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La Salamandra

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Por Celia Paschero

—¿No le parece hermoso? Me preguntaba Borges, una de esas tantas mañanas en que vamos a tomar un cafecito a la calle Florida.

—Claro que es precioso…

  —¿Verdad que sí? Pero, ¡Cómo puede ser un verso tan lindo! Bueno, la poesía es así, me imagino; sale, no se piensa. Y de pronto, si sólo hubiera puesto otro país y no Ireland, ya no hubiera sido lo mismo…

Como siempre, yo me limitaba a frases de afirmación, de asentimiento casi mudo, porque Borges habla consigo mismo cuando recorremos las Viejas calles del bajo, o del barrio sur, rumbo a la Biblioteca Nacional.

Borges, de otra época, conoce muchas formas de infierno, además del de Dante; pero no el que conocen Tito y Julio, y Pancho, y Maruja y yo, o esa otra chica a la que violó una patota a los ocho años, y que visitaba a su madre loca, porque otra patota la había violado a los dieciseis años, dejándole una hija que repetiría su destino.

   Nuestro infierno es distinto. ¡Quién sabe si el paraíso tiene esta posibilidad de transmutación que posee el infierno! Tal vez no. Y así, porque siempre evoca la beatitud del alma en comunión con alas de pájaro entre las hojas de algún árbol, el paraíso está casi desierto y nadie tiene demasiadas ganas de ir a parar allí.

  —¿Y ese otro loco lindo? ¿Te acordás de Pepe, Julio? —ahora hablaba Pancho.

—Sí —contestó Julio desde la cocina, donde preparaba los calamares con arroz y los lomitos con panceta.

—Bueno, ése se agarraba unas curdas de padre y abuelo. Un día llega a la casa con un amigo que lo venía atajando. Y ¿Qué hace el loco ese? Bueno,se acerca a la ventana, al balcón, mejor dicho, mira hacia abajo (vivía en un quinto), se da vuelta y dice “Como vos sos un amigo, me despido, chau”, y ¡Se tiró! El otro, no sabe cómo, lo barajó en el aire por un tobillo. La gente, desde las ventanas de los otros pisos oía los gritos de estos dos y chillaba llamando a la policía… ¿Te imaginás el despiporre?

   Otra vez yo percibía el aleteo de admiración. Y toda esa noche, mientras comíamos, o bebíamos, los muchachos nos contaban sus historias. Hasta que me di cuenta que se trataba de una nueva forma de galantería. Porque, según ellos, nosotras, las mujeres de treinta para arriba, ya no nos emocionamos con flores o requiebros (¡Pasás por idiota!). Pero sí nos emocionamos —así piensan nuestros galanes contemporáneos— con algún cuento obsceno, o una anécdota estrambótica.

Todas las historias de esa noche eran burlas a la vida y a la muerte, como la de ese muchacho que casi se suicida desde un quinto piso, sin motivos, por que sí, porque él era muy rana, capaz de hacer lo que otros no se atrevían; en resumen, nada que ver con “morir la propia muerte” de Rilke.

Salí hastiada y llena de asco. Los muchachos me habían metido porquería dentro, o habían desenroscado algunas de mis propias tapas, y el olor de las cloacas más hondas me llegaba hasta la boca.

(fragmento- páginas 65-67)

HOMENAJE

Revista Be Cult. Be Cult. Celia Paschero

La reedición en Argentina de “La Salamandra”, (novela) y “Muchacha de la ciudad” y “El leopardo enjaulado” (poesía), libros de Celia Paschero (Argentina 1928-2006) hacen que su hija, Patricia Pellegrini Paschero la recuerde junto a Matías H. Raia, creador del blog de Literatura, rescates y exhumaciones, Golosina Caníbal. (http://golosinacanibal.blogspot.com)

La Paschero fue una mujer singular, escritora y traductora, adelantada en su época, dueña de un estilo propio y una sensibilidad poco común que hace que su literatura y los temas que trató se mantenga vigentes.

También fue musa de una de las figuras centrales de la tradición poética hispanoamericana, el peruano, Martín Adán (1908-1985) quien escribe, “Escrito a ciegas, Carta a Celia Paschero”.

