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Virginia Higa: Delicias de familia

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Por Valeria Agis

En IG: @valeriaagis

En Los sorrentinos, su primera novela, la autora desempolva la historia de sus antepasados, dueños de un tradicional restaurante de pastas en Mar del Plata, para crear un relato luminoso y de adorable cercanía para varias generaciones.

No era verano cuando Virginia Higa volvió a pisar el restaurante marplatense de su familia. Lejos estaban esas noches estivales de su infancia, cuando La Feliz era un infierno de turistas, la Trattoria Napolitana retumbaba de comensales y ella miraba todo desde adentro, pequeña testigo de un peculiar teatro de situaciones.

Y sin embargo, ese día de 2014 cuando abrió las puertas del salón, de fondo sonaban -como detenidos en el tiempo- Nat ‘King’ Cole, Massimo Ranieri, Roberto Murolo… Y las paredes seguían tapizadas con imágenes de Italia, de ídolos populares del deporte, de visitantes ilustres, de vírgenes y santos.

Después, la escapada se transformó en ideas: un documental que no prosperó y una novela que sí. Páginas acerca de -entre otras cosas- la invención de una cierta pasta redonda y rellena (siempre exclusivamente de jamón y queso), una prima con muy pocas luces, un enigmático ruso que quiso adoptar a un pobre huérfano enfermizo, una veterana cocinera apodada ‘Facha Farina’. Anécdotas de carpis’, ‘chinasos’, catroshos’ y ‘catroshas’ -la acepción cambia según el género-, ah, y sí, de ‘el Chiche Vespolini’, creador de ese especial dialecto proveniente del napolitano, un hombre adorador del cine, los bombones de fruta y la buena vida en general: detractor de los franceses y de quienes comen cornalitos en el puerto. Un tipo pícaro, con tiradores y una personalidad desbordante, que capitaneó ‘la primera sorrentinería del país’ por décadas y para quien cualquier gesto de mal gusto era, básicamente, un pecado mortal.

Además de un humor y un costumbrismo magistralmente trenzados en palabras por Higa (nacida en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, en 1983), en esa aparente pequeña historia de un clan de inmigrantes que es Los sorrentinos se esconde, también, una inmensa oda a la cualidad híbrida del ser argentino, y una novela entrañable y luminosa que -aunque su primera edición data de 2018- funciona hoy como un bálsamo para tiempos desventurados.

Una mañana de fines de 2020, desde Suecia, donde vive hace poco más de tres años, la autora -descendiente de japoneses e italianos- habló con Be Cult del proceso creativo que la llevó a convertir ese anecdotario privado y familiar, que escuchó una y otra vez durante el ritual de la sobremesa, en un relato emotivo que encuentra su excepcionalidad en su aparente franqueza.

Escribir, aunque sea acerca de otros, desnuda una parte del autor. En el caso de Los sorrentinos, eso es manifiesto.

Sí, es cierto. A veces me preguntan si los personajes de esta novela son reales, y si todas las instancias que se cuentan ocurrieron de verdad. Es una pregunta que me hace pensar, una pregunta difícil, y aunque sí, la mayoría de los personajes están basados en personas reales, las anécdotas tienen distintas versiones, están deformadas…

¿Cómo se transmuta una historia familiar privada en un relato con el cual es fácil identificarse como lector?

En Los sorrentinos el narrador omnisciente es una voz fantasma, alguien que sabe todo y los conoce a todos, pero que no juzga; sobrevuela lo que ocurre. Y esa voz es un poco mi voz, porque yo recuerdo en mi infancia ocupar precisamente ese rol: observar cómo se movían todos. La novela es el fruto de eso, y quizás por eso es tan coloquial; algo que es íntimo pero que puede a la vez convocar a otros.

Entonces, hay un ejercicio de volver a observar espacios conocidos, pero desde la adultez.

Exacto. Después de muchísimos años de no volver al restaurante familiar donde había pasado tantos veranos, y después de muchas mudanzas y cambios, en un momento fui a Mar del Plata, en 2014, para el Festival Internacional de Cine. Pasé por la Trattoria Napolitana y me encontré con que todo estaba igual. Sin embargo, la distancia suele dar una mirada distinta, y de golpe empecé a observar todo lo que se desarrollaba ahí con otros ojos: era una puesta en escena, con personajes muy particulares. Entonces tuve la fantasía de hacer un documental sobre ‘el Chiche’, sobre todo lo que pasaba allí.

