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Mujeres desgraciadas, con gatos y sin hijos. ¿Y la libertad de elegir?

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Obra: Portrait of a young lady holding a cat (1525) Bacchiacca
El acto de conciencia consiste en que podemos decidir seguir la norma o infringirla: procrear o negarnos a ello. Esa es la responsabilidad de la que hablo. Hemos de ser conscientes de lo que significa poner un hijo al mundo. Dejar de procrear es rebelarse. Es un NO a la continuidad del artefacto. 
Chantal Maillard

Diana Paris

La maternidad está idealizada. Criticarla es un tabú. Experiencia vital transformadora y mandato a cumplir para conocer el verdadero sentido de “la plenitud”. Sinónimo de mujer. La cultura va cambiando el discurso, pero aún se percibe como una golosina rellena de mitos y lugares comunes que todas deberíamos degustar. El embarazo se exhibe como un estado de cualidades romantizadas… Ser mujer implica en el imaginario cultural la (casi) obligatoriedad de transformarnos en madres.

Napoleón Bonaparte (siglo XVIII) decía que las mujeres eran meras máquinas de hacer hijos. La mirada no cambió mucho cuando Franklin D. Roosevelt (presidente de EE.UU. entre 1933 y 1945) señaló en un discurso que las mujeres que no tienen hijos son como los soldados que huyen de la batalla.

Y lo más lamentable es que en noviembre de 2024 el candidato a vicepresidente de Donald Trump recoge un guante que atrasa, humilla y ridiculiza a las mujeres que han elegido otro proyecto personal. JD Vance volvió a los titulares con unas desafortunadas declaraciones de hace un par de años atrás.

JD Vance, hoy político encumbrado, fue un niño lastimado por una mujer “adulta-adulterada”, criado por una abuela alcohólica y violenta, y en una total ausencia de modelo paterno. El joven logró traspasar todos los obstáculos familiares y alcanzó las metas que se propuso. Escribió su biografía y, luego de un apreciable éxito de ventas, se la vendió a Netflix. La película narra su historia familiar de endebles vínculos, de desapego amoroso y de irresponsabilidad en la cadena de mujeres que forman su linaje materno. Su despegue del modelo original y… sin embargo, reactivamente, su postura muestra involución, destrato y violencia. Lo que se sufre y no se gestiona, se repite.

Alcanzar altos cargos políticos no es pasaporte a la madurez. En noviembre de 2020, Vance había dicho que los estadounidenses sin hijos eran “más sociópatas” que los que tenían hijos. Con afán de pegarle a Kamala Harris –su rival el próximo 5 de noviembre–  mencionaba a esas “señoras sin hijos, con gatos y vidas miserables”.  Para el joven candidato, “el futuro de los demócratas está controlado por gente sin hijos”.

La crítica a sus declaraciones estalló y nuevamente se instaló la polémica. Ante la catarata de críticas, él se defendió sin mayor convicción: “Se trata de un comentario sarcástico. No tengo nada en contra de los gatos”.

Tres mujeres, ¿no falta una?

En mi reciente libro, Mujeres sin hijos. El árbol genealógico guarda razones que la biología desconoce (abril 2024, Del Nuevo Extremo) exploro las diversas posibilidades del destino femenino, entendiendo que la maternidad (o la biología) no es el criterio definitivo.   Planteo las diferentes alternativas que tenemos las mujeres para elegir tener hijos o no tenerlos, y comparto experiencias de mi clínica como psicoanalista especializada en salud mental perinatal a propósito de los impedimentos para alcanzar un embarazo, aún deseando tener un hijo.

Transcribo parte de un capítulo donde se plantean las opciones.

La escritora estadounidense Sylvia Plath (1932-1963) leía para la radio BBC en Londres, unos meses antes de su muerte, el poema a tres voces llamado: Tres mujeres, y le daba texto a nuestras más íntimas pesadillas. Efectivamente, el extenso poema oral es la puerta a una galería que recorre los surcos menos explorados de eso que entendemos como el lugar intrínseco de la mujer: la maternidad.

