CARGANDO

Buscar

Recuperar el tiempo de la novela de aventuras

Compartir

Por Luz Marti

 
Si hay un recuerdo feliz de nuestros primeros años como lectores son las horas sumergidos en una novela de aventuras a la hora de la siesta y hasta por la noche cuando se suponía que dormiamos. Antonio Pampliega, periodista y escritor español retoma el género con Cowboys en el Infierno y nos atrapa con un relato cuyo fondo es su pura y angustiante experiencia como corresponsal de guerra.
 
 

________________________________________________

-Ni bien sales del Metro Chamartin encuentras la cafetería. Está dentro mismo de la estación, no salgas– fueron las instrucciones de Antonio Pampliega para nuestra cita.  Este madrileño inmenso, de ojos enormes y mirada encendida es periodista freelance en zonas de conflicto y hoy, a los cuarenta y pocos años lleva recorridos los lugares como Sudán del Sur, Siria, Ucrania, Irak o Afganistán.
– Yo iba a ser periodista deportivo, pero a la universidad vino un corresponsal de guerra a dar una charla sobre sus experiencias y dije ¡yo quiero eso!
“De paso”, el bar en donde me había citado, no existía. Imaginé un nombre parecido y empecé a dar vueltas buscándolo en los distintos pisos. Nadie sabía nada.
Chamartin era un desórden, lúgubre, llena de cascotes por todas partes, con puertas clausuradas, caballetes, cintas de peligro no avanzar y desviaciones por derroteros inciertos. Mi wifi no andaba y ningún negocio o cafertería quiso compartirme la suya. No se cuántas veces subi y bajé agobiada con la idea de que, estando tan cerca, volvería a Buenos Aires sin haber podido encontrarlo, hasta que, en un pasillo, nos topamos frente a frente.
Su último libro, “Cowboys en el infierno” salió hace muy poco y pronto estará en las librerías de Buenos Aires.Es una novela acerca de un corresponsal, un “plumilla”, como dicen en la jerga española, que narra cómo sus viajes a la guerra de Siria en 2012 en compañía de un fotógrafo, van convirtiéndose en una pesadilla.
Sus libros anteriores son relatos y crónicas periodísticas sobre sus experiencias en distintos frentes de batalla. Yo también había leído A oscuras, donde relata los días de su cautiverio escalofriante fruto de la traición de un traductor para favorecer la intención de Al Qaeda de cobrar rescates millonarios por sus secuestrados, siempre que no vengan de EEUU o del Reino Unido. Con esos paises no hay negociaciones posibles: solo hay muerte.

Esperaba otra crónica y me econtré con una novela ¿Porque novelaste Cowboys?

– Es mucho más fácil contarlo en forma novelada. Puedo mezclar experiencias mías en distintas partes, no me expongo tanto y no se me exige tanto rigor periodístico. No es una crónica, es una novela de aventuras.
Una novela de aventuras tiene un público más amplio que la crónica periodística, pensé cuando la compré temerosa de no encontarla en Buenos Aires, y la leí de un tirón.
– Pues llegará allí en diciembre! – me dijo – Me pone muy contento. La idea es ir en Abril, a presentarlo en la Feria del Libro- agregó  mientras nos ubicábamos en el café La Pausa (que era su verdadero nombre)

Hay, en la mirada atenta, vital y amistosa de Antonio Pampilega, un trasfondo que inquieta, un ramalazo de dureza que no puedo descubrir si es valor, arrojo, conciencia del peligro o una angustia que se ha instalado allí después de haber visto tantas atrocidades y que él siente, no se irá nunca. Algo que aparece de tanto en tanto, inexpugnable, frío, atento como el ojo de un sniper  en su puesto de combate. Quizá, lo que le haga decir al protagonista de su novela “El dolor había convertido a muchos periodistas en seres atribulados y cínicos y yo me estaba empezando a parecer a ellos”

Conversábamos es el lugar más desangelado de Madrid (Antonio no piensa en el glamur cuando elige un bar para responder preguntas) Sentado en una silla de plástico, frente a mi, estaba un hombre que podría ser mi hijo. Por suerte no lo es, porque en 2015 pasó 299 días secuestrado por Al Qaeda en Siria.
Mientras hablamos aparecen mil preguntas. ¿Cuánto coraje hace falta para ir a cubrir un conflicto armado de semejantes proporciones?

