No creo que exista un margen de libertad establecido. Tampoco que ese corrimiento pueda ser mayor o menor dependiendo de si lo que estamos encarando es un texto autobiográfico o más ficcional. Correrse de lo fáctico puede ser fácil, pero la propia biografía siempre condiciona la escritura. Cuando alguien trae un texto al taller y avisa que “está basado en hechos reales”, yo siempre digo que no quiero saber nada del contexto. A veces ocurre que el texto no funciona por algún motivo técnico, del orden de la construcción del relato, algo de la trama, o el tono, la tensión, los diálogos, lo que sea. Hay algo que falla en transmitir la “ilusión de vida” que debe transmitir la literatura, entonces se cae el verosímil, el texto falla, y uno al leerlo siente que no le cree porque no está contando la verdad. Su verdad. Cuando esto ocurre, la defensa típica del autor, casi una reacción automática, es decir: “No, pero mirá que esto PASÓ ASÍ”, como si lo real, lo ocurrido, tuviese alguna importancia para la literatura. O si lo real por sí mismo fuera capaz de darle Verdad al texto literario que se desprende de esa experiencia. Y no es así. La literatura ocurre en el pasaje de la vida a la letra. Ahí hay una conversión, una modificación, una traducción; ahí es donde ocurre la escritura. Opino que cuando leemos un texto no importa nunca el contexto. Es más, toda la literatura bien podría ser anónima y sus personajes seguirían igual de vivos. Una vez que existen, ya no necesitan a su autor ni tampoco a las condiciones en que esa obra fue producida. La literatura trasciende su contexto porque a diferencia de nosotros, los autores, ella es capaz de separarse del tiempo, no tiene que lidiar con la muerte.