Te amo, me dice una amiga a la cual le acabo de pasar el contacto de un plomero. Y I love you me responde la niñera de Gino porque le presté la tarjeta de crédito para la compra de un aire acondicionado en 48 cuotas. Los amo dice Cristina Fernández de Kirchner a un auditorio que desconoce por completo.
Te adoro me dice mi novio, ya sin razones.
El lenguaje del amor. La época impone emoticones de corazones para todos y todas. Se corrieron las barreras, todo es decible. Mis viejos no se tocaron ni se dijeron que se amaban. Tampoco a mí.
¿Cuál sería la diferencia? ¿Para quiénes reservamos el “te amo”? La época no permite excepciones: universaliza. Las redes sociales nos proponen corazones, felicidad y éxitos. ¿Alguien postea cuando está melancólico, perdió el trabajo o al amor de su vida?
Facebook reemplazó el me gusta por un corazón “que le encanta”. El corazón de reacción a los mensajes de WhatsApp es el más usado. Todos nos amamos en un mundo hostil y frágil, donde nadie se ama. Todos debemos exponer el encanto del amor, pero acaso nadie está predispuesto a perder algo por amor. El lenguaje de la transparencia, el lenguaje que ya no respeta el espacio privado. Las redes, la vida social sin oxígeno, expresar sin tapujos.
¿Será lo mismo coger que amar? Me pregunta una amiga en crisis matrimonial. Claramente no. Cogés, y al final te preguntás si lo amás, solo al final me apunta una vieja zorra con varios kilómetros andados. El mejor polvo es aquel que sabés que no se va a repetir. La certeza de que no habrá amor. Pero la época infla esa posibilidad de coger por amor, no se anima a proponer aplicaciones para el amor. Solo para “conocer gente”.
“¿Ya te dijo que te amaba?”, me pregunta mi hermana sobre mi nueva relación. Parece que importa ¿Cuánto tiempo hay que esperar? Y si me mando un poema, ¿me amará? ¿O es solo literatura? Seguidamente mi sobrina dice que ama a los perros. Y que no quiere ver más delfines encerrados. “Amo la naturaleza y la quiero cuidar”, dictamina. Me río, ¿cómo se puede amar algo en abstracto?
¿Será una encerrona más del sistema? La tarjeta de crédito me propone descuentos para el día de los enamorados, pero no sé si estoy enamorada, ¿igual los puedo usar? El banco me reemplaza el plástico de la tarjeta por otra de corazones rojos y plateados que dice: Woman.
La palabra amor discurre. Mi hijo me abraza y me dice que me ama. Antes pasó mi amigo, me dijo que me extrañaba y que me ama. Les dije a ambos que yo también. Me pregunto a qué pocas personas no les digo “te amo” o le envío emoticones de corazones. Hago un listado, son pocos. Al carnicero paraguayo, al cual amo, pero no me animo a declararme. Al portero, que no quiero. Y al mecánico, que le daría mi vida, pero todavía no se lo dije.
¿Nos tomamos un café? Te extraño al infinito me dice un colega. Te extraño, me dice un chongo de la década pasada. A ninguno amo, pero les mando corazones. Amo a mi ginecóloga, eso sí. Pero si se lo digo pensará mal.
Camino, paso por la puerta de la morgue de la calle Viamonte. Una madre llora desconsolada frente a la pantalla del teléfono. Su hijo acaba de ser atropellado por el tren. Murió. ¿Alguien le dirá que la ama? Lo cuenta rápido, pasa de un audio al otro. Está sola. Estoy estupefacta por la escena. La abrazo. Lloramos juntas. No puedo decir que la amo, pero hoy es ella quien más necesita oírlo.
¿Dónde coloca la época el lenguaje del amor? En todos lados. No hay escapatoria. No hay diferencias de esperas. Todo es uno, los mundos dan igual. Globalizados y sonados. Todos amamos sin amar.