Leer para confirmar que desde la primera línea sabíamos cómo iba a terminar todo es cuando menos ridículo (aunque habrá lectores que se alegrarán, tontos hay en todos lados), y no es el relato al estilo Crónica de una muerte anunciada al que nos estamos refiriendo (en ese caso se revela el crimen y el nombre de los asesinos en la primera página y el desarrollo de la novela es el recorrido minucioso por las causas y detalles que conducen a ese final, una intriga invertida), en nuestro caso no está ni siquiera esa curiosidad presente, por eso la exigencia para el escritor es mayor. Toda la pericia debe estar puesta en el manejo de las atmósferas, en los pequeños focos de tensión que podrían llevar a posibles finales alternativos (pero que no son trampas sino eso, posibilidades abiertas, como en la vida misma). Juan José Saer le llamaba a esto “iluminaciones continuas”. En una entrevista con Mempo Giardinelli, incluida en el libro Así se escribe un cuento, dice: “Quiero prescindir de la intriga. (…) Los textos que voy a escribir ahora, que tengo ganas de escribir, no tienen argumento. (…) Textos donde no haya ni principio ni fin y sólo se mantengan por la calidad de la prosa. Pero atención: la calidad de la prosa para mí no significa que esté bien escrita, sino que es aquella que trae consigo iluminaciones continuas”. Podríamos preguntarnos qué serán esas “iluminaciones”, aunque conociendo un poco la obra de Saer podemos suponer que tiene que ver con un minucioso trabajo con la sintaxis, un fraseo y un ritmo muy personales.