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Silvia Plager: toda mi vida estuve tironeada por el tiempo

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Por sus libros pasan amores posibles e imposibles, la felicidad y la soledad, el dolor, la vejez, el miedo, la muerte, la gula, los recuerdos. Pasa la historia y la vida que ella elige contar de muchas maneras diferentes.

Por Claribel Terré Morell

«Necesito que los protagonistas tengan una vida propia más allá de la que tengo yo«.

Una vez en una conversación informal, Silvia Plager me dijo la frase que titula esta entrevista. Con más de 18 libros publicados, la escritora argentina, tiene la facilidad de convencer con sus personajes, no importa la época en la que los sitúe.

En un mundo que se queda cada vez más sin modelos, Plager disecciona con placer. Sin golpes bajos, con cada libro, recorre un mundo veloz y cuenta historias, antes las cuales, los lectores se enfrentan a sus capacidades para admirar o también reconocerse.    

Conocida por novelas como La rabina, Las mujeres ocultas del Greco, Pequeña Viena en Shanghái, Alguien está mirando, entre otras, su libro de recetas, Mi cocina judía, o una serie de reflexiones en Nosotras y la edad, dice: “Termino aburriéndome si entro en la celda de un género determinado y no salgo de ahí”.

En Buenos Aires, cuando las secuelas de la pandemia son un hecho y las palabras se siguen desvirtuando, ella sigue escribiendo.

 -¿Siempre tuviste clara tu vocación de escritora?

Desde muy chica comencé a apasionarme por la lectura. Cuando me preguntaban qué quería para mi cumpleaños, pedía libros. Y en la escuela, mis materias preferidas eran literatura e historia. Cuando escuchaba radionovelas creaba las imágenes más allá de lo percibido por mi oído y, cuando iba al cine, el argumento y los diálogos solían tatuarse en mi memoria. Pero no era de decir como otros niños: De grande quiero ser médica o azafata o bailarina o piloto de avión. En mi cabeza se encendían los fuegos de artificio de la creación, eso sí. Pero la claridad de mi vocación asomó a partir de los veinte años.

-¿Qué diferencias marca la edad a la hora de escribir?

Mucha. En la primera juventud carecía de autocrítica y primaba lo catártico. A medida que me volvía más reflexiva los autores predilectos y las películas se sumaban al pugilato imaginario. Finalmente comprendí que el texto debía hacer cajón antes de corregirlo o desecharlo. Comenzar a publicar fue un desafío enorme. La responsabilidad atenuaba lo gozoso. Responsabilidad de mostrarse y, al mismo tiempo, atender a una familia. Y el descubrimiento de que a la obra hay que promoverla, acompañarla, otra cuestión que exigía tiempo. Toda mi vida estuve tironeada por el tiempo, incluso ahora, que la energía y la autoexigencia mermaron me digo que está lindo el día para pasear y, cuando estoy disfrutando, recuerdo que abandoné tal o cual proyecto relacionado con mi actividad literaria y me da culpa. Menos culpa que en mis años de febril producción pues me cuestiono si valdrá la pena el encierro cuando el final se acerca. Es tan bello remolonear al aire libre o sentarse en un café con un buen libro que no dependa de lo que estás investigando… Creo que recién en lapandemia me puse a pensar que si me obligas a escribir sería tan desdichada como si me lo prohibieras. Las bombas de la peste mataban y yo estaba en la trinchera rogando que a mis seres queridos no les sucediese nada malo. Y leí y escribí poco.

-¿Qué piensas de la etiqueta de “literatura femenina”?

Es una etiqueta ridícula que solía usarse años atrás inclusive en mesas redondas de la Feria del Libro. Pensemos en Flaubert y su Madame Bovary soy yo! Cuando escribimos novela o cuento elegimos un narrador para determinado texto y puede ser tanto hombre o mujer, anciano o joven. Mi novela “Alguien está mirando” que obtuvo excelentes comentarios está narrada en primera persona y desde el punto de vista de un arquitecto. Tuve que hacer algo similar al actor que debe representar a alguien de otro sexo: meterme en la piel de un hombre. Finalmente se trabaja con la parte femenina y con la masculina que todo ser humano posee. Además, si hoy en día la gente puede autopercibirse de un modo distinto al otorgado en el nacimiento, sería anacrónico continuar utilizando etiquetas discriminatorias.

