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Calabrian Tropic o el “Sudor Diesel”

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-¿Abuela que querés?
-Un morso di pane

Por Esteban De Gori

I

Hace 100 años nacía el poeta calabrés más importante del siglo XX, Franco Costabile. En su “Canto dei nuovi migranti” (1964) (Il canto dei nuovi migranti di F. A. Costabile – Mario Giacomelli (archiviomariogiacomelli.it)) hablaba de esa partida, de ese drama que quienes escapaban de su tierra. Ya no se abrazaban al territorio. Había que salvarse. Del hambre, de la guerra, de la postguerra. Costabile indicaba, esos calabreses y calabresas eran como plagas, las “uñas de Europa”, el “sudor diesel”, el “deshonor”, la “vergüenza de los gobiernos”, los “trenes más largos”. En esos sesentas mientras se buscaba afirmar una potente identidad italiana vinculada al desarrollo y crecimiento de la posguerra Italia seguía enviando a parte de sus habitantes fuera del país. Afirmación nacional y migración. Intento de cohesión y expulsión, dos movimientos extraños, contradictorios, pero muy intensos.

Hoy la Europa identitaria se trama en Lampedusa, Ceuta y en los Balcanes. Por allí entran mayoritariamente los migrantes que se aferran a una promesa, a un pedazo de algo, a un suspiro de seguridad. Ciertos grupos políticos han encontrado en ese drama una conjura contra las identidades nacionales, una ráfaga constante de inestabilidad, una puesta en duda de “occidente”.

II

Nuestros calabreses mueren aquí y con ello su propio archivo oral. Después de tantos años nos fuimos dando cuenta que poblamos los cementerios argentinos. Hay muchas lápidas con apellidos de larga tradición griega, latina y albanesa provenientes del Sur de Italia. Nos metimos con nuestros apellidos en la tierra argentina, en la literatura, las artes, el mundo laboral y la academia. Colonizamos al uso nostro. No tenemos un Arlington Calabrés o Italiano, pero con tantas lápidas podría fundarse. Tampoco tenemos muchos monumentos. Faltaría un monumento al calabrés desconocido o la calabresa desconocida, aunque sea para llevar una flor en nombre de más de casi dos millones de personas que arribaron a este país. Nos escondimos en los pliegues de la construcción de la nacionalidad de este país. Pasamos por el tamiz de la socialización y ahí nos quedamos. Los que arribamos a la línea del Trópico de Calabria (una línea real y simbólica que conecta diversos territorios) solo intentamos reconstruir las constelaciones que nos conectan con el sur italiano. Es un modo de defensa. No pudimos contra el Estado argentino que castellanizar el nombre de millones de personas que llegaron a este país y que no eran hispanoparlantes. No pudimos armar una Agencia que restituya la identidad de personas que en la Aduana dejaron de llamarse Giuseppe para ser José o Caterina para ser Catalina. Perdimos frente al Estado, así son las cosas. Pero las identidades o sus memorias siempre están agazapadas. A veces salen y otras circulan de manera maltrechas.

III

Curnutu, era el insulto que más escuchaba de mi abuela Olinda. Estaba impregnado en su lengua. El blanco de ataque, generalmente, era su marido, mi abuelo José. Para nosotros era divertido. Nos gustaba como sonaba. La R y la U eran mágicas en esa palabrita. Y cuando el enojo era mayor nos decía: “¿saben por qué el abuelo está pelado?  Porque yo le arranqué el pelo”. Ella mostraba esa acción no como un correctivo sino como una especie de acto de justicia. Así lo transmitía taxativamente mientras mirábamos la cabeza calva de su marido. Estaba perfecta. La piel blanca, algo pecosa. Brillante. Lo mirábamos como un sobreviviente y al mismo tiempo entendíamos que ese acto desplumatorio tenía alguna razón de ser. Un fundamento legítimo que mi abuela instalaba con mucha inteligencia. Nadie contradijo esa versión. Para nosotros fue así. Ahora tengo dudas. Lo que sí comprendimos con el paso del tiempo es que el cuerpo es territorio de disputa y de narración.

