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Verona: No es bueno visitar los lugares donde transcurre tu libro preferido

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Por Claribel Terré Morell

Fotos de Tania Soto González

Estoy en Verona con mi amiga Tania Soto González. Hemos tomado el tren desde Venecia, ciudad en la que vive, y ahí estamos las dos bajo un sol infernal buscando el lugar donde transcurre la tragedia más hermosa de la literatura.

Le he dicho que estoy convencida que William Shakespeare estuvo en el Véneto. No hay otro lugar en el mundo en el cual el escritor ambientara tantas obras como en esta zona de Italia, en la que transcurren cuatro de sus piezas más importantes: “Los dos hidalgos de Verona”, “Romeo y Julieta”, “El mercader de Venecia –escritas entre 1594 y 1597– y aunque muy posterior (1604), también la primera parte de “Otelo”.  Le he dicho que podemos investigar un poco más y le hablo de los años en los que se sabe poco de la vida del dramaturgo. Le muestro, Shakespeare, el libro de Guiseppe Tomasi di Lampedusa.

Tania es una buena amiga. Llevo días arrastrándola por Venecia, hablándole de robos y falsificaciones en el mundo del arte, y ahora estamos en la Casa de Julieta, en Vía Cappello, número 23, a muy pocos metros de la Piazza delle Erbe, en el casco histórico de la ciudad.

“En la hermosa Verona, donde acaecieron estos amores,

dos familias rivales igualmente nobles habían derramado,

por sus odios mutuos inculpada sangre.

Sus inocentes hijos pagaron la pena de estos rencores,

que trajeron su muerte y el fin de su triste amor”.

Llegar a la Casa de Julieta, es fácil. La ciudad está llena de carteles que te indican cómo hacerlo. La entrada es sencilla. Nada espectacular. Caminamos por un angosto pasillo largo que lleva al atrio, sorteando a los que se toman fotos y a los que escriben mensajes al estilo de “Fulano y Mengano, Amor hasta la eternidad”, todos llenos de la cursilería que da el amor o… ¿el lugar? Nos reímos cuando vemos un papelito que sobresale y que dice “ Pipo nunca te olvidaré.” Tania y yo, que somos cubanas, pensamos que lo escribió alguien de nuestro país natal. La forma de poner Pipo, las florecitas con los pétalos mustios… Mientras leemos, volvemos a ser aquellas adolescentes que cantaban “No somos ni Julieta ni Romeo, aquellos que murieron por amor…”, pensando en algunos novios, allá lejos y hace tiempo.

Puedo recitar mil veces sin equivocarme esta escena.

Romeo y Julieta – Escena del Balcón – Acto II

ROMEO:  Se ríe de las heridas quien no las ha sufrido. Pero, alto. ¿Qué luz alumbra esa ventana? Es el oriente, y JULIETA:, el sol. Sal, bello sol, y mata a la luna envidiosa, que está enferma y pálida de pena porque tú, que la sirves, eres más hermoso. Si es tan envidiosa, no seas su sirviente. Su ropa de vestal es de un verde apagado que solo llevan los bobos ¡Tírala! (Entra JULIETA: arriba, en el balcón]

¡Ah, es mi dama, es mi amor! ¡Ojalá lo supiera! Mueve los labios, mas no habla. No importa: hablan sus ojos; voy a responderles. ¡Qué presuntuoso! No me habla a mí. Dos de las estrellas más hermosas del cielo tenían que ausentarse y han rogado a sus ojos que brillen en su puesto hasta que vuelvan. ¿Y si ojos se cambiasen con estrellas? El fulgor de su mejilla les haría avergonzarse, como la luz del día a una lámpara; y sus ojos lucirían en el cielo tan brillantes que, al no haber noche, cantarían las aves. ¡Ved cómo apoya la mejilla en la mano! ¡Ah, quién fuera el guante de esa mano por tocarle la mejilla!

JULIETA: ¡Ay de mí!

En el famoso balcón, primero no hay nadie y después una turista que pagó 6 euros para poder subir. La turista, con alma de actriz, con short y remera ajustada, quizás se imagina que es la Julieta, del siglo XXI. Sabe que está siendo inmortalizada por cientos de cámaras y celulares. Desde arriba, nos tira besos a todos, incluyendo a Julieta. Porque Julieta, con vestido de época, está ahí, en el patio, en forma de escultura de bronce a la que todos: mujeres, hombres, niños le tocan las tetas en busca de la buena suerte, de un buen amor o de poder regresar a Verona. Tanto se la han tocado que están más claras que el resto de su cuerpo.

Insisto con otro parlamento:

JULIETA: Dime, ¿cómo has llegado hasta aquí y por qué? Las tapias de este huerto son muy altas y, siendo quién eres, el lugar será tu muerte si alguno de los míos te descubre.

ROMEO: Con las alas del amor salté la tapia, pues para el amor no hay barrera de piedra, y, como el amor lo que puede siempre intenta, los tuyos nada pueden contra mí.

JULIETA: Si te ven, te matarán.

ROMEO: ¡Ah! Más peligro hay en tus ojos que en veinte espadas suyas. Mírame con dulzura y quedo a salvo de su hostilidad.

