femenina y la “o” la masculina. La “a” viene a ser el vocablo instituyente y la “o” lo que no necesita instituirse porque es la norma. Supongo que, aunque no se lo nombra, estás hablando del lenguaje inclusivo. ¿Lo utilizás cuando conversás, hablás, escribís?
No uso el leguaje inclusivo. Me pareció un gesto político importante al poner de manifiesto el machismo de la lengua. Pero no lo utilizo y no creo que tenga un futuro feliz: la modernización de las lenguas, siempre atienden a la facilidad, nunca se complejizan, y la instalación de un neutro en una lengua como el castellano que no lo tiene, sería una complicación imposible de tener éxito. Lo que me gusta hacer, algo que no implica ningún esfuerzo para la gramática, es utilizar el sustantivo indefinido “todas” en lugar de “todos”. Tampoco me cuesta hacerlo, generalmente cuando hablo en público, algo que ocurre normalmente en el ámbito literario, el público es mayormente femenino.
Un recurso clave en la novela es la elipsis, lo no dicho. Aparece la voz de un personaje y uno como lector debe descifrar el contenido de la voz faltante. Hay algo lúdico y también muy teatral en esa articulación del diálogo, ¿no?
Es una forma literaria que he encontrado para marcar las instancias de poder en cualquier relación interpersonal. Es teatral, en verdad, pero antes es una solución platónica a los dilemas humanos. Y deja de lado a un narrador que podría juzgar o mostrarse autoritario.
También está el humor. Me interesa especialmente el humor que surge del malentendido, lo que ocurre en la comunicación cuando un código no es compartido. Una palabra puede tener distintos significados según se la entienda de una manera u otra, en un contexto u otro. En definitiva, de lo que estás hablando, supongo, es de la incomunicación.
Creo que no dialogamos, que lo que llamamos diálogo es un choque o en el mejor de los casos un cruce de monólogos. La incomunicación o la soledad, siempre. También en “La creación de Eva”. El humor es un resultante que depende de cada lector. Aunque, en verdad, me gusta imaginar una sonrisa seria en el lector. Y que esa sonrisa se detenga en una reflexión acerca de lo que la ha provocado. En la novela chocan dos planetas, dos monólogos, el lector es quien decide de qué lado se pone y de qué se ríe.
Cuando te leía pensaba en Ionesco.
En Francia, cuando se publicó una de mis novelas, “Más liviano que el aire”, apareció Ionesco en las críticas. También Beckett. Un honor. Y una exageración, me parece.
Hablemos de Maruja. ¿Cómo fue el proceso de construcción del personaje?
Los personajes se construyen a medida que voy descubriendo su habla. En este caso, Maruja se construyó a partir de su escasa educación y de la necesidad de hablar con la “a” desde su transformación. Una exageración que ambiciona a que el lector salga de la mecanicidad de la lengua y tome nota, por exceso, del machismo incrustado en ella.
¿Cómo sos como lector? ¿Qué te interesa leer y qué te atrae de un libro?
Sospecho que soy una suerte de lector bicéfalo. Soy un buen lector: disfruto de aquello que me gusta leer. Pero también soy uno de los malos: tengo la pulsión de preguntarme por qué algo me gusta o, sobre todo, por qué algo me disgusta. Creo que así somos las personas que escribimos, buscamos y rebuscamos hasta que encontramos la razón del disgusto. Se aprende más de aquello que no nos gusta que de aquello que nos gusta. Y eso es algo que no puedo dejar de hacer cada vez que abro un libro.
¿Cómo ves la literatura argentina hoy?
Creo que es un gran momento. Muchos escritores y escritoras, muchas estéticas y un público lector que quiere leer a sus connacionales. Sobre todo, varias escritoras que están produciendo muy buena literatura.
Tres libros que hayas leído y te gustaría recomendar.
Siempre recomiendo el Quijote. De lo último que he leído, me quedo con Literatura infantil de Alejandro Zambra y La mujer pintada de Teresa Arijón.