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Juan José Becerra: Saber salir de un Bosque

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Por Antonio Birabent

Una entrevista con el escritor argentino Juan José Becerra que comienza en esta revista y termina en un podcast

Imagino que estoy en un bosque. No sé cómo llegué hasta ahí. Sé que la salida es una mezcla: un poco de amistad, algunas palabras escritas pero también habladas. Aparece una persona. Cumple ambos requisitos. Conversamos entre los árboles. Al mismo tiempo caminamos. Pasa una ardilla. Nos mira. Seguimos hacia algún lado. Atardece. Llegamos a un ciprés. El bosque cambia de color. Hace frío de golpe. Creo que ambos estamos cansados. Creo que las palabras nos están dirigiendo hacia algún lado. Juan José Becerra camina como si supiera donde va.

En tus libros la naturaleza/el campo son un lugar donde las personas se escapan. ¿Qué es para vos entrar y salir de la ciudad? Siendo de una ciudad chica, vivís en las afueras de otra ciudad mediana y entrás y salís, como un escapista, de una ciudad muy grande. Contame sobre esto en vos y en tu escritura. ¿Cuánto influye tu origen no porteño? Entrar y salir. Estar y no estar. 

Estás tocando un asunto sobre el que a veces pienso. ¡Cómo me tenés calado!. En pocas palabras, entre tantas entradas y salidas siento que no vivo en ningún lado concreto. Se puede pensar como un delirio, pero yo lo pensé siempre como una experiencia natural de la vida, para la que la imaginación, las ficciones interiores y la relativización de lo que sin mucho conocimiento de causa llamamos realidad son factores claves. Uno siempre tiene la cabeza en otra cosa. Veo grandes dificultades en hacer de la experiencia de habitar un lugar material un hecho excluyente. No lo niego como hecho, pero la imaginación hace mucho para embarrarle la cancha, contradecirlo, hacerle competencia. Y ya que estamos: uno siempre está donde está su cabeza.

Juan, tu querido y admirado Fogwill decía (lo sé porque me lo dijo Andrés, su hijo) que él era el mejor escritor argentino con hijos. Más allá de la salida tan en su estilo entiendo su verdad: no es lo mismo tener todo el tiempo del mundo que crear con una familia/hijos. ¿Qué sentís sobre eso? ¿De qué manera te condiciona a vos? 

Juan José Becerra
(Junín, Argentina 1965) autor de novelas como Santo, Atlántida, El espectáculo del tiempo, El artista más grande del mundo y ¡Felicidades!. Escribe también artículos, guiones y ensayos.

Estoy seguro de que Fogwill era el mejor escritor argentino con hijos. Pero el escritor con hijos no es algo infrecuente. Dickens tenía diez, Thomas Mann tenía seis, Tolstói tenía trece… Y todos fueron escritores frondosos. No creo que tenga importancia la variable de tener o no tener hijos. Incluso tenerlos, en el sentido de supuesto obstáculo a la supuesta necesidad de aislamiento del escritor, de la que dudo, pone a prueba otra variable que para mí sí es importante, y que es la de desear o no desear escribir. Si deseás, hacés. Y las condiciones son secundarias. Es algo que está en los manuales de todos los actos.

Relacionada con la anterior: ¿tenés ritos de escritura, momentos, lugares?. Y, contame sobre la postura. Escribir como algo físico y corporal (te lo digo porque alguna vez me hablaste de esto)

¡Qué te habré dicho! Vamos por partes. El lugar donde escribo es siempre el mismo, pero presiento que podría escribir en cualquier lado porque no se trata tanto de lugares como de la maquinaria que se arma entre el cuerpo del que escribe, el teclado y esa situación de deseo de la que te hablaba. Lo veo más bien como una escena, al margen del escenario. Soy menos poético respecto de los momentos. Para mí son momentos de disciplina, de sentarse y darle a la matraca. Cosa que paradójicamente yo no puedo hacer si no siento que estoy adentro del libro que escribo. Lo que quiero decir es que la disciplina es primordial para el acto de escribir, pero secundaria respecto de la literatura que ese acto produce, y que es lo que uno “saca”. La performance parece fabril pero es artesanal.

Escribís géneros distintos, libros de ficción, sobre la realidad argentina, guiones, columnas del momento… ¿Cómo te armás/preparás para cada una? Decime sobre estas «personalidades» y también sobre la «contaminación/mezcla» entre ellas. Pienso además en lo poco interesante de la idea del «artista puro». 

Ah, los artistas puros… Dichosos de ellos con su racismo. No me interesan. Además, no los conozco. Dudo siquiera de que haya uno. Me gustan los artistas sucios e inconsecuentes. Los que no piensan en términos de obra, es decir los descontrolados. Esas cosas que hago, esas mezclas, se dan por deseo y necesidad. Pero nada se compara con escribir ficción a ciegas, sin saber qué estás haciendo, ni dónde estás ni quién sos. De todas las sensaciones adictivas que puede darte la literatura, a la que yo no podría renunciar es a la sensación de ignorancia cuando escribo una novela. No saber qué va a ser de mí ahí adentro, ni cómo voy a hacer para salir, es una situación ideal para mi idea de composición.

Saber salir de un bosque. Antonio Birabent. Juan José Becerra. Be Cult. Revista be Cult.

Sobre el estilo Becerra, reconocido por escritores y críticos, ha dicho la periodista Hinde Pomeraniec. “Es dueño de un estilo particular, en el cual el humor, el cinismo, la ironía ácida y el desparpajo son condimentos sustantivos de historias originales narradas con una prosa, distinguida y virtuosa que se permite, incluso, la vulgaridad”.

Esta pregunta está lejos de las idolatrías, sabés que no me interesan, pero ¿qué escritor leés y mientras lo hacés pensás: esto yo no lo podría escribir?. 

Vos sabés que ya hace tiempo que eso no me pasa. Lo que me pasa ahora es que siento que no podría escribir como ningún escritor. Ni como el mejor, por supuesto. Pero tampoco como el peor. Hay algo fatal que empieza a operar con los años, y es que cada escritor es el escritor que es. Y lo peor que puede ocurrir en esas circunstancias es que uno no se haya animado a ser el escritor que le tocó ser, es decir que por pudor o snobismo se haya echado a menos. Me parece que hay que honrar esa fatalidad y tratar de ir a fondo con lo que te tocó.

 La Vorágine calma (Antonio Birabent)