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Desmuteados

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Por Valeria Sol Groisman

obra de Bleeppe

Qué gran momento para estar vivo si amas el teatro del absurdo.

DAVID LYNCH

En la era de la infoxicación, el silencio es una prerrogativa de pocos. Hoy todos hablamos sin parar, las 24 horas del día, por diferentes canales de comunicación. Estamos muy sueltos de palabras: desmuteados.

En 1967 la dupla literaria compuesta por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares escribió Esse est percipi, un cuento bien futbolero que plantea una Buenos Aires distópica donde los estadios son “demoliciones que se caen a pedazos” y el fútbol –entre muchas otras cosas— ya no es más que “un género dramático”, un esfuerzo de producción de la industria del entretenimiento. Los autores imaginan un tiempo en el cual la ficción sustituye a la realidad sin que el común de la gente sea capaz de percibir el engaño.

Algo similar ocurre en el presente con la información falsa o errónea, que se pasea de las redes a los medios y de los grupos de Whatsapp a la sobremesa sin que en conjunto –como sociedad— logremos darles ni con cuchillo ni con tenedor. 

Los fundamentos de la posverdad –ese clima cultural en el que probablemente estemos viviendo y que se define como aquel en el que las creencias, las opiniones y las emociones se escuchan más fuerte que la verdad (entendida como sinónimo de hechos comprobables o evidencia científica)— no tienen nada de novedosos: siempre existieron la mentira disfrazada de verdad, el relato presentado como “la” realidad y la opinión consumida como revelación.

Quizás la sorpresa sea la facilidad y la velocidad con que estas supuestas verdades se propagan sin control, y lo difícil que resulta desmantelar las mentiras que con artimaña adoptan los supuestos de la verosimilitud (aun cuando nos empeñemos en descubrirlas). A este panorama se suman el escaso espíritu crítico, la cada vez más abigarrada costumbre de creer convenientemente y, por último, la excesiva información a la que estamos expuestos. Una marea de información en la que, como dijimos, conviven oleadas de autenticidad y de falsedad, oleadas de hechos comprobados y opiniones que intentan colarse como certeza. 

¿Estás desmuteado?

Hablamos sin escuchar. Sin pensar, hablamos. Hablamos sin saber. Hablamos para no quedarnos afuera. Para pertenecer, hablamos. Hablamos para hacer catarsis. Hablamos para callar a los que piensan distinto. Hablamos para que nos contesten (pero, parafraseando a Susan Sontag, no toleramos aquellas respuestas que destruyen nuestros argumentos, y por eso las descalificamos).

En la era de la infoxicación, el silencio es una prerrogativa de pocos. Hoy todos hablamos sin parar, las 24 horas del día, por diferentes canales de comunicación. Estamos muy sueltos de palabras: desmuteados. Y como los monologuistas catárticos que somos, desparramamos convicciones, opiniones, sensaciones y emociones sin pensar en las consecuencias que esos discursos pueden generar en los otros. 

Así, somos víctima y victimario de manera simultánea e intercambiable. Nos infoxican e infoxicamos. Nos desinforman y desinformamos. Porque en la era de las redes sociales nos venden el postulado de que si no interactuamos, entonces no somos. Y en este flujo de voces, la del científico coexiste con la del pseudocientífico, la del político con la del ciudadano, la del académico con la del autodidacta, la del periodista sabelotodo con la del periodista especializado, la del médico con la del paciente recuperado, la del artista con la de su público, la de la voz autorizada con la del influencer (elevado al rol de comunicador por la cuantía de seguidores), la del profesional con la del opinólogo sin matrícula. La posverdad es justamente eso: la idea de que hay tantas “verdades” como personas y que todas esas enunciaciones tienen la misma potencialidad de ser consideras válidas.

Al mismo tiempo y paradójicamente, una ola de “cancelación” intenta “mutear” ciertos discursos: aquellos que discrepan con lo que acepta la mayoría –lo políticamente incorrecto según ciertas posiciones identitarias e ideológicas–. ¿Cómo? Amenazando y finalmente condenando al aislamiento a quienes se animan a postular ideas incómodas (la espiral del silencio en versión reloaded). Este fenómeno, que surgió en las universidades de los Estados Unidos y al que bien podríamos calificar de intolerante, busca la uniformidad de pensamiento, que es, por supuesto, lo opuesto a la libertad. Hay tantas verdades como personas, pero solo algunas merecen ingresar en la arena de lo público. El resultado es, como dice la periodista turca Ece Temelkuran, una sociedad en la que todos hablan pero pocas voces se escuchan. Dicho de otro modo: todos tenemos la potestad para encender nuestro micrófono, pero tal vez del otro lado no haya nadie dispuesto a dialogar.

En busca de las certezas perdidas

La pérdida de credibilidad de las instituciones tradicionales (la religión, la ciencia, el Estado, la figura del padre/madre, la Escuela) sumada a la súper abundancia de información y un clima de incertidumbre escalofriante nos arrojan a un recorte de la realidad basado en las ideas y las creencias que confirman nuestros prejuicios y nos “afirman”, como dice el escritor David Rieff. Solo leemos y escuchamos a quienes piensan como nosotros. Tal vez los sesgos cognitivos, esos atajos mentales que utilizamos para procesar la información que recibimos y que muchas veces nos llevan a tomar decisiones erradas basadas en experiencias anteriores o conocidas, sean a nuestra confianza lo que el Soma es a la felicidad para los personajes de Un mundo feliz de Aldous Huxley. Un recurso que nos anestesia, que nos mantiene en una cómoda burbuja poco propensa a explotar y donde reina lo igual.

Asistimos al triunfo de un nuevo concepto de fe, que, despojado ya de lo sagrado y consagrado como recurso identitario, se instala como parámetro para percibir y cuestionar la realidad. El instinto, la fuerza de la experiencia, la emoción y la mirada subjetiva fueron erigidos como los nuevos jueces que determinan los límites de lo cierto, pero también de lo aceptable, lo decible, lo posible.  Creer en “algo” nos otorga sentido de pertenencia. Pero además las creencias son una fuente inagotable de certezas. Incomprobables, pero certezas al fin. Somos animales de fe. Necesitamos creer. Y creer nos exime de la personalísima y solitaria tarea de pensar.

En este contexto, es más importante que nunca ejercitar el pensamiento crítico para discriminar las noticias falsas que persiguen un fin político o económico de la información errónea (causada por ignorancia, omisión o desliz involuntario); lo verosímil de lo comprobable; la defensa de la libertad de expresión de la libre circulación de fake news en su nombre; y, por último, las creencias, las opiniones y los sentimientos de los datos, los hechos y la evidencia. No todo da lo mismo. La mayoría de las veces la información se mueve arrastrada por intereses diversos, y es hora de que abramos los ojos y alcemos la mirada, incluso cuando eso ponga en duda nuestras más íntimas convicciones.

Be Cult recomienda el libro DESMUTEADOS, de Valeria Sol Groisman