Se inicia con una locación a modo de teatro, que ambienta la escena para el oyente: “Escenario: Un hospital de maternidad y sus alrededores”. Y, desde ahí hablan ellas. Mediante el desdoblamiento de Plath en las voces de tres personajes femeninos accedemos a tres perspectivas acerca de sus emociones sobre la relación mujer-hijo. 

Una de ellas reboza de ternura ante el parto y se asombra del poder transformador ocurrido en su cuerpo y de su capacidad de dar ese fruto (“¿Qué hacían mis dedos antes de tenerle? ¿Qué hacía mi corazón con este amor?”).

Otra, en cambio, más cerca del personaje lorquiano en Yerma, sufre su infertilidad con temor a ser abandonada por su pareja y afronta la depresión por este fracaso de mujer. (“Soy acusada. Sueño masacres. /Soy un jardín de agonías rojas y negras. Las bebo, odiándome a mí misma, odiándome y temiéndome.”).

La tercera dama lamenta su estado de gestante, pero decide asumir el embarazo, a pesar de no desear ser madre. (“No estaba preparada. / No sentía respeto. /Creí que podía negar las consecuencias, /pero ya es tarde para eso. Era demasiado tarde…”).

Considero que en estas categorías sigue faltando una voz: la de aquellas que eligen No ser madres. Elegir es optar, decidir, tomar las riendas de los propios actos. Es la cuarta pata de esta gran mesa donde toda la sociedad se sienta a opinar, dictaminar, aprobar, prohibir, calificar, señalar y ordenar; una mesa donde se sirve –como un plato exquisito– el cuerpo de las mujeres. Y las mujeres, ni biológicamente hablando, somos todas iguales, ni tampoco en los deseos, ni en nuestros proyectos. La fisiología anatómica no nos determina, no es un destino, decía Simone de Beauvoir, aunque el uso político de los cuerpos condicione nuestra funcionalidad…

Esquematizando, leemos a Plath en este mapa posible:

  1. Están las mujeres que quieren ser madres:
  • Disfrutan de la maternidad y son madres felices, que crían hijos felices. Las llamo “madres por vocación”, enamoradas del proyecto, realizadas en su misión, que viven afortunadamente su ejercicio de la maternidad como coronación a sí mismas y a la pareja.

2. Están las mujeres que son madres sin cuestionarse otra alternativa como trayectoria vital, podemos subdividir esta entrada en dos conductas:

  • Las que NO tomaron conciencia y de todos modos afrontan esa experiencia: pueden llegar al arrepentimiento o tener conductas tóxicas. Sus vidas suelen ser grises y sus hijos suelen padecer severas consecuencias, tanto por la insatisfacción materna como por las fallas en el apego amoroso.
  • Y las mujeres obedientes al mandato: las que creen que deben ser madres, las que tienen hijos por cumplir la exigencia socio-política-familiar. La vida aparece como un camino donde sortear cada día un obstáculo nuevo. Viven dejándose parasitar la voluntad y el deseo. Naturalizan la desmotivación. No se cuestionan otra alternativa. También sus hijos padecerán los coletazos de una maternidad sin vocación.

3. Están las mujeres que, deseando gestar y parir, ven frustrados sus anhelos:

  • Cuando la concepción se niega, y a pesar de las búsquedas, el embarazo no se logra. Con este grupo humano hay mucho para indagar: las causas transgeneracionales que superan los diagnósticos médicos de “infertilidad”.

4. Y, por último, estamos las mujeres que decidimos NO tener hijos. Aquí vale la pena distinguir entre “deseo de no ser madre” y “NO deseo de ser madre”. Atención que no es lo mismo: cuando decimos NO DESEO de ser madre, entendemos que la maternidad no es un contenido que se encuentra en el Ideal del Yo (según Freud: narcisismo, trascendencia, legado).

