CARGANDO

Buscar

Leonardo Padura: Como polvo en el viento

Compartir

Por Claribel Terré Morell.

Leonardo Padura, Premio Princesa de Asturias de Letras, Premio Hammett , Premio Raymond Chandler, está en La Habana, en su casa del barrio de Mantilla, la misma casa de la que nunca se ha ido o a la que siempre vuelve. Está escribiendo una novela que, como todas las suyas desde hace 25 años, debe salir por Tusquets. “Como polvo en el viento”, así se titula, por la canción de Kansas y porque “mi generación cubana ha sido como polvo”, dice.

Leonardo Padura. Como polvo en el tiempo. Be Cult. Revista Be Cult.
Leonardo Padura. Como polvo en el tiempo. Be Cult. Revista Be Cult.

Fotos Tusquets – © Iván Giménez.

Es una historia de arraigos y desarraigos, de dispersión y fidelidades, con muchos escenarios y varios protagonistas, entre ellos tres mujeres que son personajes muy difíciles y donde también hay muchas muertes. “Mato a un cabrón y a un tipo buena persona, pero también a un caballo y a un perro y… ¿sabes qué? Esas dos muertes, de dos animales, tienen la mayor carga dramática en la novela y van a ser las más conmovedoras para los lectores. Estoy seguro de eso. Porque el peso de una muerte en un libro depende de cómo la prepare el escritor y de lo injusta que pueda parecer a los lectores”.

Traducido a más de 25 idiomas, Leonardo Padura logró, escribiendo desde Cuba, el reconocimiento internacional con la serie protagonizada por el detective Mario Conde, un antihéroe con mirada crítica y desencantada, cuya cubanidad es una esencia y no una superficie. Conde, una especie de nieto del Marlowe de Raymond Chandler e hijo del Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán, llegó incluso a Netflix con Cuatro estaciones en La Habana. Pero, es El hombre que amaba a los perros (2009) el libro que lo hizo el autor cubano más leído dentro y fuera de la isla.

Autor de Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras, Paisaje de otoño, Adiós, Hemingway, La neblina del ayer, La cola de la serpiente, La transparencia del tiempo, Herejes y Aquello estaba deseando ocurrir, entre otros títulos, ha escrito también cerca de 30 guiones, la mayoría en colaboración con su esposa Lucía. También convirtió Regreso a Itaca, que primero fue un guión cinematográfico y luego una película, en una novela junto al francés Laurent Cantet.

Querido, talentoso, odiado, envidiado, con un profundo sentido del humor absurdo y surreal, típico del cubano que está de vuelta de todo, el también Premio Nacional de Literatura de Cuba, confronta al lector con la farsa y la realidad en sus novelas. Sus libros no mueren en la anécdota cotidiana de una sola verdad. No importa el país donde estén aquellos que lo leen, sea Cuba donde transcurren la mayoría de sus novelas y donde se agotan apenas salen a la venta, o en cualquier otro en los que su nombre se mantiene fijo en la lista de los best seller, edición tras edición.

A Padura lo conozco hace muchos años, desde que éramos muy jóvenes y vivíamos en La Habana. Frente a frente, por email, por teléfono, seguimos manteniendo la misma complicidad, esa que nos hace reír a carcajadas, o que convierte a la isla donde nacimos en un tema de pasión y dolor, pero… esta es la primera vez, que hablamos de la muerte. Estas preguntas fueron hechas desde Buenos Aires, en medio de una pandemia que afecta a todo el mundo y cuyas consecuencias hoy son impredecibles.

Mayo del 2020. Nada es como era ayer. ¿Te dio (te da) miedo escribir sobre la muerte?
El escritor que tenga miedo a escribir sobre la muerte, debe pedir cambio de profesión. Porque la muerte es el gran tema literario de toda la historia de la creación artística. Es lo inevitable, lo que marca el sinsentido de la vida, que es una lucha perdida contra ese final conocido, inevitable. Su misma tragicidad la hace especialmente generosa para darnos elementos a la hora de abordarla y convivir literariamente con ella, porque vivimos humanamente con ella.

¿Cuál es la mejor descripción de muerte que has encontrado leyendo? ¿Será una escrita por ti?
No sabría decirte cuál es la mejor, la verdad. Es que he leído tantas… Y vuelvo a lo que anotaba antes… ¿Hay muerte más conmovedora que la de la madre de Bambi?… Tolstoi era muy bueno matando gentes. De él aprendí algo para matar a Trostky en El hombre que amaba a los perros.

