Julia Coria nació en Adrogué en 1976. Es socióloga, magister en Educación y dedicó gran parte de su vida a la investigación en Ciencias Sociales. Habrá sido su pulsión lectora la que la llevó a escribir ficción y, de un tiempo a esta parte, terminó afincándola en el macromundo de lo literario (desde la escritura hasta el dictado de talleres o su rol de columnista hasta su veta de asesora pedagógica y “recomendadora serial” de lecturas en redes sociales en #AhReseñas).
Publicó las novelas Permiso para quererte (Sudamericana, 2003 y Gárgola, 2021) y Todo nos sale bien (Odelia, 2019), además de varios cuentos en antologías, algunos de los cuales fueron traducidos y publicados en alemán. Sus textos dejan un aire de luz —sí, la sinestesia es la única manera de definir el clima que se respira al leerla—, que alivia mientras se absorbe lo triste o lo trágico.
En La horda primitiva (Tusquets, 2022), Coria explora el género policial con un dúo dinámico de abuelas-lectoras compulsivas devenidas en detectives ocasionales. En realidad, ellas son las “fundadoras” de una comunidad investigadora integrada por un “familión” o, lo que podría denominarse, una familia moderna donde los de acá y los de allá serán bienvenidos siempre y cuando sean fieles a la causa de mantenerse sanos, salvos y unidos. Con un astuto desapego de las reglas del canon, La horda bucea entre las corrientes del #MeToo y la desconfianza en las instituciones tradicionales, aunque la trama siempre vuelve a lo cotidiano: el día a día de los miembros de una familia que se ven implicados en una serie de asesinatos que tienen la potencialidad de poner todo patas para arriba. Y, sin embargo, en esa casa se sigue cocinando rico, estudiando, trabajando, soñando. Coria parece decirnos que, a pesar de todo, la vida siempre continúa. No hay drama que logre suspender los actos minúsculos y más mundanos de la naturaleza humana.
VG: Después de Permiso para quererte y Todo nos sale bien llega La horda primitiva, tu primera novela en clave policial. Un policial que pareciera desafiar las reglas clásicas del género. ¿Hay algo de eso?
JC: En realidad no sé si las desafía. En principio crea confusión. En el policial todo tiene que cuadrar como un mecanismo de relojería. Mi intención en La horda fue que ocurriera eso en medio del permanente barullo que provoca la presencia de los seis nietos de la narradora, los llamados de los yernos, la policía entrando y saliendo de la casa, las cámaras del noticiero en la vereda. En todo relato policial tanto quien investiga como quien lee van haciendo hipótesis: ¿quién será el asesino? Cuando leés La hordaestás en eso y de pronto hay que salir corriendo a buscar a los chiquitos al jardín, organizar un festejo de cumpleaños express, ponerse a preparar tres tipos de salsa porque hay ravioles pero a unos les gusta con pesto, a otros con filetto y a otros con crema. La idea fue rodear la estructura clásica de este tipo de relatos con el caos de la vida de familión.
VG: El libro está muy atravesado por el concepto de violencia de género y el #NiUnaMenos. O, por lo menos, al leerlo, resulta difícil no pensar en los femicidios en la Argentina, que, según los últimos datos, se dan con una frecuencia de uno cada 29 horas. Se me ocurre que en este punto en particular confluyen la Julia socióloga y la Julia escritora de ficción. ¿Es así?