Una viejita de buenos modales, de hacerte la señal de la cruz en la frente para que te cures de alguna dolencia, de repetir un mantra católico para que el cielo atienda sus demandas parecía imposible que desplume a alguien. Pero la justicia, a veces, tiene sus modos.

IV

El Trópico de Calabria que atravesaba San Fernando (Provincia de Buenos Aires) era una línea donde hombres y mujeres del Sur de Italia habían decidido alojarse. Se metieron en esa línea como una plaga. Las siete plagas de Catanzaro. Ocupaban zonas de calles de tierra, las más baratas y alejadas. Por años mancharon sus zapatos, vestidos y pantalones. Terroni 1000 x 1000. Tanto calabrés debió dar miedo y más cuando circulaban por la ciudad.

Los domingos debíamos subirnos al tour de compras barriales. En los primeros años de los 80 no sabíamos lo que era un supermercado ni usar el auto para surtir las alacenas. Estábamos fuera del capitalismo moderno. Todo quedaba cerca. A dos cuadras compramos pollo. Una española tenía una pequeña tienda. La técnica era la siguiente. Pedíamos en un mostrador blanco. Alguien lo traía vivo. La española le hacía un tajo en su cogote con gran maestría asesina y lo metía en un recipiente parecido a un embudo que estaba empotrado a la pared. El animal se desangraba en público. Eran unos 50 artefactos donde yacían los pollos boca abajo.  Una gran pared llena de hilos de sangre. Un patíbulo a cielo abierto. Muerto y desangrado el pollo era sometido a una máquina que lo desplumaba. En medio de ese espectáculo la gente hablaba. Mi abuela siempre se encontraba con alguna paisana. Nosotros comíamos, siempre comíamos, mientras la sangre caía. En los momentos visuales más terribles de esa tienda podíamos sostener el pan en la poca. Antes de ese tour se compraba pan en “La Estrella del Norte”, era nuestro popcorn calabrés. “¡Gracias cariño! Aquí tienes tu pollo fresco, bien peladito”. Lo decía con orgullo español mientras se restregaba las manos en su delantal. Mi abuela se reía. Después de ese espectáculo público donde comimos y charlamos nos volvíamos contentos. El mundo parecía funcionar así. 

V

Mi madre y su hermana se encuentran en el hospital. Se toman de las manos. Se miran con la profundidad de ojos vidriosos. No tienen turnos en horarios parecidos sino que ambas están internadas y ocupan habitaciones en el mismo piso. Dos calabresas en Internación General del Hospital Italiano. Mujeres de la 310 y la 319. A cada una le toca una dolencia particular, pero están ahí, reunidas. Hay algo que las gobierna. La historia, las casualidades, la psiquis. No sé. Una alianza silenciosa de sangre, inquebrantable, forjada por dos niñas-mujeres en un país lejano al suyo, en un país que las tomó y las retiene.  Esa alianza fraterna fue su territorio, el país propio –con lenguajes emocionales que ellas entienden- y que debieron construir para afirmarse y protegerse. Migrar, también, es el intento constante de diagramación de constelaciones emocionales. Eso. Armaron algo. Para surfear hostilidades. Para administrar la relación con mi abuelo (su padre) y sus posiciones duras y excluyentes. Para escabullirse del radar de mi abuela, quien gestionaba el mundo cotidiano con mayor sigilo y maquiavelismo. Debieron defenderse de un binarismo irreductible. Meterse en los pliegues para poder respirar. Hacerse duras por obligación. Cada una a su manera. Como lobas.


