Si usás “introspección” como un concepto similar a “autobiografía”, creo que pasa en casi todos mis libros, menos en Del infinito al bife. Tanto como caminar: mucho de lo que hago es a pie. Salir del rol resulta también, en cierta medida, salir del género, degenerarse. Y en la degeneración, lo híbrido cala, y calza, muy bien. Como ponerse a hacer pan por primera vez, sin receta; pan, harina y agua: dale. Las redes sociales, abordadas como un continuum chiflado, son un poco eso. Se fragmenta, se quiebra, se une, se reúne, se cree, se descree. Me gusta que la escritura permita esos cruces, abone esos lances, incluso que los provoque. Lo que vengo leyendo anda por esos surcos. Asimismo, lo que vengo haciendo en “artes vivas”. Es una toma constante de riesgos, confiando en que todo saldrá más o menos bien. No: confiando en que todo saldrá. Y punto. Ahora, si te referís a “introspección” como al intento de narrar un proceso interior, se trata justamente de un intento. Del atisbo de un intento. Me parece difícil, dificilísimo sondearte, extraer pedacitos, alojarlos en una placa de Petri, observarlos durante horas con un microscopio y encima producir –buena– literatura. Lo han hecho tantos antes, y maravillosa, envidiablemente. Hay notables autopsias escritas, más de complots que de victorias.