El libro se puede comprar en la web www.celiapaschero.com.ar y en librerías designadas.

“La Salamandra” de Celia Paschero, mi madre

Por Patricia Pellegrini

“La Salamandra” de Celia Paschero, mi madre, se publicó originalmente en1965 y se vuelve a editar ahora, cincuenta y seis años después. En la novela se pasean personajes insignes del mundo intelectual de la Buenos Aires de entonces. Por estas páginas vemos pasar a Jorge Luis Borges, escuchamos hablar a la artista plástica Leonor Vassena, esposa de Alberto Girri, imaginamos la presentación de su editor José Rubén Falbo, vemos al Maestro Córdoba y su discípula Rosita, devotos de Pancho Sierra. Podríamos imaginar de fondo la melodía de una improvisación de jazz de Enrique “Mono” Villegas o la risa sonora de Hugo Guerrero Marthineitz por la radio. Personalidades y personajes que mi madre frecuentó, dialogando con aquellos otros de la ficción imaginados por ella.

La Buenos Aires de esta novela también es una ciudad real y tangible, más que imaginada. Ahí está la Penitenciaría Nacional en el predio que hoy ocupa el Parque Las Heras, con sus palmeras, sus muros amarillos y sus almenas. Allí está La Martona, en la calle San Martín, el Bar Tarzán y la tienda Harrods, en su esplendor. La protagonista camina por la calle Florida y por la Avenida Santa Fe. Viaja en colectivo hasta Lomas de Zamora y Avellaneda.

La sexualidad, el feminismo, la homosexualidad, el psicoanálisis, son temas importantes en esta novela, pero también en ella, corre otro cauce que ruge con fuerza y que nos interpela desde un lugar más hondo: la búsqueda de magia, la necesidad de encontrar vestigios de otro mundo, poderes que rescaten de la mediocridad de la vida cotidiana, que ayuden a dominar las fuerzas creadoras y el deseo de escribir por sobre todas las cosas.

“La salamandra” entreteje la realidad y lo esotérico, lo tangible y la alquimia, temas que apasionaban a Celia Paschero. En la época en que escribía esta novela, ya había leído “El Zen en el arte del tiro con arco” de Eugen Herrigel y era discípula de Paramahansa Yogananda. Como joven investigadora, había trabajado para Borges, en la traducción de “Religio Medici” de Sir Thomas Browne. No es casual, entonces, que en muchos pasajes de la novela, los personajes “vean” cosas invisibles para los ojos comunes y que pretendan curar los males del cuerpo y del alma, con poderes superiores a los de la medicina, el psiconálisis y aún, pienso aunque no lo dice, más allá de la homeopatía que ejercía, el legendario Dr.Tomás Paschero, su padre.

Recuerdo a mi madre como una mujer joven, intrépida y libre. La recuerdo en busca del amor, de un trabajo y la sanación de su alma. Leo, ahora, “La salamandra” y me doy cuenta de que este libro le quemaba las manos, tanto por los temas que abordaba como por el temor de no poder terminarla.

Hay un pasaje de esta novela en el que la protagonista le pide a Leonor Vassena que la ayude a encontrar un dato. Leonor, entonces, saca de la biblioteca “un enorme libro negro con un gran ojo rojo pintado en el centro.” Es un libro en francés. Un libro sobre magia en el que, unas líneas después, la protagonista encuentra el grabado de una salamandra. Pocos días antes de que esta edición entrara a imprenta, en diciembre de 2020, encontré en un estante de mi biblioteca un libro sobre magia.

Yo lo recordaba como uno de los libros preferidos de mi madre pero, quizás porque había perdido el lomo, hacía mucho que no lo veía, y pensé que estaba perdido. Ella siempre lo ponía en la vidriera de la librería LA PASCHERO, que tuvo un tiempo. En este momento lo tengo entre mis manos. Está escrito en francés y es de gran tamaño. Es negro y tiene un gran ojo rojo pintado en el centro.