¿Qué piensas del tiempo en que estamos viviendo? 
Vivimos un tiempo en que todo lo peor que fuimos capaces de imaginar, lo estamos viendo en las noticias, en la calle, en las familias. Es lo más parecido que puede hacer a una peste bíblica, a un Armageddon o Apocalipsis. Es un tiempo que nos está obligando a reflexionar sobre lo que somos y hacia dónde vamos, sobre lo que teníamos, lo que tenemos y lo que tendremos.
Alguien me dijo: “Resulta que estábamos mejor cuando creíamos que estábamos peor”, y es muy cierto. Ahora estamos en el momento del gran desastre humano y se nos avecina el tiempo del gran desastre social. El ejemplo chino para combatir la pandemia va a calar muy hondo en las sociedades y vamos a vivir en un estado de vigilancia casi policial que superará con creces todas las estrategias de control que ya se practicaban en todas partes del planeta, en todos los sistemas. Nos encaminamos hacia El mundo feliz de Huxley.

Ves el futuro muy pesimista. 
Ya te expliqué antes por qué. Entre los poderes políticos, los económicos, los biotecnológicos, los informáticos, vamos directo a un mundo de mierda, en el que, de contra, la gente va a vivir 120 años, si puede pagarse ese plazo vital con trasplantes de células y demás. Lo dicho, El mundo feliz.

¿Cómo te llevas con la soledad? ¿Cuáles son las diferencias más angustiantes entre la soledad del escritor, que seguro has vivido con la soledad autoimpuesta o impuesta, y la de esta pandemia?
Bien y mal. Para hacer mi trabajo, la necesito. No se puede escribir en la algarabía, la promiscuidad. Este es un trabajo que se hace en soledad. Pero después… ¡necesito a la gente, a los amigos! Es lo que más me afecta de este momento que estamos viviendo y, si no fuera porque mi mujer, Lucía, que me “amarra cortico”… ¿Hay algo mejor (además de eso otro) que reunirse con algunos amigos alrededor de una mesa, con vino y comida y tiempo y empezar a hablar mierda? Como yo no puedo hacerlo, pues me desquito con Mario Conde, que lo hace todos los días en cada una de las novelas en las que aparece (y además hace eso otro con unas mujeres!!!!!).
Y también me produce angustia no saber cuándo voy a recuperar la vida que llevaba, un poco de nómade, viajando a los lugares que me gusta ir y arrastrando a Lucía conmigo, aunque, como Guillén, sepa que cuando uno viaja con la esposa gasta el doble y se divierte la mitad… No, eso es jugando…

¿Qué lees ahora?
Ahora mismo, novelas ligeras, o no tanto. Una de Don Winslow sobre el narcotráfico; otra de Philip Kerr sobre los refugiados nazis en Argentina; una de Benjamin Black sobre el asesinato de un cura pedófilo… y mi propia novela en revisión final, que debo leer una y otra vez hasta que no la resista más y me diga: he terminado.
Pero quiero contarte algo. Cuando estoy escribiendo novelas necesito leer a autores que me comuniquen algo, con los que encuentre empatías profundas, que me enseñen cómo debería ser capaz de escribir yo si tuviera el talento de ellos. Por eso releo a determinados autores, pues voy sobre seguro. No obstante, me encanta hacer descubrimientos, encontrar escritores que no conocía pero me dan ese mismo impulso.
No siempre es posible, pero cuando descubro, digamos a un Michel Houellebecq, un Jonathan Franzen, un Keigo Higashino, un Jonathan Littell o un Vasili Grossman (todos leídos en la última década), pues siento que eso que se pudiera llamar mi poética encuentra la satisfacción de la complicidad.
Leo todo lo que puedo, con preferencia a los buenos autores de mi lengua, pues con ellos siempre aprendo a escribir mejor. Y me acerco a ellos con toda la modestia del mundo, siempre dispuesto a recibir lecciones que me pueden servir para hacer mejor lo que pretendo, o sea, escribir.

¿Piensas en lo que harás cuando se vuelva a la vida normal?
En mi caso, más o menos lo mismo que ahora, que antes de ahora. Soy un trabajador. Mi pasión es mi trabajo del cual, afortunadamente, vivo y para el cual, por más fortuna, vivo. Cuando sea posible volveré a viajar, algo que me encanta, pues ver gente, lugares, comer lo que no tengo acá es como una recompensa adicional que me regala mi trabajo.

Y si todo se acaba ¿Cuál sería tu epitafio preferido?
Uno que tú conoces: “Que me quiten lo bailao”.

Próximo artículo