 

Calabrian Tropic o “Sudore Diesel”

Nonna cosa vuoi?
-Un morso di pane

I

100 anni fa nasceva il più importante poeta calabrese del ‘900, Franco Costabile. Nel suo “Canto dei nuovi migranti” (1964) (Il canto dei nuovi migranti di F. A. Costabile – Mario Giacomelli (archiviomariogiacomelli.it)) parlava di quella partenza, di quel dramma di chi scappava dalla propria terra. Non abbracciavano più il territorio. Dovevano salvarsi. Dalla fame, dalla guerra, dal dopoguerra. Costabile, quei calabresi erano come la peste, le «unghie d’Europa”, il “sudore diesel”, il “disonore”, la “vergogna dei governi”, i “treni più lunghi”. In quegli anni Sessanta, mentre cercava di affermare una forte identità italiana legata allo sviluppo e alla crescita del dopoguerra, l’Italia continuava a mandare parte dei suoi abitanti fuori dal Paese. Affermazione nazionale e migrazione. Tentativo di coesione ed espulsione, due movimenti strani, contraddittori, ma molto intensi.

Oggi, l’Europa “identitaria” si sta delineando a Lampedusa, Ceuta e nei Balcani. Vi entrano soprattutto migranti che si aggrappano a una promessa, a un pezzo di qualcosa, a un sospiro di sicurezza. Alcuni gruppi politici hanno trovato in questo dramma una cospirazione contro le identità nazionali, una continua esplosione di instabilità, una messa in discussione dell’“Occidente”.

II

Qui muoiono i nostri calabresi e con esso il proprio archivio orale. Dopo tanti anni cominciammo a renderci conto che popolavano i cimiteri argentini. Numerose sono le lapidi con cognomi di lunga tradizione greca, latina e albanese del Sud Italia. Ci siamo impegnati con i nostri cognomi in terra argentina, nella letteratura, nelle arti, nel mondo del lavoro e nel mondo accademico. Colonizziamo all’uso nostro. Non abbiamo un Arlington calabrese o italiano, ma con tante lapidi si potrebbe fondare. Anche da noi non abbiamo molti monumenti. Mancherebbe un monumento allo “sconosciuto calabrese”, anche se portasse un fiore in nome dei quasi due milioni di persone arrivate qui. Ci siamo nascosti nelle pieghe della costruzione della nazionalità argentina. Passiamo al setaccio della socializzazione e lì rimaniamo. Noi che arriviamo alla linea del Tropico di Calabria (una linea reale e simbolica che collega vari territori) stiamo solo cercando di ricostruire le costellazioni che ci collegano al Sud Italia. È una modalità di difesa. Non abbiamo potuto contro lo Stato argentino che ha spagnolizzato i nomi di milioni di persone che sono arrivate in questo paese e che non erano di lingua spagnola. Non potevamo creare un’Agenzia per ripristinare l’identità di persone che alla dogana hanno smesso di chiamarsi Giuseppe per essere José o Caterina per essere Catalina. Abbiamo perso contro lo Stato, le cose stanno così. Ma le identità o i loro ricordi sono sempre nascosti. A volte escono e altre volte circolano in maniera malconcia.

III

Curnutu, è stato l’insulto che ho sentito di più da mia nonna Olinda. Era impregnato della sua lingua. L’obiettivo dell’attacco, generalmente, era suo marito, mio ​​nonno José. Per noi è stato divertente. Ci piaceva come suonava. La R e la U erano magiche in quella piccola parola. E quando la rabbia era più grande ci ha detto: sapete perché il nonno è calvo? Perché gli ho strappato i capelli. Ha mostrato quell’azione non come un correttivo ma come una sorta di atto di giustizia. Ciò è stato trasmesso in modo esauriente mentre guardavamo la testa calva di suo marito. È stato perfetto. Pelle bianca, un po’ lentigginosa. Luminosa. Lo abbiamo guardato come un sopravvissuto e allo stesso tempo abbiamo capito che questo atto truffaldino aveva una sua ragion d’essere. Un fondamento legittimo che mia nonna ha installato con grande intelligenza. Nessuno ha contraddetto quella versione. Per noi è stato così. Ora ho dei dubbi. Ciò che abbiamo capito con il passare del tempo è che il corpo è territorio di disputa e di narrazione.