Revista Be Cult. Be Cult. Celia Paschero
Revista Be Cult. Be Cult. Celia Paschero

Celia Paschero, una alquimista de la literatura argentina

Por Matías H. Raia

¿Qué caminos nos llevan de retorno a una obra olvidada, a una historia de vida enterrada en el pasado? Entrar en una librería de usados, revolver las bateas buscando tapas y títulos que nos llamen la atención, comprar un libro sin referencias ni etiquetados, como quien apuesta en una ruleta cultural, es uno de ellos. Otro es la mención al pasar de un nombre, la lectura por casualidad de las solapas de un libro, una palabra o un apellido que se prenden a la curiosidad de los que amamos el papel impreso. Hay más caminos que nos conducen a una obra olvidada: caminos obvios o misteriosos, caminos directos o rebuscados. Por uno de ellos, llegué a la escritora argentina Celia Paschero y su novela, La salamandra.

Poeta y narradora, traductora y profesora, la vida de Paschero todavía precisa ser contada. Cuando llegué a su novela, siguiendo la pista del editor José Rubén Falbo, me sorprendí. Estaba ante una obra que, publicada en 1965, podía seguir hablándole a un lector o una lectora del siglo XXI. Entre esas páginas, había una voz para recuperar, un relato vivo para leer cincuenta años después. Por poner un ejemplo: la narradora de La salamandra logra focalizar problemas de las mujeres porteñas y de la pareja en la década del 60. Así, el relato explora las búsquedas de liberación sexual, incluso en el marco del matrimonio o de la pareja, y desde la sensibilidad y el cuerpo de la mujer. ¿Cómo nos habla esa historia en 2020, en un contexto de reflexión y lucha por el lugar de las mujeres en nuestra sociedad? 

También en la novela de Paschero, en paralelo a esta exploración de la sexualidad y de la subjetividad, aparece un elemento central: el psicoanálisis. La salamandra presenta tramos de terapia grupal, de tensión con el analista, de una relación casi de diván entre las dos mujeres protagonistas, la narradora e Isabel. Me sorprendió la lucidez de Paschero para tematizar el psicoanálisis en una novela de 1965; me pareció que ahí, en ese detalle, se revelaba una mujer despierta, con una visión clara de la época cultural y con ganas de discutir sobre soluciones preformateadas. Efectivamente, en la novela esa discusión aparece cuando por la ventana comienzan a colarse los vientos del misticismo y el esoterismo. No por nada, la novela se titula La salamandra: animal fantástico que encandiló a los alquimistas y que la narradora busca en la llama de una vela mientras escribe su libro. ¿Cuál es realmente la búsqueda? ¿Qué representa la salamandra? Para responder esas preguntas, hay que volver a la novela.

Finalmente, a medida que avanzaba con la lectura de La salamandra, un Buenos Aires efervescente aparecía en mi imaginación. Paschero recrea recorridos urbanos, lugares de Buenos Aires, citas de la bohemia porteña y preocupaciones de aquel contexto cultural con una lucidez y una sensibilidad originales y valiosos. En su primer libro titulado Muchacha en la ciudad (1963) captaba la metrópolis desde versos breves, impresionistas; en su novela, en cambio, se sumerge junto a la narradora en la calle Florida, transita el asfalto con poesía, se pelea con la vida apurada y sinsentido de la gran ciudad.

Estas razones -la mujer, el psicoanálisis, Buenos Aires como forma y fondo- tratadas de forma contemporánea, desprejuiciada y e incluso anticipándose a otras novelas y asedios son llevadas por la prosa de Celia Paschero que narraba realmente bien: una primera persona delicada, imágenes poéticas convocantes y una subjetividad puesta en crisis con decisión y necesidad vital. Leer La salamandra fue mi punto de partida. A partir de ahí, se abre otro camino: conocer un poco más quién fue Celia Paschero, con quiénes se vinculaba, por qué escribió estos dos libros y cómo su obra nos sigue proponiendo repensar ciertos espacios. Ojalá que esta reedición de sus libros haga que la escritura de Celia Paschero, alquimista literaria, pueda llegar a otros lectores y lectoras con curiosidad ante esa terra ignota llamada “literatura argentina”.

Be Cult recomienda también su  excelente artículo en la Revista Invisibles
http://www.revistainvisibles.com/celia-paschero-matias-raia.html