Creo que los límites de la novela negra se han ido extendiendo con el tiempo, y me parece bien que así sea. No creo en los purismos, soy más de ir prestando siempre atención a lo nuevo, lo vanguardista, porque por algo está sucediendo. Las diferencias creo que saltan a la vista. La policial clásica -Agatha Christie, Conan Doyle- contiene un crimen, un enigma y un detective que restaura el orden como una forma de consuelo: el mal tiene nombre y castigo. La novela negra posterior no quiere resolver el crimen, sino que lo expone. No importa quién mató a quién sino por qué ese crimen es inevitable en una sociedad que está rota. Y a veces ni siquiera hay detective. No sé si tengo una definición propia, pero sí me interesa una perspectiva latinoamericana: como decía Piglia, acá la tradición del género siempre estuvo ligada a la crítica social. Quiero decir, cuando un autor argentino se mete con el crimen, no puede evitar hablar de política, dinero, policía que aprieta, justicia que mira para otro lado. Y no es por estética, es pura realidad.