Con once libros de poesía ya publicados, y una obra no menos relevante como traductor de latín e inglés, Daniel Samoilovich publica nuevos poemas y además edita un volumen de textos y dibujos de Edward Lear: dos libros muy distintos y a la vez en relación
Por Osvaldo Aguirre
En la entrevista que cierra la primera edición de la antología Rusia es el tema, Daniel Samoilovich define al artista como un pensador triple “porque es capaz de pensar en tres cosas a la vez: en el mundo, en su propia mirada sobre el mundo y en los instrumentos de su mirada”. Estas coordenadas adquieren una nueva inflexión en sus libros recientes: Berisso, 1928. La vida futura, poemas, y El hombre que se arrojó al mar en el más improbable de los navíos, compilación de textos y dibujos de Edward Lear y de artículos sobre su obra.
Editado por Samoilovich a partir de un dossier publicado en el periódico Diario de Poesía (2003), El hombre que se arrojó al mar… sigue una indicación del poeta y biógrafo Peter Levi para abordar la obra de Lear: examinar en conjunto todas las facetas de su obra, de su personalidad y de su vida. El libro incluye una selección de poemas, limericks, canciones, dibujos, correspondencia y notas de viaje, además de lecturas de otros autores y de artículos de Mirta Rosenberg, Pablo Gianera, Eduardo Stupía y el propio Samoilovich.
Lear (Londres, 1812 – San Remo, Italia, 1888) se inició muy joven como dibujante para comercios y hospitales y pronto ilustró álbumes de pájaros y bestiarios. A los 20 años empezó a escribir limericks que pronto reunió en A Book of Nonsense (1846). “Sus versos rezuman una suerte de cariñoso desenfreno, de alegre abandono, al igual que sus dibujos, claros y crudos, donde casi todos los personajes parecen estar bailando”, observa Mirta Rosenberg.
El Limerick es una forma de cinco versos con esquema de rima AABBA que en la práctica de Lear es de sentido más melancólico y menos humorístico de lo habitual en el género. Las circunstancias biográficas habrían incidido en esa perspectiva: fue el vigésimo de veintiún hijos en una familia arruinada por deudas del padre; criado por hermanas mayores, no asistió a la escuela; sufrió depresiones y ataques de epilepsia desde muy chico. En sus diarios se impone “aceptar un destino solitario”, pero también lo padece: “¿No se hace cada vez más evidente, a medida que los años pasan, que estar solo es algo muy odioso?”, se pregunta.
El poema “Oh hermano pollito” plantea la extrañeza de un pollito recién salido del cascarón ante su nacimiento: “¿Será mi vida, de ahora en adelante,/ una acumulación de interrogantes?”. Los poemas de Lear asocian criaturas del mundo animal con otras imaginarias y el tono general, sin embargo, es más festivo. En “El sombrero del Quangle Wangle”, un lugar donde todas las especies quieren vivir, se encuentran así el señor y la señora canario con el Ave Fimble, el Urogallo con un Oso Olímpico, la cigüeña y el pato con el Babuino Azul, el Cordero de la Tierra Más Escasa y el Murciélago Marisquero.
“Sus canciones y sus poemas cómicos eran parodias de las profundas emociones que expresaban; eran tristes y graciosas por partes iguales, pero cuando alcanzan un equilibrio perfecto la emoción se impone sobre la parodia”, afirma Peter Levi. El Dong de la nariz luminosa, “el Pobble que no tiene los dedos de los pies” y los Jumblies, personajes de cabeza verde y manos azules que “habitan en cierto país/ lejano y escaso, escaso y lejano”, son otras creaciones maravillosas de Lear.
El sinsentido o el desatino, como se traduce el nonsense, plantea uno de los principales interrogantes para la crítica. “Como cada siglo, generando su propio concepto de cordura, fabrica sus locos, el XIX inglés confinó al nonsense lo que no entraba en su sense, su ideología media transformada en única medida de lo razonable”, señala Samoilovich.
Otro interrogante es la relación cercana y a la vez opuesta entre las obras de Lear y de su contemporáneo Lewis Carroll (1832-1898). Las comparaciones son odiosas pero también afinan las observaciones: Lear escribía “con una naturalidad semejante a la de la respiración” y sin el riguroso control intelectual de Carroll, según Levi; trabajó lo poético y emocional antes que el absurdo y sin desdoblarse entre la razón y los sueños fue un ciudadano pleno “en el mundo de la sinrazón”, para Gilbert K. Chesterton; su humor no se limita a la palabra sino que se extiende a la situación y el nonsense “resulta en realidad un new sense, una literatura cargada de futuro”, agrega Gianera.