En el medio fui a Italia, visité Sorrento y Nápoles por primera vez. También me crucé con el libro Léxico familiar, de Natalia Guinzburg, que leí durante un viaje en tren y que, de alguna manera, me iluminó; me emocioné, me reí, lloré, sentí que estaba escrito ‘para mí’. Entonces, si ahora tengo que decir cómo llegué a Los sorrentinos, siento que fue así: con esa visita a la Trattoria, ese viaje a Italia, ese libro… Así empecé a escribir escenas, que cada vez se poblaban más de cosas, de personajes, aunque siempre entendí que el eje era ‘el Chiche’.

El Chiche y las muchas cuestiones vinculadas a la pasta inventada por la familia…

Claro: cómo se sirven, cómo deben comerse y cómo no, cuál es el único relleno con el que deben prepararse. Y hasta el día de hoy en mi familia se respetan esas pautas; ¡no se nos ocurriría cortar un sorrentino con cuchillo! (risas).

Precisamente, buena parte del humor de la novela está anclada en la voz de ese personaje y las palabras hilarantes que usa, como un dialecto propio que solo comprenden esa familia y sus allegados. Él hablaba de ‘catroshos’, de ‘spaccones’, de ‘carpis’…

Sí (ríe). Todas las palabras que están en el libro son un lenguaje vivo. Mis parientes las usan todas, por eso mientras escribía me sentía un poco traidora, como si estuviera revelando un secreto de algo que circulaba solo entre nosotros. Los ‘catroshos’ existen, así como todo el resto de esos términos, como ‘papocchia’, que es algo de mal gusto, desagradable, o ‘spaccone’, que era alguien que se daba aires, y tantas más… Justamente, cuando descubrí que en las palabras había un hilo conductor de lo que quería ir mostrando, se empezó a tejer el resto.

Otros anclajes son el cine y la música, amados por el personaje central de tu relato. ¿Esos artistas y sus obras te acompañaron, de alguna manera, en tu proceso de escritura?

Mucho, especialmente la música, que me encanta. En la etapa de creación de Los sorrentinos armé una playlist con las canciones que sonaban en el restaurante; temas de Elvis hasta Claudio Villa, Nat ‘King’ Cole o Edoardo Vianello. Sin embargo, al momento de escribir hacía silencio; sentía que esos sonidos interferían con la propia ‘música interna’ de las palabras. Es curioso, pero al leer me ocurre lo mismo. Cuando uno lee a Proust, por ejemplo, o García Márquez incluso, escritores que tienen una cierta música siempre, hay que darle lugar a eso; leer para escuchar.

Más allá de la cadencia, esas voces del habla coloquial en tu obra -el cotilleo entre hermanas, esa complicidad entre tíos y sobrinos- remiten también a una estética costumbrista de otros autores, algo doméstico…

Bueno, uno de mis favoritos siempre fue y será Manuel Puig… Creo que los lectores de Puig somos como un club de fans, como señoras que miran una novela; eso es muy lindo y no pasa con todos los escritores. Las camarillas de seguidores a veces pasan más por la intelectualidad; con Puig es pura alegría. En general me gustan esos autores que se vuelven como familia; Jane Austen es como una tía para mí (risas), Natalia Guinzburg es otra, Isak Dinesen… Adoro esa cercanía.

¿Y, quizás sin esa proximidad ‘familiar’, qué otras figuras de la literatura fueron clave en tu historia personal?

Hebe Uhart me encanta, fue maestra mía en un taller de escritura; también pienso en César Aira… Y en [Jorge L.] Borges que, aunque parezca una obviedad decirlo, es el gran viejo sabio, el patriarca, alguien que entendió siempre la literatura con tanta libertad, que leerlo abre infinitos caminos.

Virginia Higa, (2018). Los sorrentinos. Buenos Aires, Argentina, editorial Sigilo.

ASÍ SUENAN LOS SORRENTINOS


• Nat King Cole, L-O-V-E
• Roberto Murolo, Torna a surriento
• Elvis Presley, Surrender
• Pink Martini, Anna
• Massimo Ranieri, ‘O surdato ‘nnammurato
• Los Hermanos Ábalos, Casas más… Casas menos…
• Massimo Ranieri, Reginella
• Claudio Villa, Malafemmena
• Edoardo Vianello, Guarda Come Dondolo
• Achille Togliani, Parlami d’amore Mariù
• Edoardo Vianello, Abbronzatissima
• Renato Carosone, Piccolissima serenata

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