Amigas«, fue tu primera novela sobre la relación entre amigas cuarentonas que se conocían desde la secundaria y la búsqueda de la libertad de cada una de ellas en una sociedad represiva, un tema que mantiene su actualidad. ¿te consideras una adelantada?

Creo que la búsqueda de la libertad en la mujer se origina en el fondo de la historia. Basta con remitirnos a la inquisición u otras formas despiadadas de sojuzgar a personas que profesen distinta fe o no la profesen para tener una imagen clara del sometimiento al que eran supeditadas, en especial las de las clases bajas que eran llevadas a la prostitución o al convento, salvo excepciones. Y no hablemos de los mandatos de las grandes religiones monoteístas que con su “parirás a tus hijos con dolor” y la obligación de llegar “pura” al matrimonio alimentaron grandes tragedias. Pero eran épocas durísimas para la humanidad: llegar vivos a los treinta años significaba un privilegio.

Existió un libro medieval llamado “El martillo de las brujas” donde se explicita cómo identificar a aquellas mujeres que deben ser detenidas, torturadas y purificadas por el fuego: se levantaron más hogueras para quemar brujas que brujos.

Pero el mundo ha evolucionado y no podemos fortalecer nuestros derechos convirtiéndonos en lo que rechazamos. Celebro el actual avance de las banderas del feminismo aunque pienso que mi homenaje vaespecialmente hacia las pioneras desconocidas que, en el pasado, trabajaron para que hoy sea posible hablar del tema sin medias tintas. Me parecería horrible crear un émulo de club inglés de otrora en los que las mujeres tenían prohibida la entrada y considerar al hombre un enemigo o un ser inferior.

Apuesto por la diversidad. Uniformidad no es sinónimo de igualdad. Detesto la violencia.

-¿Te molesta que cuando se hable de ti casi siempre se mencionan tus novelas La rabina y Las mujeres ocultas del Greco? ¿Qué significan para ti estos dos libros?. De tus otros libros ¿cuál es el más querido?

Por qué debería molestarme. El público lector y los editores los eligieron quizás por sus cualidades o por lo novedoso del tratamiento o por los personajes y su entorno. Son libros que tienen detrás una enorme investigación. Todavía internet no nos facilitaba la tarea y había que consultar libracos a veces insufribles para sacar datos que, por mínimos, no dejaban de ser imprescindibles: qué se comía, cuál era la moneda, cómo vestían, cómo se trataban las enfermedades… Y ni hablar del entorno social, económico y político del espacio y tiempo en los que se desarrollaba la trama. Esos dos libros me instalaron como escritora, aunque yo me sintiese como tal desde varios títulos anteriores. La rabina fue finalista del Premio Planeta 2005 y salió por esa misma editorial con muy buena repercusión. Quizás esa oportunidad le abrió las puertas a Las mujeres ocultas del Greco, la novela que me quitó el descanso durante cinco años y cuya publicación me colmó de alegría. Llegó un momento en que transitaba por las calles del siglo XVI gracias a un plano de esa época desplegado en el piso de mi cuarto de trabajo.

Mi libro más amado es Pequeña Viena en Shanghái porque me volvió a demandar un gran esfuerzo a una edad en la que creí haber colgado los guantes y porque a los pocos meses llegó la Pandemia y no pude apoyarlo como a mis producciones previas.

– ¿Cómo piensas los títulos?