Tania y yo nos reímos a carcajadas. La Casa de Julieta, no es su casa. Se sabe que es un palacio del Siglo XIII que perteneció a una familia veronesa de apellido “Dal Capello” . Capello se convirtió en Capuletti y como la fecha del drama y de la casa coincidían, nació la leyenda. El famoso balcón que nunca vio a Julieta, ni a Romeo y desde donde sigue tirando besos, la turista enamorada, lo hicieron a inicios del siglo XX.

Dentro de la casa, una escenografía literalmente parte de una película- la de Franco Zeffirelli- intenta mostrar cómo era la vida de la mujer que murió por amor.  Hay una cama -la de la Julieta del cine-  y numerosos muebles del siglo XVI y XVII y cuadros que muestran escenas de la historia de los amantes de Verona. Lindo sí, pero falso.

Una tienda de souvenirs y artesanía sobresale en el patio. Puedes comprar las tetas de Julieta. Una, porque dos, son demasiado caras.

Camino a la salida volvemos a detenernos frente a las gigantescas carteleras que cubren las paredes y donde nuevos turistas siguen escribiendo mensajes de amor. Tania y yo también lo hacemos. Sin ningún deseo de perdurabilidad.Sabemos que dos veces al año, antes del 14 de febrero (día de San Valentín) y el 17 de septiembre (cumpleaños de Julieta), las carteleras son cambiadas y los mensajes desaparecen para dar lugar a otros…

Ya que estamos en Verona seguimos hasta la Casa de Romeo. Situada en Via Arche Scaligere, un callejón en el casco antiguo de Verona, que es propiedad privada. Desde afuera poco se ve. El viejo castillo de ladrillos, típico de la arquitectura medieval, me gusta pero se ve normal entre sus vecinos. Sus dueños no dejan entrar.  En esa supuesta casa, Romeo sufre  por Rosalinda, su anterior amor y también por Julieta y aunque algún parlamento  más romántico podría recitar, recuerdo a Mercucio, refiriéndose a Rosalinda: “¡Oh, Romeo, si ella fuera, oh, si fuera / un culo abierto, y tú una pera metereta!”

Seguimos hasta el Monasterio de San Francesco in Corso, (siglo XIII) actual sede del Museo del Fresco. Antes era el único que se encontraba fuera de la ciudad por lo que cierto aire de legitimidad le da a la historia y a un Romeo, desterrado, que le fue fácil llegar a él. Dentro hay un sarcófago de mármol, abierto y vacío, al que se conoce como La tumba de Julieta, que tampoco es Julieta.

Un chico hermoso, como todos nos hemos imaginado a Romeo, mira con atención la tumba. Nosotras lo miramos a él.

Ay, querida Julieta, / ¿por qué insistes en ser tan bella? ¿Tendré que creer / que la incorpórea muerte sabe amar, / que el escuálido y odioso monstruo te guarda / acá en la oscuridad, para que seas su amante? / Para prevenirlo me quedaré contigo / y nunca más saldré de este palacio de tenue luz. Acá, acá me voy a quedar / con los gusanos, tus damas de compañía.

El muchacho, que sabe que nunca tendrá una historia de amor como la de Romeo y Julieta, abandona la celda y nosotras nos vamos detrás de él.

Julieta: ¡Oh fraile consolador! ¿Dónde está mi esposo? Recuerdo bien dónde debía hallarme, y aquí estoy. ¿Dónde está mi Romeo? (Ruido dentro).

Fray Lorenzo: ¡Oigo cierto rumor! ¡Señora, abandonemos este antro de muerte, contagio y sueño contranatural! ¡Un poder superior a nuestras fuerzas ha frustrado nuestros planes! Vámonos, vámonos de aquí. Tu esposo yace ahí muerto, en tu seno; y París también. Ven, yo te haré ingresar en una comunidad de santas religiosas. ¡No me interrogues, pues la ronda se acerca! ¡Vamos, ven, buena Julieta! ¡No me atrevo a permanecer más tiempo!

Julieta: ¡Vete, márchate de aquí, pues yo no me moveré! (Sale Fray Lorenzo). ¿Qué veo? ¿Una copa apretada en la mano de mi fiel amor? ¡El veneno, por lo visto, ha sido la causa de su prematuro fin! … ¡Oh, ingrato! ¿Todo lo apuraste, sin dejar una gota amiga que me ayude a seguirte? ¡Besaré tus labios! … ¡quizá quede en ellos un resto de ponzoña para hacerme morir con un reconfortante! (Bésame). ¡Tus labios están calientes aún!

Guardia primero (Dentro): ¡Guíanos, muchacho! ¿Por dónde?

Julieta: ¿Qué? ¿Rumor? ¡Seamos breves, entonces! (Cogiendo la daga de Romeo) ¡Oh, daga bienhechora! ¡Esta es tu vaina! (Hiriéndose). ¡Enmohécete aquí y dame la muerte! (Cae sobre el cadáver de Romeo y muere).

La tradición dice que en el jardín del convento se encontraron enterrados a dos amantes que vivieron en el siglo XVI. Nadie conoce sus nombres. Dicen que todavía están juntos.

Mientras nos tomamos una cerveza muy fría, en Osteria Le Vecete, una de las mejores de la bulliciosa Verona, con una mezcla de cansancio y decepción, pensamos que no es bueno visitar los lugares donde transcurren tus libros preferidos.

Claribel Terré Morell, es periodista y escritora. Dirige la revista Be Cult y eligió Romeo y Julieta, de Shakespeare.