Mucho menos conocido que el autor de Alicia en el país de las maravillas, Lear fue un artista extraordinariamente prolífico y su obra depara descubrimientos inesperados. Además de ofrecer primeras versiones en español, el libro editado por Samoilovich y publicado por Bajo la luna incluye así entre otros materiales una serie de dibujos a tinta hallados después de su muerte. La correspondencia y los Diarios de un pintor de paisajes que publicó sobre viajes a Albania, Calabria y Córcega conforman otros legados.
Lear resulta mucho más actual que los poetas consagrados de su época. En su trabajo sobre el mundo y sobre el lenguaje plástico y verbal como instrumentos de su mirada, dice Samoilovich, logra “unas astillas de new sense que siguen siendo útiles en este siglo XXI que viene mostrándose no menos ávido y desatinado que el XIX inglés”.
Pasado y porvenir
También publicado por Bajo la luna, Berisso, 1928 es un conjunto de poemas tramados en torno a la figura de David Bronstein, un joven inmigrante ucraniano que escapa de la casa de los padres, trabaja como obrero en el frigorífico Swift y conspira para la revolución socialista. El título del libro sitúa el lugar y la época y el subtítulo, La vida futura, una utopía que en el personaje remite al socialismo y se proyecta en otra dimensión donde rige el sentido de la vida nueva que postuló Dante Alighieri.
La estructura de título y subtítulo se reitera en los poemas a la manera de indicaciones escénicas: “Swift y Armour, 2018. A la entrada del predio, un cartel reza: Aquí estuvieron los frigoríficos más grandes de América del Sur”, para empezar. El carácter teatral y a veces satírico está reforzado por la forma de monólogo que adoptan los poemas en la voz de Bronstein, de la obrera Teresa Karolak, “planta baja, sección de tripería”, y de la vaca que describe su peripecia en la línea de faenamiento de una tirada que es a la vez risueña y siniestra.
Las plantas industriales son descriptas en el presente como “gigantes que duermen” y en la imaginación de Bronstein, la vida futura parece tomar la forma de una pesadilla. El tema del sueño y de las dificultades del despertar remiten a otras zonas de la obra de Samoilovich; la apelación a una vida nueva también recuerda a El carrito de Eneas (2003), donde el personaje clásico deviene en un cartonero que recorre Buenos Aires. La relación entre este libro y Berisso, 1928 se extiende a la particular resonancia que cobran en el contexto de crisis de cada época y a un oficio en común: “Vivimos de la basura nomás,/ la que sacamos del río,/ o la que juntamos por ahí. Conseguimos basura/ y la vendemos”, dicen los obreros con los que sueña Bronstein.
La maestría de Samoilovich se aprecia en particular en la descripción exhaustiva de la línea de producción del frigorífico, donde el lenguaje alcanza un estado de gracia sin ahorrar nada de lo escabroso del asunto. Este efecto surge por la convergencia de la entonación de la voz del personaje, cercana a un lector actual y a la vez verosímil en el marco del siglo pasado y el recurso a las canciones, la rima interna y los juegos de palabras como contrapunto rítmico.
El cuadro tiene trazos naturalistas: al amanecer, cuando los obreros marchan a la fábrica como condenados, “…el cielo/ es una nube sucia, mal teñida por las llamas que coronan/ las altas chimeneas de Ensenada”. Otras referencias al entorno -la farmacia Samoilovich, la sastrería de Melischiano, el café de los Hermanos Pardo- sugieren elementos de novela familiar. O de novelón, como dice Bronstein en relación a las incertidumbres con sus padres y con sus compañeros de trabajo.
Samoilovich caracteriza a los obreros y al joven militante en situaciones concretas y desplaza el foco de los lugares comunes a los fallidos del discurso revolucionario, por caso de las erratas en los volantes impresos en esténciles. Contra los estereotipos de la poesía política (“los albañiles que se caen de los andamios, toda esa sanata, la cosa llorona, bolche”, en los términos de Osvaldo Lamborghini), explora la utopía y las ilusiones en ciertos efectos sobre el lenguaje en un poema como “No puede ser todo, esto”, cuyo título ya indica la preminencia de las sugerencias y del sonido. El horizonte de la vida nueva no deja de ser el de los clásicos, como atestiguan los versos de Dante Alighieri elegidos como epígrafe: “Así cruzamos la sucia mixtura/ de la sombra y la lluvia, a paso lento,/ tocando un poco la vida futura”.
El desenlace retoma el epígrafe. Bronstein se debate en un sueño que parece sin escapatoria “pero empieza a llover y la lluvia/ va desvaneciendo la pesadilla”. De las ruinas del frigorífico y de la tierra lavada surge “un resplandor, la promesa o añoranza de un lenguaje” y Berisso 1928 se vuelve a lo que está por delante: la lluvia “nos limpia el corazón/ despertándonos al fin a la vida futura”. Un mundo, otra mirada y nuevos instrumentos.