Me cuesta mucho encontrar el adecuado. Pero en el caso de Complacer, Como papas para varenikes, Al mal sexo buena cara, Boleros que matan, Nosotras y la edad y La rabina los títulos aparecieron antes de comenzar a escribir el libro: tenerlos me tranquilizaba. No faltaron oportunidades en las que hice listas de títulos ya terminada la novela para que mi editora ayude en la selección y una vez no me aceptaron el título y la editorial eligió Alguien está mirando, novela que amé concretar porque representó un desafío: escrita en primera persona por un narrador masculino.

.¿Tienes facilidad para pasar de un género a otro? Pienso en “Mi cocina judía, un libro de recetas, Malvinas, la ilusión y la pérdida: Luis Vernet y María Sáez, una historia de amor, Boleros que matan, una novela policíaca y Pequeña Viena en Shanghái. La vida de una familia austríaca en el gueto judío de Hongkou

A las pruebas me remito. Creo que termino aburriéndome si entro en la celda de un género determinado y no salgo de ahí. No me veo escribiendo ciencia ficción, por ejemplo, pero a veces necesito recurrir al humor como forma de escape. Entrar en una historia dramática me contamina irremediablemente y de ahí saltar a crónicas o relatos relacionados con la cocina, es como ponerse a correr por el parque después de un largo período en el sótano. Adoro la sensualidad de la comida relacionada con el humor y el amor: se libran mixturas sabrosas y estimulantes. Por la aceptación de los lectores supongo que supe transmitir esa sensación de plenitud a gente que nunca me había leído y que, a partir de Como papas para varenikes y Mi cocina judía se interesaron por mis otras obras.

– El amor y el odio son dos temas muy presentes en tu literatura. La mayoría de los escritores que he entrevistado siempre dicen que es más fácil escribir sobre el odio. ¿Piensas lo mismo? ¿Qué escribes ahora? Sé que no te gusta mucho adelantar lo que haces pero… hasta donde se pueda.

El odio y el amor van de la mano, no pongo en la balanza cuánto de amor y cuánto de odio hay en mis libros. Es claro que si transcurre en épocas trágicas y los recorre el tema de la guerra aparecerá el odio sin necesidad de nombrarlo. Pero por cuestión de contrastes surgen distintas formas de amar. Si todavía la humanidad sigue reproduciéndose, ayudándose, amándose en medio de catástrofes, estoy segura de que prevalece el amor al prójimo y a esa otra mitad que canta el bolero: “ Si yo encontrara un alma como la mía”.

-¿Se puede enseñar a escribir?

A quien tiene encendida la llama de la creación, sí. En caso de que no se posea ese don, me conformo con incentivar la lectura y la reflexión. Poner por escrito algo que se piensa o que se desea transmitir es fundamental para el desarrollo de una mente abierta al arte aunque esa persona no pueda producirlo. Todo tiene que ver con la intencionalidad. Si alguien asiste a un taller literario con expectativas de riqueza y fama sin real vocación o inteligente paciencia, lo haría desistir. De todos modos no creo en recetas mágicas. Se trata de encaminar a quienes aman la lectura y la escritura porque como dijo el poeta, “ se hace camino al andar”.

-Has dicho: “Tengo un espíritu absolutamente ecuménico, sin renunciar a mi propia herencia”. Eres hija de inmigrantes judíos, primera generación argentina. ¿Cómo convives con este hecho? ¿Qué papel juega la valentía personal en tu vida?

“Si no yo por mí, quién, si no ahora cuándo” , creo que de niña apareció en mi casa La biblia judía de Simón Dubnow. Desconozco quién la trajo ni para cuál de las cuatro hermanas, ya que mis padres no eran practicantes: querían olvidar Europa y asistían a la sinagoga solo para bodas y bar mitzvot. Las festividades eran rituales gastronómicos en vez de religiosos. Asistí a la escuela pública y nunca escuché que era mejor tener amigos judíos. Pero mis padres y tíos soñaban con Israel, una patria para los expatriados del mundo a raíz de las monstruosas leyes raciales que habían causado la muerte de mis abuelos paternos y parientes de ambos lados de la familia. Seis millones de judíos asesinados. Esa cifra fue un cachetazo que me despertó el compromiso de formar parte de un pueblo perseguido.

