Mi colección comienza con obras de los años 1950, las de Loló Soldevilla, de sus amigos que formaron el grupo Los Concretos y de artistas del grupo Los Once. Estos artistas constituyeron el núcleo de un lenguaje pictórico abstracto que puso en tela de juicio la imagen de una identidad nacional que movía el motor de todo un proceso creativo iniciado a partir de los finales de la década de los años 1920 hasta los años 1940. Los artistas de los años 1920 construyeron a través de su pintura una identidad cubana muy influenciada por los recursos de la Escuela de París, del cubismo, del surrealismo, del expresionismo, asociados a la imaginería popular, la tradición barroca, el entorno visual y la sensualidad de los paisajes y habitantes de Cuba. Los de los años 1940 se fueron alejando de la dimensión social para acercarse a una sensibilidad más introspectiva pero sin abandonar la preocupación nacionalista. Muchos artistas de esa generación empezaron a encerrarse en algunos estereotipos, en particular un picasionismo edulcorado y cierta redundancia estilística. La posición ideo-estética de los artistas que incluían el grupo Los Once fue una reacción vigorosa contra las dos generaciones que los precedieron y comenzaron a laborar dentro de una absoluta libertad temática y teórica, sin complicidades, libres de disfracismos pseudocubanos. La ruptura con las generaciones anteriores fue evidente. La abstracción fue para los artistas jóvenes de los años 1950 una herramienta crítica y contestataria que les permitió romper con el tropicalismo soso, rebelarse contra el establishment e incluso contra el régimen dictatorial de Fulgencio Batista. Por eso me interesé en estos artistas y con ellos empieza mi colección. Pero la generación de artistas cubanos que más me fascina es la de los años 1980. Se trata de artistas (me refiero a los insignes) cuyo arte está desprovisto de cualquier propósito mercantil o especulativo; un arte de ideas añadido a una dimensión alegórica, paródica, conceptual, antropológica y posmoderna. Se trata de una generación de artistas que, influenciados por el expresionismo sombrío, irreverente, grotesco, violento de las figuras mayores del arte cubano de los años 1960 (como Chago Armada, Umberto Peña, Antonia Eiriz, Raúl Martínez, Jesús González de Armas…), transformó profundamente el arte académico, conservador, activista y moralista de la década anterior (“la década gris”, la de los años 1970), fundamentado en la ideología marxista-leninista, la lucha revolucionaria, el dogma estereotipado de la identidad nacional. Fue una generación, igual que la siguiente, que renovó la escena cultural cubana y, cosa extraordinaria, la cultura de este país, al llevar el arte más allá del arte. Estos artistas entendieron que exigir que el arte tuviera una utilidad social, por muy revolucionaria que fuera, equivalía a negarla en su aspecto más específico: la afirmación de la libertad. Lograron elaborar un arte sin restricciones, imposiciones o consignas, utilizando los lenguajes y las metodologías desarrolladas desde los años sesenta en Occidente; esto es, abriéndose al mundo a la par que defendiendo una autonomía y una ética de su producción artística. Por eso están muy presentes en mi colección.