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Pablo Mancini: Los títulos no importan

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Por Valeria S. Groisman


Pablo Mancini (Argentina) está leyendo. Lee porque es lo que hace: leer fenómenos, tendencias, épocas. Leer a las personas para entender qué las motiva, qué las mueve de su zona de confort, qué las lleva a modificar hábitos de consumo de noticias, de entretenimiento o a buscar destellos de emoción donde hasta hace un tiempo solo se iba en busca del conocimiento como verdad absoluta, esa iluminación tan quimérica como fugaz.

Leer es lo que Mancini sabe hacer: anticipar lo que viene para estar preparado, para que el medio o la empresa donde trabaja o su equipo estén preparados. Antes lo hacía a fuerza de experiencia e intuición. Hoy, con ese mar de datos analíticos que son las métricas, se arriesga a caer más cerca del hoyo. Su puntería puede ser, sin dudas, más precisa. Y lo sabe.
Pero también lee para encontrarse. Porque hace algunos días se enteró de que es personaje en una novela, pero personaje con seudónimo. Así que se busca sin saber si se encontrará. ¿Cómo lo verá ese escritor que inmortalizó un instante cualquiera de su vida en el capítulo de un libro? ¿Cómo reconocerse en la mirada de otro? En eso anda por estos días, además de viajar promocionando su último libro Off the record. Verdad, sangre, algoritmos y negocios(Ampersand), una crónica salvaje de su vida en los medios y un intento por iluminar las zonas nutritivas del periodismo. Una suerte de nudge (empujón saludable) para que los periodistas y las redacciones se animen a atravesar el tiempo que vivimos sin concentrarse en la queja y el temor; enfocándose, en cambio, en la ventana de oportunidades que la inteligencia artificial (IA) o los cambios de consumo en las audiencias inaugura.
Por último, el actual Líder global para el segmento de Publishing en el equipo de Estrategia y Desarrollo de Negocios en Amazon Web Services y autor de Hackear el periodismo (2011), Los sentidos y las máquinas (2012), CryptoPeriodismo(2012) y Escribir en internet (2012), lee porque le gusta. Y lee más en papel que en pantalla. Tiene en su escritorio varios libros: el último de Nicolás Mavrakis, uno de Guillermo Piro, Romeo y Julieta y está también Fortuna de Hernán Díaz, el volumen laureado con el Premio Pulitzer en 2023. Sus amigos (Mavrakis y Piro lo son) conviven con el autor clásico, cuyo volumen más romántico aunque trágico, es algo así como su libro de cabecera. Un fragmento de ese texto aparece de incógnito en el libro que acaba de publicar y hay que bucear bien profundo para encontrarlo. De hecho, es algo de lo que voy a enterarme durante la conversación con Mancini, que transcurre un martes de mayo entre Miami y Buenos Aires. Me culpo por no haber reconocido la voz intrusa de Shakespeare.

En medio de tanta mirada distópica sobre el futuro del periodismo tu libro es casi un oasis.

Yo no iba a escribir este libro. Un día, hablando por teléfono con Adriana (Amado), le cuento mi idea y le pregunto qué le parece. Ella fue la impulsora de todo, porque me dijo: “Pablo, dale para adelante, pero no te centres en lo malo, centrate en lo bueno, en las posibilidades, ponele onda, pensá en los pendejos que recién arrancan, pensá en vos cuando tenías veinte y eras un estudiante”.
Si no hubiera hablado ese día por teléfono con ella, yo escribía otro libro. Por eso, le debo mucho, ella lo sabe, y le agradezco. Otra vez le tengo que agradecer algo a Adriana. Ella fue la que prendió el motor. Después yo hice mi trabajo. Y apareció Ampersand, que es una editorial súper cool, y termina después (Jorge) Fontevecchia presentando el libro y la feria (se refiere a la Feria del Libro de Buenos Aires 2024) llena de pendejos, pibes, pibas, estudiantes, que era el público que a mí me interesaba.

Apenas arranca el libro decís que es un momento espectacular para probar, para hacer cosas nuevas en el periodismo.

Sí, porque yo le cuento un poco la idea a Adriana, lo pensamos, volvemos a hablar por teléfono y ella me simplifica la idea. Adriana ahí jugó una orientación a alto nivel, sin entrar en los detalles, sin decirme qué tengo que contar, sin decirme cómo hacerlo, pero me dio un norte.