Ad una vecchia signora dalle buone maniere, che si faceva il segno della croce sulla fronte affinché tu potessi guarire da qualche malattia, ripeteva un mantra cattolico affinché il cielo esaudisca le sue richieste, sembrava impossibile per lei spennare qualcuno. Ma la giustizia a volte ha i suoi modi.

IV

Il Tropico di Calabria che attraversava San Fernando (provincia di Buenos Aires) era una linea dove uomini e donne del Sud Italia avevano deciso di restare. Sono entrati in quella linea come una pestilenza. Le sette piaghe di Catanzaro. Occupavano zone di strade sterrate, le più economiche e remote. Per anni hanno macchiato scarpe, vestiti e pantaloni. Terroni 1000 x 1000. Tanti crampi devono aver fatto paura e ancor di più quando guidavano per la città.

La domenica dovevamo fare il giro dello shopping nel quartiere. All’inizio degli anni ’80 non sapevamo cosa fosse un supermercato né usare l’auto per rifornire gli armadi. Eravamo fuori dal capitalismo moderno. Tutto era vicino. A due isolati di distanza compriamo il pollo. Una donna spagnola aveva un piccolo negozio. La tecnica era la seguente. Lo abbiamo ordinato ad un bancone bianco. Qualcuno lo ha portato vivo. La spagnola gli fece un taglio al collo con grande maestria omicida e lo mise in un contenitore simile ad un imbuto incassato nel muro. L’animale stava morendo dissanguato in pubblico. C’erano circa 50 contenitori in cui i polli giacevano a faccia in giù. Un grande muro pieno di fili di sangue. Una forca a cielo aperto. Morto e dissanguato, il pollo veniva sottoposto ad una macchina che lo spiumava. Nel mezzo di quello spettacolo la gente parlava. Mia nonna incontra sempre qualche amica italiana. Mangiavamo, mangiavamo sempre, mentre il sangue scorreva. Nei momenti visivi più terribili di quel negozio potremmo trattenere il pane nella bocca. Prima di quel tour abbiamo comprato il pane a “La Estrella del Norte”, erano i nostri popcorn calabresi. Grazie amore! Ecco il vostro pollo fresco, ben sbucciato. Lo disse la caponegozio con orgoglio spagnolo, fregandosi le mani sul grembiule. Mia nonna rise. Dopo quello spettacolo pubblico in cui mangiammo e chiacchierammo, diventammo felici. Il mondo sembrava funzionare così.

V

Mia madre e sua sorella sono in ospedale. Si tengono per mano. Si guardano con la profondità di occhi vitrei. Non hanno turni in orari simili ma sono entrambi ricoverati e occupano stanze sullo stesso piano. Due donne calabresi in ricovero generale all’Ospedale Italiano. Donne delle stanze 310 e 319. Ognuna ha una malattia particolare, ma sono lì, raccolte. C’è qualcosa che li governa. La storia, le coincidenze, la psiche. Non lo so. Un’alleanza silenziosa di sangue, indissolubile, forgiata da due ragazze-donne in un paese lontano dal loro, in un paese che le ha prese e le trattiene. Quella alleanza fraterna era il loro territorio, il loro Paese – con linguaggi emotivi che comprendono – e che hanno dovuto costruire per affermarsi e proteggersi. Anche la migrazione è il tentativo costante di tracciare un diagramma delle costellazioni emotive. Sì, quello. Hanno costruito qualcosa. Per navigare nelle ostilità. Gestire il rapporto con mio nonno (suo padre) e le sue posizioni dure ed esclusive. Per scivolare sotto il radar di mia nonna, che gestiva il mondo di tutti i giorni con maggiore furtività e machiavellismo. Dovevano difendersi da un binarismo irriducibile. Dovevano entrare nelle pieghe per poter respirare. Trasformarsi in donne toste per obbligo. Ognuna a modo suo. Come le lupe.