  • Tenemos otros proyectos vitales investidos para alcanzar realizaciones personales, de igual trascendencia que un hijo biológico. No somos ni egoístas ni pobrecitas (dos gafas con las que suelen mirarnos las mujeres obedientes y la sociedad toda). No nos sentimos convocadas a la tarea que supone la maternidad, ni por ello nos sentimos minusválidas sociales.  Ni egoístas, ni inmaduras, al menos no tan diferente de las mujeres con hijos.

Nos han enseñado que la fórmula es así: Vida = nacer+crecer+ reproducir+morir.

Pero los tiempos habilitan otras variables, y ya no es la única ecuación posible, ya “la regla” no rige hegemónicamente todos los destinos por igual. Los cuerpos y los proyectos personales de las mujeres tienen autonomía y se expresan, aun cuando naveguen a contracorriente.

Trabajar mitos, prejuicios y expectativas sociales, desnudar las fenomenales industrias de la fertilidad de dudosa ética (congelamiento de óvulos y otras delicias científicas del marketing de la reproducción asistida), pensar desde cuándo hay vida, problematizar la llegada de un hijo a la pareja y a la familia, registrar los traumas vividos en la propia niñez que se reflotan junto con un embarazo, observar las dificultades de las infancias obligadas a los extremos adaptativos del “ensamble” y sus consecuencias (desapego, caos y violencia), identificar la disponibilidad de tiempo y espacio “reales” que tienen para ofrecer los adultos deseantes de descendencia, delinear el mapa de acción en la pareja una vez nacido el ansiado bebé, y plantearse si están disponibles para ese trayecto de apoyo durante los “primeros mil días de oro”, son algunos puntos a revisar cuando se decide pasar de la pareja a la mapaternidad a conciencia.

El llamado “complejo de la madre”, es uno de los aspectos esenciales de la psique de una mujer. Cómo, con qué recursos, envuelto en cuál guion internalizamos las niñas a ese Otro fundamental. Cuestionar mandatos y guiones y mirar con honestidad la propia decisión: una tarea sine qua non. Mirar hacia atrás y observar qué pudimos hacer con eso, lo que recibimos, lo que nos negaron, el espacio que nos habilitaron para elegir…

Revisar nuestro lugar en la pareja, acondicionar el nido, preparar la cuna… Y no olvidarnos de reunir las fotos de nuestras madres: las reales (las viejas fotos en papel), las digitales, las internas, las oníricas y las de pesadilla. La figura de nuestra madre está en el podio de los logros/impedimentos para alcanzar la maternidad propia. “… cada hija contiene a su madre y a todas las mujeres que la precedieron. Los sueños no realizados de nuestras antepasadas maternas forman parte de nuestro legado. Para tener salud y felicidad óptimas, cada una de nosotras debe tener claro de qué modo la historia de nuestra madre influyó en nuestro estado de salud, nuestras creencias y nuestra manera de vivir la vida, y continúa haciéndolo. Cada mujer que se sana a sí misma contribuye a sanar a todas las mujeres que la precedieron y a todas aquellas que vendrán después de ella”.[1]

La maternidad es el eslabón entre mi lugar de hija y mi (posible) lugar de madre; el intersticio entre el espacio público y el privado, lo doméstico y lo cultural, la sexualidad, el mandato histórico, el sistema patriarcal, la expectativa de amor incondicional y las narrativas “maternas” que circulan en todos los ámbitos.

Me pronuncio en favor de reivindicar la posibilidad de normalizar la elección de no tener hijos. ¿Por qué si afirmo no querer ser madre te preguntan los motivos y no preguntan cuando otra mujer decide tener hijos?  

Abrir nuevos interrogantes para no caer en falsos escenarios.

Tener o no tener gatos, no hace la diferencia.


 

[1] Christiane Northrup, Madres e hijas.