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La muerte huele a miel: una visita a la obra de Roberto Jiménez

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Por Luz Marti

Roberto Jímenez, el artista oaxaqueño que sólo a partir de elementos de la naturaleza ya muertos, honra sus raíces mexicanas en forma de inmensos tocados y penachos  ofreciendo versiones renovadas de sensualidad deslumbrante.

Cuando desperté todavía sentía  la  fascinación por esos tocados descomunales  y coloridos.En la espesura de una selva irreconocible de  flamboyanes, jacarandás y tulipanes africanos, pasaban, silenciosos,  mujeres y hombres coronados por penachos de plumas azules, púrpura, rojas y naranjas, de infinitas hojas de maíz livianas y secas, en un mar de verdes, apareciendo  y desapareciendo entre la niebla que se disipaba. Poderosos y absolutos, dioses de ese valle profundo, exhibían la belleza exótica que sólo una deidad puede lograr con los elementos que la naturaleza brinda.
Las imágenes, lo supe enseguida, venían del recuerdo de los trabajos de Roberto Jiménez, a quien conocí gracias a una joyera, que, como él, se inspira en la naturaleza y en lo que recoge del campo, para sus piezas exquisitas. 

Jiménez es un artista mexicano que honra sus raíces ancestrales en un remixado audaz que muchos artesanos no aceptaron. Con palitos y hojitas no se hace arte en Oaxaca le habían dicho, severos, en su ciudad, a un  Roberto de apenas treinta años.

México es un país de fuerte tradición de artesanía y algunos descubrieron que se había atrevido a trabajar en grande con muy poco, con un resultado entre onírico y salvaje, que pareciera la clave de tanta molestia.

Este hijo y nieto de campesinos, se crió en  la naturaleza,ayudando a sus mayores, respirando el aroma del maíz maduro, contemplando los colores de su tierra y la  belleza estática de los nopales recortados contra el azul del cielo.

Creó sus primeros tocados en 2015. Eligió para armarlos el material más simple y humilde, aquello que la tierra regala, cuando ya no lo necesita: hojas secas de totomoxle (chala de maíz), ramitas, plumas, vainas de semillas. 

Todo lo juntaba y de allí nacía el desafío de darle una segunda oportunidad a la muerte, de honrarla como manda su cultura, de convertirla nuevamente en belleza.

“Encuentro lo que necesito en el campo. Voy a caminar y junto lo que me atrae, lo que creo que va a servir para armar un tocado, un vestido. Mi familia me ayuda y mi abuelita, cuando voy a verla me dice cosas como “ es época de muda de plumas y te he juntado muchas para que las uses” y me entrega una bolsa de plumas preciosas de faisanes, gallos o cuervos. Mis colores cambian, porque los colores naturales siempre varían. Tampoco repito un  tocado porque cada uno dependerá de lo que encuentre”

Su  presentación en 2019 fue en  Conectados con los Dioses,  un desfile de diseñadores internacionales en Morelia. Nadie creía demasiado en su trabajo pero probablemente pensaran que convocarlo daría el toque autóctono y prehispánico necesario para reforzar la idea que los extranjeros tienen de México.

“Me emocioné de verdad al ver mis tocados en la pasarela y tuve la suerte de que el diseñador, después de saludar al público me presentase y me diese la oportunidad de saludarlos también. Se hizo un gran silencio y luego todos me aplaudieron de pie. Quise llorar. No lo podía creer. Sentí un  escalofrío y pensé que el corazón se me iba a salir. Allí creí de verdad en mi arte, en mi capacidad de sorprender y de emocionar. Y no sólo eso: se vendieron nueve de los diez tocados allí mismo, como objetos de decoración. El décimo lo compró, dias después, una pareja francesa para su casa de Paris.”  

A partir de allí las fotos de los tocados de Roberto empezaron a aparecer en revistas como L´Officiel, Vogue o Marie Claire equiparando, de alguna manera, su estética a la de los más grandes diseñadores de moda del mundo, con su fuerte componente escenográfico, su afán de deslumbrar al público.

Fue esa la puerta por la que más y más publicaciones internacionales solicitaron sus tocados como complementos de fotografías de moda o publicitarias o como llamativos objetos de decoración. 