JC: Seguro que sí: tengo el chip socióloga siempre. Pero fíjate que La horda transcurre en 2013, cuando todavía no se había iniciado el movimiento #NiUnaMenos y ni siquiera era de uso corriente el término “femicidios” ¡Y yo la escribí en ese contexto también! O sea, escribí la novela previamente a todo eso que mencionás, aunque, como también decís, crímenes de mujeres había todos los días. Hacia 2015 terminé una primera versión y la solté para dedicarme a mi tesis doctoral: entre 2016 y 2018 ocurrió lo que cuento en Todo nos sale bien y en 2020 publiqué esa novela. Cuando retomé La horda, durante la pandemia, empecé a leer y pensé: ¡esto quedó viejo! Matan chicas y no hay movilizaciones, en la tele no lo llaman violencia de género… y me dispuse a aggiornar el texto pero en dos minutos me di cuenta de que no: ese contraste entre aquel mundo y el mundo en que vivimos hoy es brutal porque La horda no transcurre en el medioevo: no pasaron ni diez años desde 2013. Parte de la fuerza de esta novela proviene de ahí.
VG: Si hay algo que predomina en la novela es el humor, un humor discreto, en la medida justa. Incluso en los momentos más difíciles, y aunque los hechos que se narran son trágicos, no se percibe un clima oscuro o triste: la narradora logra un tono cómico sin llegar a convertir su monólogo en un paso de comedia. ¿Cómo fuiste construyendo ese personaje? ¿Está esa voz atravesada por la narradora de Todo nos sale bien, donde si bien el tema principal es la pérdida, el tono que se elige no es opaco sino esperanzador?
JC: No soporto los libros en lo que todo es lúgubre, abrumador, sufrido. He leído mil libros desgarradores en los que la luz se cuela por todos lados. La novela monocorde en la que todo es “¡qué espanto!” o bien “pobre de mí” no me interpelan. Esto en general: para generar oscuridad tenés que lograr el contraste con algo luminoso. En La horda me pasó además que el disparador fue una cosa que leí una vez en el diario: un chico había matado a su novia, y su familia muy rápidamente había convenido enterrarla debajo de la galería de la casa, que estaba en construcción. En ese momento yo no estaba en plan escribir ficción, pero en los días que siguieron se me presentaba cada tanto esa galería, con escenas de galería: un brindis navideño, un festejo de cumpleaños, nenes que juegan en el piso, gente que toma mate sentada en reposeras. Todo eso arriba de un cadáver. De a poco me di cuenta de que esa era una gran estructura para un relato. En La horda no hay muertas enterradas en ninguna parte, pero sí hay un contrapunto permanente entre lo siniestro y lo festivo, lo amoroso. Esa dinámica es la que mueve la historia. No fue un recurso ad hoc, esa es la forma de la novela en sí.
VG: ¿Cómo sos vos como lectora? Cuando leía el libro me resultó inevitable pensar en las duplas de detectives o en las figuras de los detectives clásicos y sus ayudantes. Pero en este caso, y eso me parece lo novedoso, son dos mujeres entradas en años y fanáticas de las novelas policiales. Esos personajes que leen permiten que la historia dialogue con textos anteriores, que los discuta, los analice, los introduzca en la trama. Entendido de esa manera, el trabajo detectivesco podría asemejarse al acto de leer, ¿no?
JC: Varios periodistas me marcaron lo “quijotesco” de la narradora y su amiga (como mínimo). Ellas leen compulsivamente novelas policiales y en consecuencia cuando quedan inmersas en una trama policial tienen muchos elementos, no solo para decodificar lo que pasa, sino para imponer sentidos, a veces en su favor y a veces (no intencionalmente, claro) muy en su contra… En el transcurso de La horda ellas evocan esas novelas, que obviamente son lecturas mías, novelas que devoré, no para escribir este libro, sino porque soy una lectora voraz. Nunca no estoy leyendo, como la narradora y varios otros personajes.
VG: Me resultó muy interesante el concepto de «horda primitiva» porque marca un adentro y un afuera, algo así como un sentido de pertenencia. La familia como refugio, como escudo, pero también la familia como comunidad que acepta o expulsa (y ahí vuelvo a la Julia socióloga y me la imagino releyendo teorías y autores). En ese sentido, el personaje de Zuli y su acto heroico podrían citarse como casos paradigmáticos. ¿De dónde viene ese concepto?
