En La horda primitiva (Tusquets, 2022), Coria explora el género policial con un dúo dinámico de abuelas-lectoras compulsivas devenidas en detectives ocasionales. En realidad, ellas son las “fundadoras” de una comunidad investigadora integrada por un “familión” o, lo que podría denominarse, una familia moderna donde los de acá y los de allá serán bienvenidos siempre y cuando sean fieles a la causa de mantenerse sanos, salvos y unidos. Con un astuto desapego de las reglas del canon, La horda bucea entre las corrientes del #MeToo y la desconfianza en las instituciones tradicionales, aunque la trama siempre vuelve a lo cotidiano: el día a día de los miembros de una familia que se ven implicados en una serie de asesinatos que tienen la potencialidad de poner todo patas para arriba. Y, sin embargo, en esa casa se sigue cocinando rico, estudiando, trabajando, soñando. Coria parece decirnos que, a pesar de todo, la vida siempre continúa. No hay drama que logre suspender los actos minúsculos y más mundanos de la naturaleza humana.