¿Qué los impulsa? ¿Cómo se ve el mundo al volver? ¿Qué podrá motivarte de ahí en más?

El lugar tan feo donde estábamos era, curiosamente, uno de los mejores del mundo: había paz. La gente circulaba tranquila, había despedidas y recibimientos sin dramatismo. Nadie huía, nadie temía que puediera ser su última oportunidad de escapar a la guerra y a la muerte. Las vallas y los escombros desparramados por toda la estación, no eran obra de obuses o metralla, no habían causado víctimas, eran solo parte de unas obras de remodelación que, algún día, convertirán a Chamartín en una estación más moderna.

Tengo enfrente a Antonio Pampliega, a quien su trabajo le cambió la óptica de la realidad para siempre.
Por mucho que uno lea acerca de la guerra jamás podrá tener una idea cabal de ese infierno que se vive las 24 horas sin dar tregua y, mucho menos, digerirlo. Tampoco entiendo qué dispara esa curosidad en los fotógrafos y periodistas, ni esa adrenalina que los convierte en jonkies de la acción bélica, como reconoce Corso, el protagonista de la novela cuando dice
“Vivi en latinoamérica un tiempo pero regresé a la guerra en busca de mi dosis. Nuestra vida es ir de guerra en guerra hasta que nos maten o hasta que nos jubilemos, que para el caso, es lo mismo.”
Tomo mi segundo café asqueroso. ¡Qué importa! Café es café y punto. La mesa se tambalea y las palomas, que comen migas de un suelo por donde vuelan servilletas y vasos de papel, me rozan los pies con las alas. ¿Cuál puede ser la tragedia en eso? ¿No hay mejores cafeterías que La Pausa? Claro que sí ¿Y? Todo resulta tan poco importante…Nada se acerca siquera a esa inimaginable locura de perder amigos y familiares, comer, a veces, buscar agua desesperadamente y saberse aislado sin conectividad, sumado al miedo constante a morir, a cruzar la calle, a los francotiradores, a la desconfianza de quienes se dicen amigos, a que nos secuestren, nos torturen, nos maten.

¿Qué pasa con los recuerdos que se acumulan?

-Nunca llegamos a ser conscientes de cómo nos afecta tanto dolor sin digerir. El proceso posterior es largo y traumático, lleno de fantasmas. La vida cotidiana parece no tener ningún sentido.

Hablamos de un tema que él conoce mejor que nadie y sobre el que yo sólo he leído. Se que en ese puro presente de tensión y alerta corporal que se vive en una situación de violencia extrema como la guerra, la adrenalina de la supervivencia no permite deprimirse.
Es al volver a la vida cotidiana, cuando el entorno se vuelve seguro, sin privaciones ni amenazas, cuando afloran la culpa, los fantasmas de lo vivido, de lo que pudieron haber hecho o tuvieron que hacer, cuando aparecen la depresión y el insomnio, y la existencia se convierte en un devenir árido y desolador.
Dicen los expertos en el tema que lo traumático es una situación autoperpetrante que te saca del saberlo, del contactarlo, alejándote del conocimiento de la verdad. Tarda en aparecer en escena y, cuando llega, lo hace con violencia, por eso, contar las experiencias vividas ayuda a sacarlas del plano fatasmal y las aterriza como reales. Compartirlas con los demás alivia una carga casi imposible de sostener solos.

¿Cuándo dejaste las guerras?

En 2016, después de que me liberaron fui dos veces a Afganistán, a Venezuela, Congo, Sudán, México, Colombia y a USA a hacer un reportaje sobre el Ku Klux Klan. Dejé en 2021porque asesinaron a dos compañeros. A Roberto Fraile lo mataron en Burkina Faso, mientras hacía una investigación sobre tráfico de marfil. Dejó una viuda y dos niños pequeños. Yo ya tenía a Ariana de 6 meses y me di cuenta de que ningún reportaje de guerra vale tanto la pena. Mi hija se merecía un padre que estuviera con ella, la viera crecer y la acompañara. Fue entonces cuando dije “Hasta aquí”

Hoy, ademas de disfrutar de las ediciones de su último libro. Antonio, apasionado por el periodismo, trabaja más que nunca. Escribe y prepara la segunda temporada de Territorio Pampliega, su programa de televisón en el que aborda temas igualmente sensibles como narcotráfico, maras salvadoreñas, sicarios.

