Así, somos víctima y victimario de manera simultánea e intercambiable. Nos infoxican e infoxicamos. Nos desinforman y desinformamos. Porque en la era de las redes sociales nos venden el postulado de que si no interactuamos, entonces no somos. Y en este flujo de voces, la del científico coexiste con la del pseudocientífico, la del político con la del ciudadano, la del académico con la del autodidacta, la del periodista sabelotodo con la del periodista especializado, la del médico con la del paciente recuperado, la del artista con la de su público, la de la voz autorizada con la del influencer (elevado al rol de comunicador por la cuantía de seguidores), la del profesional con la del opinólogo sin matrícula. La posverdad es justamente eso: la idea de que hay tantas “verdades” como personas y que todas esas enunciaciones tienen la misma potencialidad de ser consideras válidas.