“Para mí fue un gran honor hacer una producción para Marie Claire  con Yalitza Aparicio como modelo. Yalitzia, nominada al Oscar como mejor actriz en 2020, es la protagonista de  la película Roma, de Alfonso Cuarón y para esas fotos elegí  un gran tocado de totomoxle natural  y palma teñida con grana cochinilla”

Yalitzia exhibe ese tocado como ninguna otra, como no los podría lucir nadie que no llevara ese patrimonio cultural intangible en su adn, como un tesoro.
Me atraen México y su fascinante costumbre de adornarse la cabeza para  mostrar la condición de ser elegido. Elegido para resguardar algo sagrado que le pertence a su pueblo:  la memoria colectiva. De allí, supongo, la importancia de embellecer la cabeza, el sitio donde se depositan celosamente su historia y sus tradiciones. Pienso en el tocado de Moctezuma, en las flores en la cabeza de Frida y hasta en la foto de Graciela Iturbide, Nuestra Señora de las Iguanas: el maravilloso retrato de una vendedora de mercado con tres iguanas vivas sobre la cabeza.

“Hoy muchos diseñadores me convocan para sus desfiles de colecciones de moda y me dan total libertad. Fue a través de ellos y de esas revistas que mi trabajo llegó a ciudades como Nueva  York, Los Angeles o Chicago, a  España y a París donde he vendido muchos tocados”.

No puedo imaginar por dónde se empezarán a concebir esas piezas tan grandes, tan elaboradas. Le pregunto qué lo inspira, cómo trabaja. Su respuesta es simple y poética. Tanto que me hace pensar si no está ahí, en esas palabras, el título de esta nota.

“Me inspira el campo, mi valle, el canto de los grillos,  los olores de las plantas, el color de las flores y de la tierra. Las veo vivas y luego, cuando mueren las recojo y las guardo  para convertirlas en obras. Las plantas y flores están muertas pero no huelen mal,  huelen dulce. Para mí, la muerte huele a miel. Mi taller inundado de hojas de totomoxle, de ramas secas, de semillas, huele más que nada, a vida.”

¡La muerte huele a miel! Fragante, traslúcida, como un ámbar maleable y duradero, eterno.
Me imagino su taller como un galpón gigantesco donde los materiales ordenados por categorías van mostrándole con qué cuenta para trabajar.
“Mi lema es no cortar, no arrancar, no matar. Naturaleza preservada. Sólo lo que ha cumplido su ciclo me permite darle otra oportunidad”, me explica.
Lo suyo es material de rescate. Sus penachos van cosidos o pegados con cera y sólo recurre a pegamentos sintéticos cuando las piezas tienen  que viajar lejos y pueden romperse. Si me dijesen que Roberto Jiménez inventó el trabajo sustentable, lo creería.
El trabajo sustentable y el reciclado tienen su origen en la necesidad, en el conocimiento de los ciclos de la naturaleza, en el campo de cualquier país del mundo, en el no derroche que las ciudades desconocen.

Cuando le cuento cómo imagino su taller, Roberto se ríe junto a Luis Javier Lo, su socio y pareja y me lo presenta mientras charlamos por zoom: está trabajando en un lugar chiquito, atiborrado de cosas.

Es evidente que la pasión de Roberto funciona como el juego de un niño: puede desarrollarse en cualquier parte y dar frutos increíbles.

“Yo no se dibujar ni pintar ni nada. No planifico mis trabajos. Junto y junto y cuando tengo todo a mano veo qué hago. En esos momentos de creación mis emociones me guían porque están a flor de piel. Si no estoy inspirado lo dejo para otro día. Fabricamos nuestros tintes naturales y ahora estamos haciendo uno con la grana cochinilla, un insecto que es plaga de los nopales y cactus. Lo recogemos, lo dejamos secar, lo molemos y obtenemos un rojo maravilloso.”

Su agenda está a tope. No sólo pedidos particulares sino muestras especiales, varias instalaciones para el celebradísimo Dia de Muertos y una invitación como artista oaxaqueño, para mostrar sus creaciones durante la recepción de la embajada de España en su Fiesta Nacional.

Aún asi, quedan cosas pendientes.  Siempre deseo volver a homenajear a Cinteotl, la diosa dual del maíz y la fertilidad, femenina y masculina al mismo tiempo. La imagino bajando de la pirámide de las ruinas zapotecas de San José  Mogote, vestida enteramente con tocado y traje de hojas de totomoxle, regalando maíz a sus hijos devotos.”

Y, sueña además, que sea en julio, cuando todo el valle se perfuma con las flores pequeñitas de las azucenas recien brotadas.”