¿De dónde viene el título Cowboys en el infierno? ¿Del álbum del grupo Pantera?

-Coincide, claro, pero en el libro repetí el título de una nota que pubiqué en la revista Tiempo en 2011, contando una estadía en Afganistán donde conviví con una unidad estadounidense de Marines en la localidad de Musa Qa’lah. Allí, la supuesta misión de la OTAN era luchar contra el cultivo del opio, pero nada más lejos de la realidad. Esa unidad de Marines, esos cowboys, paseaban entre las plantaciones de opio como si estuvieran dando una vuelta por el campo. La lucha conta el opio fue una de las grandes mentiras de esa guerra y jamás una prioridad para la coalición internacional.

¿Hasta dónde se llega por una nota o una foto?

-Si crees que tu cámara es un parapeto o una especie de coraza, te equivocas. Empatizar con quienes te rodean es una condición humana que no te hace menos profesional, sino que te ayuda a vivir. Antes que periodista, uno es persona. A las víctimas se les debe respeto siempre, y no debería existir una foto que esté por encima de ellos. Y si hay que bajar la cámara y perderte la foto, lo haces. No estás en en una guerra para ganar premios ni tampoco eres un puto papparazzi- responde casi con las palabras de su alter ego en Cowboys.

¿Qué fue lo primero que hiciste al salir de tu cautiverio?

Llegué a Turquía y llamé a casa. Atendió mi madre y sólo podía decir, lo siento, lo siento, lo siento y llorar sin cosuelo. En Madrid, nuestra familia nos recibió y me fundí en abrazos interminables con mis padres y con mi hermana adorada, a quien le escribía, mentalmente, todas las noches en mi diario durante el secuestro, confesándole mi amor y mi miedo.Enseguida me ingresaron por tres días en el Hospital de la Princesa para curar y revisar los golpes y maltratos que había sufrido.

¿Después del recibimiento cómo te reincorporaste a la sociedad que habías dejado?

Yo volvía de una guerra, de un cautiverio de casi un año y estaba en todos los medios. Me despertaba y tenía cientos de mensajes de todo tipo en las redes. Mujeres que querían cuidarme, conocerme, follarme, de todo. Una situación extrañisima. Me sentía un objeto, y lo fui, porque así como se desató ese desborde de mensajes y necesidad de contactarme, al poco tiempo, todo desapareció.

¿Hay algo que hayas hecho que nunca hubieras pensado hacer?

He llegado a decirle “Mátame” a uno de mis secuestradores. Ya no aguantaba más. La situación de sobresalto constante cada vez que escuchas a los captores acercarse te va minando las fuerzas, te va convirtiendo en un despojo, que es lo que ellos quieren. Por eso un día le dije al que me abría la puera para ir al baño. “Ahora tu me matas y basta”

En uno de tus libros hablás del perdón hacia tus captores.¿Cómo es eso?

Tuve tiempo para reflexionar mucho acerca del odio y del perdón. El odio consume muchísima energía. Me di cuenta de que cuando saliera necesitaría seguir adelante, volver a entrar al mundo de la familia, los amigos y el trabajo. Si me detenía en perder las fuerzas odiando a mis captores me estancaría en un bucle difícil de sortear. Acababa de ver Invictus y tomé la actitud de Mandela como un ejemplo.
Yo no quiero reconciliarme con mis secuestradores que, seguro, estarán todos muertos, pero esa parte de mi vida está olvidada.

¿Para olvidar hay que perdonar?

Me parece que el perdonar no es una cosa ni de soledad, ni de tocar fondo, sino una herramienta para pasar página.Entender que la vida es mucho más que guardar rencores y odios. Mi vida tiene muchos motivos para continuar sin empañarse mirando hacia atrás ni deseando mal a nadie. Para eso debes cortar las amarras y las anclas que te aten a un pasado doloroso como es el secuestro y mirar para adelante.

 … Nos despedimos con un abrazo y una selfie pensando en reencontrarnos en Buenos Aires durante la Feria del Libro 2026, en la presentación de Cowboys en el Infierno.
El camino a casa era largo pero necesitaba caminar para procesar tanto y Madrid me ofrecía un atardecer manso y dorado, sin francotiradores en los techos ni minas enterradas en el suelo.