Un enfoque…

Sí, como un enfoque. Va por ahí. “Está bien, está bien, pero correlo un poquito más, correlo un poquito más que va para ese lado”. Y eso a mí me aclaró mucho y es lo que me permitió también hacerlo rápido, porque es un libro que se escribió en muy poco tiempo.

Y además en un lenguaje muy directo, ¿no? Es como que le estás hablando todo el tiempo a alguien y te quería preguntar a quién.

Yo soy consciente de que el tono del libro llamó la atención. Y me encanta. Lo escribí para mí, pensando  “che, si tuvieras veinte años, ¿qué querrías saber de todo esto?”. Querría saber qué está pasando? Por eso así se llama el primer capítulo. “¿Cómo piensan estos tipos (que manejan los medios)? Contame un par de anécdotas”. Eso es lo que quiero saber de alguien que tiene, no una gran transición, pero sí veinte años laburando en esto.
Entonces me imaginé a ese pibe que vivía en Buenos Aires, que es del Interior y me pregunté qué quiere saber este pibe. Eso fue lo que escribí, y de ahí el tono también. ¿Cómo se lo contás a un pibe de veinte años? Por eso no me metí con tipo un lenguaje técnico o teórico. Igual está minado de referencias a libros, a veces explícitas y otras no. Hay referencias a la música y hay un capítulo, hay una parte del libro, que nadie descubrió todavía, que es un párrafo que está un 90% copiado, solo cambié un par de palabras, de un libro muy conocido.

Uy. Creo que yo tampoco lo vi.

Es Romeo y Julieta, de Shakespeare. Yo soy un fanático de Romeo y Julieta y siempre tengo una versión por acá (se refiere a su escritorio, su casa).

Un romántico total.

Sí, amo, es mi libro favorito, sin duda, y mi película favorita también. La versión de  (Leonardo) DiCaprio, cuando no era DiCaprio, cuando era un nenito, esa versión postmoderna, con autos deportivos y armas,
¿Qué te quiero decir? Que mi libro es un libro hipertextual porque, quizá ingenuamente, pero pretendo que conecte a los lectores también con otras cosas. Lo que hablábamos hace un rato, que no se encapsulen en el llanto de la industria. ¿Está difícil? Sí, siempre fue difícil, chicos. Mis amigos, mis maestros, que son más grandes, y yo, todos la parimos y  la estamos pariendo.

De haber sabido lo que sabés hoy, es decir, de haber leído un libro como el tuyo a tus veinte, ¿hubieses hecho algo distinto? ¿Habrías elegido otro camino?

No sé, pero sí siento que a nuestra generación se le enseñó, a la tuya y a la mía, que había que parecerse a algo, a algún ideal, que había que ser un poco más serios y yo de lo que me di cuenta, con al menos mi experiencia, es que todo lo contrario: tenés que ser vos. La gente quiere gente real, quiere que la mires a los ojos, que la entiendas, que la escuches, que le seas honesto con lo que pensás.
Van a confiar más en alguien honesto que en alguien que les dice lo que quieren escuchar. Y eso es un poco lo que está también detrás de las anécdotas que cuentan, y al final es, hey, pero no te sobrecompliques acerca de cómo tenés que ser, cómo te tenés que vestir, cómo te tenés que presentar, cuál es tu título. Los títulos no importan.

En Off the record Mancini cuenta que su tarjeta personal solo lleva su nombre y la información de contacto. Nada más. No dice ni qué estudió o de qué se recibió ni tampoco qué cargo tiene en la compañía donde trabaja. Pablo Mancini, a secas. Marca personal.

¿Por qué no importan los títulos?

Hay tanto fake dando vuelta, hay tanta máquina y algoritmo dando vuelta, hay tanta promesa y tanto llanto. Puedo ser fake, puedo ser parte de la pelotudez y de los focos artificiales de los algoritmos y de los que se quejan de lo mal que le va a la industria periodística. O puedo no entrar en esa.
El riesgo es el mismo. Porque en los todos los escenarios podés perder igual. Si vas a perder, perdé en tu ley. Ese es un poco para mí el mensaje.  

¿Dónde está hoy el periodismo más honesto, más genuino?

