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La música del cuerpo: El bostezo

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Por Mauricio Koch

“El bostezo puede tener el dudoso honor de ser,
de entre todos los comportamientos humanos más comunes,
el menos comprendido».
Robert Provine

La boca se abre y se ensancha hasta abarcar toda la cara y una ráfaga de aire irrumpe llevando oxígeno hasta el último rincón de los pulmones que, luego, se encargan de inyectarlo en la corriente sanguínea. Para la inhalación, al comienzo, y la espiración, a su término, no es necesario mantener libres las fosas nasales. Sí es esencial, sin embargo, la inhalación de aire por la boca y abrir completamente la mandíbula hasta dejar expuesta la glotis, caries y viejos plomos olvidados en muelas vetustas. Cualquiera puede hacerlo, no hay mejores ni peores, todos son campeones en este arte. Desde el presidente de la compañía petrolera hasta el marinero que limpia los baños, desde la primera dama en pleno protocolo hasta el arzobispo al momento de dar la extremaunción, la profesora de yoga, las azafatas de avión e incluso el piloto en pleno vuelo: todos bostezan. Usted quisiera creer que no, pero así es. Lo hacemos para ejercitar los músculos de la cara, es nuestra gimnasia facial del día, la única a la que no faltamos llueva o truene. Durante el bostezo lagrimeamos, salivamos, abrimos las trompas de Eustaquio y afinamos el oído. Bostezamos porque tenemos sueño y a la vez, bostezar nos da más sueño, lo que nos encierra en un loop del que es arduo liberarse.

El bostezo es un misterio. Nadie sabe con certeza por qué bostezamos. Hay hipótesis que vienen de los griegos: “¿Por qué los hombres generalmente bostezan cuando ven bostezar a otros?”, se preguntaba Aristóteles en sus Problematas. Hipócrates, padre de la medicina y contemporáneo de Aristóteles, afirmaba que el bostezo es una defensa del organismo para expulsar el aire malo de los pulmones. Su idea, muy intuitiva, perduró durante siglos: se trataría de una forma exagerada de respiración cuyo fin es aumentar el contenido de oxígeno en la sangre y el cerebro. Pero los experimentos actuales desmintieron esta suposición.

Otra teoría, hoy también desechada, era que bostezar protege el oído interno, nivelando la presión sanguínea con la presión atmosférica. Otra explica que los antiguos anfibios de los cuales venimos estaban provistos de branquias y el bostezo es un resabio de esa respiración branquial. Esta última teoría es tan hermosa que merece ser cierta.

La conjetura más reciente dice que el bostezo es un mecanismo de enfriamiento cerebral. Cuando la temperatura del cerebro aumenta nos sentimos más cansados y adormecidos. El bostezo, entonces, trataría de mantenernos en estado de vigilia. Sin embargo, cuando conciliamos el sueño, la temperatura cerebral disminuye. Así pues, el bostezo vendría a ser una especie de oxímoron.

Los mamíferos, todos bostezamos, y la mayoría de los animales dotados de columna vertebral también, incluyendo peces, serpientes, tortugas, cocodrilos y aves. Hay fotos de búhos bostezando. Cada bostezo dura en promedio tres segundos y, como el suspiro, no se puede interrumpir, una vez empezado no hay forma de detenerlo. Se ha verificado que un sesenta por ciento de las personas responden a un bostezo con otro bostezo. Los bostezos son contagiosos entre seres humanos, pero también entre animales y humanos: si tu perro te ve bostezar, es probable que él también bostece y viceversa. Se ha confirmado que entre chimpancés ocurre lo mismo. Es un acto empático, estamos frente al otro como frente a un espejo. El bostezo aúna, hermana.

El debate sigue abierto, por el momento no hay certezas. Aunque muchos científicos coinciden en que, sea cual sea su origen, el bostezo no tiene ninguna utilidad para la vida moderna, ni siquiera la de oxigenar los pulmones, lo que –de ser así– convierte al bostezo en un gesto revolucionario, una acción refractaria al capitalismo. El bostezo como pequeña burla inconsciente que le hacemos al sistema. Un corte de mangas. Todos, sin excepción, realizamos a diario, en promedio, unas diez veces y con una duración de siete segundos, algo que no sirve absolutamente para nada. Un acto inútil. Un paréntesis que ralentiza la producción, la duerme por un momento. Habría que organizar huelgas de bostezos para demostrar que no estamos de acuerdo.

Pero ya sabemos cómo es la ciencia a veces. Tampoco se ponen de acuerdo los investigadores en por qué el bostezo se transmite con tanta facilidad. Hay, una vez más, varias teorías al respecto, que van del simple reflejo provocado por lo que se conoce como pauta fija de acción, a la tendencia natural del ser humano de imitar comportamientos. Tú bostezas, yo bostezo, él bosteza…

La importancia del bostezo se infiere del hecho de que se ha mantenido invariable a lo largo de millones de años de evolución. Nuestros antepasados, todos bostezaron. Los simios también. Esta universalidad histórica y prehistórica hace aún más inexplicable la amplia intolerancia que hay respecto al que bosteza. Como siempre: nadie sabe a qué se debe, ni su razón u origen o qué función cumple, pero por las dudas lo reprimimos. Bostezar está mal, es de mala educación, una falta de respeto. Se interpreta como desinterés, falta de ganas, de compromiso con el momento, pecado de pereza. El caso más extremo y resonante de estos últimos años es Corea del Norte, donde haber bostezado durante un discurso del presidente Kim Jong-un le habría costado la vida al ministro de Defensa, Hyon Yong Chol. Según informes del Servicio de inteligencia de Corea del Sur, se lo acusó de traición, se lo encontró culpable y se lo condenó a muerte. La ejecución se llevó a cabo a fines de abril de 2015 en el Área de Entrenamiento Militar de Kanggon cerca de Pionyang, en ceremonia pública y ante cientos de espectadores. El método de ejecución elegido: cañón antiaéreo. El bostezo como ofensa máxima al tirano de realismo mágico oriental. Obviamente, no hay confirmaciones oficiales de este disparate. Lo cierto es que en julio de 2015, Corea del Norte nombró a Pak Yong-sik como ministro de las fuerzas armadas, pero no informó nada acerca de la destitución de Hyon ni de su paradero.

Pero no nos quedemos solo con lo negativo, no todo es desaire ni tiro al blanco con el que bosteza. Edgar Degas, maestro del impresionismo francés –etiqueta que él rechazaba–, además de pintar bailarinas y carreras de caballos, retrató también a mujeres humildes trabajando. En uno de sus cuadros más famosos, Las planchadoras, hay dos muchachas: mientras una hace un visible esfuerzo y sujeta la plancha con ambas manos, tratando de quitar seguramente una arruga rebelde, la otra tiene en una mano una botella de vino a la que le va quedando poco y se estira en un hondo bostezo de ojos achinados. Edvard Munch, pintor y grabador noruego conocido por la archifamosa El grito, pintó a una joven desnuda sentada en la cama que da la impresión de haberse despertado recién; un gato blanco dormita en su falda y ella no se decide a ponerse de pie. Munch, con la literalidad estricta que lo caracterizaba para titular sus obras, bautizó al cuadro Joven bostezando. Son pequeñas reivindicaciones que bien ganadas tiene el bostezo.

En fin, seguimos sin saber demasiado sobre este misterio, pero lo que sí podemos afirmar es que un buen indicio para ponerle punto final a un texto es cuando sobreviene el primer bostezo del autor. Clara señal de que a esta altura el lector ya debe ir por el tercero.