No sé si soy valiente, pero si me golpean una mejilla no pongo la otra. Hubiese sido más cómodo nacer hombre y ser católico. Pero soy mujer y tengo una herencia que respeto. En mi familia, desde antes de que yo naciera, comenzaron a entrar por matrimonio o amistad gente no judía. Y cada vez son más. Pero esa espiritualidad ecuménica que aparece en la pregunta no anula lo que soy por nacimiento y adopción. Nadie te obliga a poner en un formulario tu religión. Así que es a mi riesgo y costo reconocerme como tal. Como dijo Woody Allen, el corazón es un músculo elástico y, para entrar en el mío, solo se necesita carnet de buena persona.

-Sobre la identidad hoy se habla mucho. Estoy recordando a Claudio Magris cuando dijo: “La identidad solo es productiva cuando no se piensa en ella. …No conviene confundir la identidad con el narcisismo” ¿Qué te parece?

La identidad no te hace mejor ni peor ser humano pero te ayuda a aceptarte. Mis hijos también fueron a colegios del estado y como se criaron en Martínez siempre tuvieron más compañeros y amigos católicos que judíos. Vivimos una vida integrada, respeto pero no me gustan los ámbitos cerrados para preservar lo que fuere. Narcisista es quien no quiere ver lo evidente porque goza con la autocontemplación. Como ya se dijo, cuando se habla de uno, también se habla del otro que hay en uno y, ese uno, es el diferente a mí.

-¿Qué piensas del lenguaje inclusivo?

Un disparate que no incluye lo primordial, una cosmética que busca cubrir cicatrices imposibles de disimular. Quien desee usarlo, que lo haga. Para mí, la igualdad de derechos es un proceso que se está dando en los países civilizados sin necesidad de subterfugios que destruyen la belleza de la lengua.

– ¿Y de las camarillas literarias?

Son como las de cualquier disciplina artística. A veces parecen cofradías militarizadas en las que el escritor con grado de general no se trata con el escritor sargento y menos con el soldado raso. Pero felizmente el transcurso de los años me enseñó a no preocuparme por conductas irrelevantes ni por camarillas infatuadas. Recuerdo que en un pasquín literario francés del siglo XIX se excluía a notables escritores por no haber entrado en el canon establecido. Algo similar sucedía con los salones de pintura y con otras manifestaciones del arte.

-Tienes una hija periodista que es muy respetada ¿Qué sientes cuando dicen de ti es “la madre de Débora Plager” .

Orgullo. Mi hija es una estudiosa y una mujer responsable que se destaca como profesional pero que es, sobre todo, una madre extraordinaria y una hija y hermana amorosa. Mi hijo mayor eligió la pediatría, como su padre, profesión menos notoria pero notable. Cuando mi hija interviene en la prensa escrita me emociono. Mi deseo sería poder hacer un libro entre las dos. Crónica. Ensayo. Lo que ella disponga. Sabemos que la exposición en los medios te hace conocida por una mayoría.

Hubo un tiempo en el que la palabra de un escritor, un intelectual, era valorada, hoy son plaga los opinólogos y los que no saben diferenciar entre cháchara y palabras sustentadas por el conocimiento.

-“Tengo la sensación de que se confunde la cultura con el espectáculo”, es una frase tuya. ¿Por qué lo dices? ¿Tendrá remedio?

Algunos formidables actores, cantantes, bailarines, vestuaristas, etcétera, están excluidos de mi mirada crítica. Cuando lo dije, estaba motivada por la fortuna invertida en espectáculos multitudinarios para captar votantes y la soledad de los científicos y artistas que trabajan en soledad y sin el apoyo correspondiente.

Estoy segura de que tendrá remedio cuando la educación sea una realidad y las áreas correspondientes se preocupen por el futuro de nuestros niños y jóvenes. Una sociedad habituada al pan y circo no sabe que matando el tiempo con frivolidades nos mata la posibilidad de elegir y progresar.