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Alejandro Méndez (Argentina)

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Obra: Graciela Sacco

PRELUDIO DE LAS GLICINAS

Tengo un corazón antiguo
incluso para los
desbordados frutos de la historia.
Decimonónico mi
corazón parece florecer
en el halo que
desprende el
muchacho de la
plaza
y su espalda apolínea.
Promesa y decepción
con esquirlas perfectas.
Un corazón teórico
que derrama
excepciones, ciego
ante la evidencia
del desierto,
sordo a las
trompetas
y al dios que
responde con un
trueno, mudo
para la furia de la naturaleza,
dulcísimo en su religiosa
ferocidad. Tengo un corazón
antiguo descatalogado en los
brotes
más verdes, su fulgor
apenas despunta
y ya es molde
funerario. Estas que
ahora nacen son las
glicinas muertas, no
sus hijas bárbaras.
Tengo un corazón antiguo
indulgente como dos
hombres enamorados a la
sombra
de una nube que
pasa por el
campo.
Un corazón
pospolítico con
miriñaque
y conciencia social.
Tengo un corazón
que late en el murmullo
del agua, agua que es la
voz del padre de mi
padre.
Un corazón primordial
sostenido por los
latidos yámbicos de
mi madre, Tengo un
corazón antiguo
cercado por tres
murallas chinas,
inaprensible
como el vacío
donde canta el
pájaro de la
leyenda,
sólo de buen
augurio si vive en
el mito.
Arritmia
asintomática dijo el
cardiólogo, yo
digo un corazón
anacrónico, preverbal, el
corazón
en la boca.
Tengo un corazón antiguo
guiado por voces
a la manera de los
santos, dilapidado entre
glicinas como el de
aquel poeta asesinado
frente al mar.

NOCTURNO

El pasillo estrecho sin escuadras
como quiso el albañil italiano que a
ojo moldeó una ruta llena de plantas
hace casi imposible tu pasocon la
camilla. Cada vuelta cada avance
ruego
que la proa de este amasijo de fierros y
sábanas hospitalarias ancle en elliving
abarrotado
de platos colgados en la pared. Que se
detenga y te dejen en lacama pero
tampoco ese deseo será cumplido. Las
medidas exiguas de la puerta no
permiten el giro de la camilla. Te tendrás
que conformar con un campamento en el
comedor entre el tapiz cubano yel reloj de
cuerda del abuelo
detenido en aquella hora. Suelto los billetes
de la propina. El martirio de la travesía ya
terminó exhaustos nos desplomamos sin
gracia pero rotundos.
Toda la casa a oscuras los muebles que reconozco
al tacto las baldosas frescas algunos ladridos. Tu
murmullo acompaña el sueño se interrumpe con la
luz clara del velador encendido como una gruta
recién descubierta en la niebla.
Me distraigo con el teléfono voy saltando de foto en foto.
La ventana abierta disipa el olor a encierro. Puedo decir
cómo suena cada cosa. Cuál anunciará la fortuna cuál su reverso.
Qué peso y declinación tiene la espera. Dónde
caerá la rama del jazmín. En qué rincón del patio
perdí las llaves.
De esta pequeña tregua cómo pasamos a las
convulsiones que vaciaron tus ojos. No alcanzo a
llevarte el recipiente vomitás cada vez más rápido.
Las manos son garras
dones precarios para economizar los gestos del amor.
—Todo esto es tuyo -me decís. Una última
voluntad salpicada de espasmos. Ya es de noche de
madrugada aprendemos
a descifrar el ritmo no sé si es tu respiración o mi terror.
No tocamos nada de ese orden que nos antecede.
Un naufragio aguas en avanceo repliegue. No puedo
seguir durmiendo sopeso cada movimiento cuido la
luz que aparece
cuando pronunciás mi nombre.

EL VALS DE COBALTO

Mudo agradezco la
luz los gritos de los
vecinos el canto
parteaguas
de esas calandrias
que tanto odiás en otra
vida fui un perro
manso a lavera de tu
ventana la garganta
es un estanque nunca
me esperé el golpe en la
cara ni desoí la orden el
abrazo fantasma nunca
pasaré
a otra vida soy
materia pobre de
aquel estanque de
cobalto el fruto
nunca imaginado.

EL CORO INVISIBLE

Encorvada sobre el
andador me grita
—Vení que me
quiero bañar
pero tengo miedo.
Cómo
explicar esa
luz
que
agiganta el
pasillo
en diagonal desde la cocina
pasando por el tamiz
anaranjado proveniente del
norte
y que se irradia
desde la claraboya del baño.
Una luz
decía
inexplicable
que rebota
en los
bordes
gastados
de la bañadera.
Por esa
luz
bajo la vista
y pongo el
banquito con
cuidado
sobre el piso
resbaladizo
para que no
se mueva.
Mi madre se
desviste como
una mujer jovencon una rapidez
inusitada queda
desnuda en un
cuerpo
viejísimo.
La froto
con jabón lo
paso por su
cuello hago
espuma
y el agua todavía
helada la despierta
espera 
el chorro
tibio que ya
viene
y agradece
como yo
la luz
generosa
del mediodía.

GOSPEL

Me pidió
naranjas de
ombligo
con insistencia.
—Si no hay
no quiero otras.
El remedio para la tos
no era tan
importante ni
siquiera el hecho
de que pasara la noche
en vela sin poder
respirar.
—Son tan jugosas y
dulces que me dio un
antojo.
Hice escala en la
farmacia para buscar
el jarabe
y de ahí a la verdulería.
Viajé del centro al suburbio
con un kilo de naranjas mutantes que en la base
del fruto desarrollaron una
segunda naranja pequeña
y atrofiada.
Caminé por el patio
y las plantas tropicales hasta llegar a la cama.
Dos almohadas la
elevaban en un
puesto vigía
mientras la tos
la sacudía con un ritmo
irregular.
—Pelá una
y dejala en el plato.
Me encandiló el sol
que pegaba sobre el
mármol blanco de la
cocina.
Aun así pude separar
los gajos y echarles una
bendición
para que se
convirtieran en
medicina.
El plato azul
rebosaba de fruta
hacía equilibrio
para no derramar nada
para que cada gota
reluciente llegara a
destino.
Que abriera su
boca y tragara
no ya las
naranjas sino
el fulgor
que las atravesó.

Alejandro Méndez

Nació en Buenos Aires, Argentina. Publicó, entre otros, los siguientes libros: Chicos índigo (Bajo la luna.Buenos Aires. 2007). Cosmorama (Ediciones Liliputienses. Cáceres. España. 2013. Pólder (Bajo la luna.Buenos Aires. 2014). Para arder (Bajo la luna. Buenos Aires. 2021). Coordinó la primera curaduríaautogestionada de poesía contemporánea argentina: laseleccionesafectivas.blogspot.com.ar. Es docente en la Universidad Nacional de las Artes (Licenciatura en Artes de la Escritura). Participó en el X Festival Internacional Vapoesía Argentina.