Más en personas que en marcas, te diría. En todas las organizaciones hay gente así. No sé si hay una marca o una organización que exprese eso, probablemente no.
Después está la variable de si te gusta o no, por ahí leés o escuchás o ves a alguien que dice “bueno, esto es peculiar pero a mí no me gusta”. Yo prefiero que no te guste en este caso el libro, por ejemplo. Yo prefiero que no te guste el libro por cómo lo escribí, por lo que digo, por cómo soy, que haber tratado de escribir un libro políticamente correcto -o esperado- y que te guste.
Prefiero que me descartes o que me odies por lo que hice honestamente a que me ames por ser un fake más.

Hablás de honestidad, algo que no impera en las redes sociales, por ejemplo. A veces uno se pregunta: ¿qué pasa si no publico nada? El famoso Fear of Missing Out (FOMO).  

Lo que pasa es que el entorno nos influencia a todos. Me parece que por lo menos tenemos que saber a qué juegos jugamos, ¿no? Tener esa conciencia. Yo en Instagram, que lo tengo cerrado, publico cosas que en Twitter (actual X) no publicaría jamás y en LinkedIn menos.
Entonces juego de distintos juegos.

Pablo, apenas arranca el libro mencionás a los ingenieros. Poco se habla de los ellos cuando pensamos en la industria del periodismo y hoy son más importantes que nunca, ¿no?

Yo pasé mucho tiempo en los últimos diez o quince años con ingenieros. Hoy todavía paso mucho tiempo con ellos. Y son muy importantes en esta industria. Yo creo que son los que más van a tener que prestar atención o están prestando atención al tema de inteligencia artificial. Todo el mundo habla hoy de la IA, porque, claro, acelera procesos, cambia las formas de trabajo y también las expectativas de los jefes en relación con la productividad. Los ingenieros son centrales porque son una pieza de la maquinaria muy clave, muy importante para, por ejemplo, lo que es la distribución, la monetización y la publicación (de las noticias).
Lo que pasa es que, como siempre pasa, justo hablábamos de esto el otro día con Guillermo Cullel (director general de elDiarioAR), un tipo con mucha experiencia, el tipo que yo más respeto en este mercado, sin duda, y además, amigo,  está la excitación inicial, como la que estamos viviendo con la IA.  
En una época nos decían que teníamos que sentar a un programador al lado de un periodista para que el medio lo vea. Ah, listo, si los programadores son importantes que se sienten en la redacción. Una mentira total. Nos comimos esa durante años. Nada que ver. Lo he visto en redacciones donde trabajaba. Los ponían juntos y entonces el periodista le decía al programador lo que tenía que hacer y el programador tenía una opinión sobre cómo estaba trabajando el periodista. Era todo ruido, todo ruido para lo que iba a leer mi tía, mi madre, como lectores finales, que lo que quieren es un buen texto o algo que las entretenga o emocione.
De ahí la metáfora de las sirenas, que está al principio del libro, pero después se sostiene, me parece, hasta el final. No dejarse encantar. Si antes se sentaba a un periodista al lado del programador, entonces ahora incorporo a la inteligencia artificial.

Es bastante simplista, ¿no?

Claro, no me parece que esos sean los problemas centrales en la profesión. Lo que yo veo o en lo que me intereso y en lo que invierto el tiempo es en otra cosa.
Por ejemplo, en la idea de verdad, la idea de singularidad, de “sé quién sos”, aportarle verdad al mundo o singularidad al mundo. Me parece que ahí hay dos terrenos de los que nadie está hablando, ese es mi riesgo y por eso el libro. Son dos temas que se están pasando por alto, que son lo básico de lo que hacemos y los damos por hecho, pero la audiencia no los da por hecho, porque la audiencia desconfía de tu verdad, desconfía de tu singularidad. Se pregunta por qué estás hablando de esto, por qué no estás escribiendo de este modo, por qué me lo estás contando ahora.
La gente se entrenó para cuestionar lo que nosotros hacemos. Yo creo que hay que volver a esas partículas elementales, como se titula uno de los capítulos del libro (es el capítulo 20, un guiño a la novela de Michel Houellebecq). Yo creo que es la apuesta que hago, es la apuesta que voy a hacer. Yo trabajé los últimos diez años en tecnología, o más. Empecé como redactor, como periodista, después me mudé al área de producto y tecnología. Y creo que en los próximos diez años lo más divertido va a ocurrir en el área de la redacción, no en el de la tecnología.

En el mundo de la tecnología van a seguir primando los algoritmos…

Claro, y van a ocuparse de que cierre el negocio, digamos. El equipo periodístico va a estar trabajando en hacer buen periodismo. Por eso yo quiero plantar mi bandera, la mía, profesional, del lado editorial.