JC: La horda primitiva es en realidad un concepto de Freud y vos podés leer la novela entera sin saber de qué se trata, y de hecho los miembros de la familia se llaman cariñosamente entre ellos de esa forma sin tener la menor idea de lo que dicen. Pero, ya que me lo preguntás: no es para nada inocente ese “apodo”. Lo voy a explicar muy mal, seguramente, porque no es mi mundo, pero la horda primitiva es un mito que Freud propone para aludir a una sociedad arcaica en la que hay un macho alfa que tiene el derecho de gozar de todas las mujeres y al que los hijos tienen el deber de servir hasta que son expulsados. Entonces, en un cierto punto, complotan y lo matan, pero al hacerlo opera sobre ellos la culpa, porque mataron al padre que también es figura de protección y, de ese modo, gobernados por ese sentimiento, siguen regidos por el padre al que mataron. Y no digo nada más, solo que la horda de mi novela tiene toda la forma de un matriarcado pero no deja de ser una familia en el contexto de la sociedad de hoy, con lo cual es difícil que escape a sus formas.
VG: En la novela, el periodismo y la policía son instituciones que se cuestionan. El periodismo, por su tendencia al sensacionalismo, y la policía, por su ineficiencia o su torpeza. ¿Te parece que la literatura puede o debe ser un medio de denuncia social?
JC: ¡Yo no fui! El periodismo y la policía se cuestionan solas. Por ejemplo, que los crímenes no iban a ser develados por las fuerzas policiales fue algo que di por descontado, porque quise cuidar la verosimilitud del relato. Y la prensa… no la preví. Quise que la novela empezara con la narradora y su amiga enterándose del primer crimen y al sentarme escribí: “Nos enteramos por la mismísima Bea Baigorria”. No creo que la literatura deba nada más que ser más que “buena” (ponele, y no voy a explayarme sobre eso acá ¡lo prometo!), pero busqué inscribir esta historia en determinadas coordenadas sociohistóricas y la policía y los medios ocuparon los roles que ocupan en esas coordenadas.
VG: En tu libro todos los personajes son al mismo tiempo investigados e investigadores. Para que esa mecánica funcione y resulte creíble, la narración al detalle y la dosificación de la información son recursos claves. Se nota que detrás de La horda primitiva hay un trabajo metódico. Me gustaría que me cuentes cómo es tu proceso creativo, desde el momento en que surge la idea del libro hasta que lo escribís. ¿Usás fichas de personajes o gráficos, planificás antes de escribir, tenés algún ritual?
JC: Todos mis procesos de escrituras son muy distintos, pero en ninguno soy metódica en el sentido de hacerme grandes croquis o fichas o nada. Tengo cuadernitos llenos de caóticas notas sueltas. Entre 2011, que empecé a escribir, y 2015, que terminé la primera versión, me había impuesto horas de escritura que le robaba a mi trabajo como socióloga, ponele que tres horas por semana; luego en pandemia y hasta que se publicó, releí sin rutina y sin medida puliendo detalles. Yo estaba ahí, así que sabía lo que iba ocurriendo, y conozco a todos mis personajes, así que siempre sé como van a reaccionar a cada evento. Por lo demás, creo mucho en mi instinto. A veces pongo un elemento que parece no tener ninguna función en particular y al final opera como la clave para que todo se desencadene. Algo que hace alguno de los chicos, alguna frase tirada al azar: cuando pienso escenas voy a buscar lo que necesito en lo que ya escribí. Me encantaría ser más metódica, pero claramente no es mi naturaleza.
VG: ¿Estás trabajando en un próximo libro?
JC: Sí, estoy empezando a escribir la segunda parte de La horda, una secuela que transcurre cuatro años después, y tengo terminado y en proceso de corrección un libro de cuentos.
Qué está leyendo Julia Coria:
-Zona de clivaje, de Liliana Heker (la uno). -Tacos altos, de Federico Jeanmaire.