La verdad es que no pongo la mirada. Es más bien como una especie de pulsión, como una especie de sonido que genera la energía interna que me lleva a la escritura, más que una visión o una mirada. Y cada novela, cada libro de ficción, surge más que de un pensamiento, de una emoción que me ha quedado dentro; cada libro surge de una conmoción interna, de una memoria, y a partir de esa memoria comienza la fabulación: ya sea la memoria del crimen, del gozo, del sufrimiento. Soy un escritor poco visual, lo he dicho anteriormente. Entonces no tengo fijación con imágenes, no es mi forma de trabajar. Hay escritores que trabajan a partir de una imagen y esa imagen es la que los lleva hacia la creación. En mi caso, es una pulsión, un sonido, una voz que me lleva a los temas y, evidentemente, dentro de todo eso hay obsesiones, fijaciones, con experiencias que viví, con sucesos de los que fui testigo, con aspectos relacionados con mi adolescencia, mi primera juventud. Eso explica que El Salvador haya seguido tan presente en mis libros, pese a que yo tengo tantos años de no vivir ahí, ¿no?