Hoy, el miedo de gran parte del periodismo es quedarse sin trabajo si la IA avanza. Pero, esta es una opinión personal, probablemente no terminemos todos desempleados. Nos va a quitar el trabajo pesado, nos va a facilitar  -ya lo está haciendo- algunas tareas, pero siempre se va a necesitar de la mirada humana para hacer periodismo de buena calidad. Por ejemplo, yo puedo desgrabar esta entrevista con un programita, pero después tengo que corregir ese texto en bruto, escribir mi nota y editarla. También elegir un título y decidir cuál es mi enfoque. Todo eso no lo hace una máquina. Y, aunque lo pueda llegar a hacer, no creo que sea lo mismo.

Al lector no le importa cómo desgrabaste la entrevista, si fue en forma automática o te sentaste diez horas a desgrabar, como hacíamos antes. Eso no tiene nada que ver con el producto final. En todo caso, lo que juzgará el lector es la oportunidad de esa entrevista. Si le interesa o no, si es un buen momento para hacerla, el outcome, el resultado final está bien vendido, bien escrito, si me divertí, si se enteró de algo que no sabía.
Por eso te digo que estas nuevas herramientas no te agregan un gran valor en términos del resultado final. No hay tanta novedad ahí, ojo con esas cañitas voladoras, porque no, ahí no hay novedad. La novedad está en que si antes te fumabas cinco horas en desgrabar esta conversación, ahora la vas a tener en cinco minutos o menos.

¿Qué están haciendo los medios para recuperar la confianza de las audiencias? ¿Qué te parece que están haciendo los que lo están haciendo bien?

Para hacer un promedio de lo que yo veo en el mundo, creo que hay un genuino y para mí acertado interés en todo lo que es la información sobre el comportamiento de la audiencia. En algunos casos el análisis es más rudimentario; en otros, súper sofisticados. Pero, en definitiva, todos entienden que eso es central, que eso es algo que hace diez años no teníamos y hoy sí.
Hace diez años, para lanzar una nueva sección o un rediseño de un sitio o una aplicación, era pura intuición y un poco experiencia, no había información. Lo que proponíamos era “inchequeable”, y los dueños confiaban en nosotros, o no. Pero ahora todo el frame para proponer un proyecto, para lanzar un producto o un contenido, incluso para evaluarlo, está basado en datos analíticos.
Entonces yo creo que eso es una de las cosas centrales que cambió. Aquellos que son consistentes con esto en los últimos años han podido crecer mucho. Es el caso del New York Times, el Washington Post, el Wall Street Journal, el Financial Times, The Guardian, La Nación de Argentina, elDiario.es, El País y Prisa en España. Si vos te fijas, ¿sabés qué tienen todos esos medios en común? Tienen muy buen periodismo pese a las crisis, pese a los presidentes y las economías. Han logrado ser consistentes en dos cosas para mí.
Una es que la calidad del periodismo es muy buena: muy buena. La segunda parte de la ecuación es que se han centrado en métricas de negocio que les han permitido evaluar eso y balancear lo que ellos consideran calidad por su trayectoria en el mercado y lo que la audiencia quiere. Y han logrado tener un balance en esas dos cosas. Los medios que te mencionaba recién, esos tipos no se distrajeron nunca. Esos tipos dijeron: “Ok, ¿nosotros qué hacemos? Hacemos periodismo. Entonces vamos a contar cosas que nadie sepa. Estas son nuestras métricas de negocio y con esta información vamos a analizar la audiencia”. No hicieron grandes cosas después, o sea, no tiraron fuegos artificiales, bueno, algún día sacaron un gráfico más divertido, otro día diseñaron un sitio que quedó un poco más lindo o más feo, no importa. Lo que importa es que fueron muy serios en el buen sentido. Fueron conservadores en términos de mantener firme el quiénes somos y el a dónde vamos. Eso les permitió lograr esa consistencia.
De nuevo, de esto hablábamos con Cullel, hasta ahora nos permitimos pensar todo: cambiar el producto, cambiar el formato, cambiar los diseños, sentar a los programadores al lado de los redactores. Lo que nunca nos atrevimos a pensar, y lo estamos pensando, es cómo cambiamos el modelo de negocio. A lo mejor no había que cambiar la nota, o el artículo, o el formato de presentación, o el formato del sitio, o del diario de papel, incluso.
A lo mejor lo que había que cambiar, lo que había que repensar es este modelo que es publicidad-suscripción, publicidad-suscripción, y punto. A lo mejor ahí hay algo a lo que todavía no le metimos suficiente esfuerzo.

Se habla bastante del modelo de membresías como una buena salida.

A The Guardian le va muy bien con ese modelo. Ese es un modelo. A lo mejor todavía le falta un poquito para escalar el negocio, para poder innovar, pero es un camino interesante. Ahora, no todas las marcas pueden hacer eso porque para un modelo de membresía que funcione hay que tener una marca muy prestigiosa. Los periodistas tienen que ser muy prestigiosos.

En el libro hablás de las suscripciones y del valor que se le asigna a la producción de cada nota. No todas las notas valen lo mismo. Entonces, podés tener la misma suscripción que tu amiga, pero, en función de lo que vos elegís, podés tener acceso a más o a menos contenido.  

Sí, y yo sé que hay medios que están pensando también en que vos te puedas suscribir a una sección o a un periodista. No al diario como paquete. Ya no nos suscribiríamos a todo porque a mí no me interesa todo ni a vos ni a nadie. Te interesan cosas específicas. Entonces, en lugar de cobrarte, no sé, cinco dólares, o lo que sea, pesos, por todo el diario, por todo el acceso, te cobro por una parte.

Otro de los temas que aparecen en el libro, y del que ya empezamos a hablar, es la IA.

El problema con la inteligencia artificial es el nombre. Porque confunde. Es como decir que vamos a crear de manera artificial la inteligencia que ya existe. Yo creo que eso mantiene confundido a todos los que están participando de la discusión.
Para mí la inteligencia es otra cosa, es otro tipo de inteligencia, hace otra cosa, acelera algunos procesos, permite transformar algunas cosas, pero es la inteligencia que vos tenés. Entonces podría ser el hombre, podría ser una inteligencia diferente, una inteligencia X, no importa. Pero el problema fue el nombre, porque ahora está todo el mundo está pensando en cómo eso nuevo me reemplaza y no vino a reemplazar a nadie.

Además es un producto humano ¿no? Y para crear, la IA se basa en todo lo que nosotros escribimos, publicamos. No crea de la nada.

Totalmente. Pero bueno, está bien, al público general le llega con ese nombre, el público general no conoce la inteligencia artificial.

En este punto de la entrevista, Mancini me cuenta que hay un video que muestra lo que pasa cuando se pone a dos IA a hablar entre sí. Alguien coloca un teléfono celular cerca de otro y cada uno con un programa de IA abierto. Le pido que me envíe el link. Me intriga, pero mientras le pregunto: 

¿Y qué pasa? ¿Logran entablar un diálogo?

Al principio los dos sistemas estaban confundidos. “¿En qué te ayudo?”, decía uno. El otro le respondía lo mismo. Lo loco es que empiezan a desarrollar una conversación y está buenísimo. ¿En qué sentido? En que es la primera vez que hay dos máquinas que pueden estar hablando más allá de leyéndose y aprendiendo una de la otra, eso pasa.
Es el miedo que plantea Elon Musk: pará un poco que acá las máquinas van a aprender entre ellas y esto escala a un nivel… Entiendo esa parte. Pero lo interesante de este ejercicio es que hay dos teléfonos con inteligencia artificial hablando y están desarrollando una conversación. ¿La conversación es coherente? Sí. ¿Pueden desarrollar una conversación? Sí. Ahora, es aburrida, es una conversación políticamente correcta, nadie siente nada.
Entonces decís qué sorprendente es la tecnología, pero no decís qué copado. En lugar de irme al bar con Valeria, me voy a quedar escuchando esta conversación. No decís eso.

Citás a Daniel Link que dice que para analizar un fenómeno o una época es importante pensar de qué se huye, a qué se le huye. Entonces te pregunto: ¿de qué estamos huyendo hoy los periodistas y a qué le huyen las audiencias?

¡Qué divino! ¡Qué divino! Amo a Daniel Link. Yo creo que todos huyen de lo mismo. Los peores pronósticos sobre el periodismo se sienten, piensan y hacen cuando se encuentra la huida, cuando lo que de lo que huye la audiencia y el periodismo es lo mismo, que es la verdad. Cuando te alejás de lo que estás contando es cuando todo quiebra, cuando no tiene sentido ni lo que estás leyendo como lector ni lo que estás produciendo como periodista.
Hay una pregunta en el libro que a mí me gusta mucho. No la quise desarrollar mucho para no armar quilombo: ¿estarías dispuesto a pagar por tu trabajo? No hay que responderla, pero después andá frente al espejo y hacétela.

El problema es que cuando estamos en modo automático no nos preguntamos nada, ¿no? Esto me lleva a la idea que plasmás en el libro de que siempre hay que llegar preparado a una reunión. No solo hay que salir de ese modo automático: también hay que tener tiempo, disponer de tiempo para prepararse. Y lo decías en relación a la reunión en la que conociste a Jeff Bezos, que, parece, te dejó huella.

Es un fuera de serie. Es un tipo con sentido común, razonable, humilde. Un tipo que te escucha, que es como vos ahora. Estamos hablando hace 40 minutos y no miraste el teléfono, yo tampoco, estamos presentes. Es un tipo que hace preguntas simples, que no “sobrecomplica” las cosas, que está concentrado en el objetivo final, que no cuestiona tonterías, sino que se centra en cómo él te puede ayudar.
Por un lado es cultural, si lo pensás en relación a nosotros como argentinos, pero, por otro lado, también es distinto, no se encuentra eso en el mundo corporativo tan fácilmente. Te trata como un igual, se presenta como si no lo conocieras. No sé, yo estoy varias veces con él, a mí ese tipo de personas me levantan la vara de lo que hay que respetar en este mundo.

Ahí surge la idea de que los títulos no importan.

Sí, esa es la historia de por qué las tarjetas no tienen el título, porque a mí me dijeron: “Ni si te ocurra decir hola, yo soy el director de no sé qué cosa, el head of no sé qué cosa, el VIP de no sé qué. No le importa. Este tipo está en otra. Le importa lo que vos podés hacer para que a esta compañía le vaya a mejor y qué le podés contar vos y transmitir vos en términos de cómo él te puede ayudar, te puede desbloquear”.
Yo sé que es muy sencillo lo que estoy contando, pero ¿sabes qué? No se ve en ningún lado.

En definitiva, lo que va a cambiar las cosas y lo que siempre cambia las cosas es la conversación entre dos personas, ¿no? Lo que va surgiendo en la conversación entre dos personas o el encuentro de dos o tres, lo que sea. Y no una nueva tecnología.

Por eso el libro. Por eso es que es un libro sobre las personas y no sobre el negocio específicamente, porque no podés entender el negocio si no entendés a las personas y lo único que como vos decís cambia a las personas son otras personas. La tecnología no cambia a las personas. No hay nada que pruebe que un celular me cambió a mí o a vos. Lo que te cambió es que tu pareja, que tu familia, que tus amigos te hablen a través del celular.
El celular no existe, la computadora no existe. O sea, lo que cambia a otras personas es el comportamiento de otras personas.

Seguimos haciendo las mismas cosas que hacíamos siempre solo que con la ayuda o la mediación de distintas tecnologías. Hablar, enamorarnos, pensar, hacer periodismo.

Totalmente. Buscar trabajo, comprar, vender, proponer, aceptar.

Pablo, ¿qué es lo que más te apasiona de lo que estás haciendo hoy?

(Piensa) A mí lo que más me interesa es esto que empecé a entender en el último tiempo de que el negocio iba a cambiar… Me interesa empezar a leer a las personas, a entenderlas de otro modo.Esta industria es mi mundo, básicamente. A lo mejor si trabajara, no sé, en Wall Street, sería distinto. Pero cada vez más pienso que hay que entender a las personas, que si no entendés las motivaciones de las personas, no entendés el negocio. Las personas pueden ser la audiencia, puede ser un jefe, un compañero de trabajo, puede ser cualquier cosa. A mí me interesa mucho el comportamiento humano hoy por hoy y por eso trato de entender qué hace la gente o cómo reacciona la gente. Por eso yo soy muy callado, en las reuniones de trabajo yo me quedo callado.
Estoy ahí, estoy viendo que… Después, en las reuniones de Happy Hour, soy el que más habla. Pero en las reuniones (de trabajo) me quedo tranquilo, porque trato de entender qué está pasando.

Tenés una muletilla: c´mon. ¿Qué significado tiene para vos?

El c´mon es como un hacha para ir rompiendo las puertas que te impone la gente. Es una arenga. Es una invitación a relajar, a decir quién sos. Porque decir la verdad te relaja, siempre te relaja.