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Pack salvador: el botiquín espiritual

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Por Esteban De Gori

¡Mandame ese pack bebota!, escucho a una de mis sobrinas.

¿Qué es pack? pregunta la madre que tira veinticinco selfies por minuto.

En las redes sociales y en las apps de mensajería hay personas que ofrecen enviar packs de fotos y videos. De manera gratuita, colaborativa o paga. No importa. Se trata de mostrar y saciar. De saciarnos. Stickers de diablitos, berenjenas, duraznitos, fueguitos, etc. Un pack de deseo a ultra velocidad. El viejo y hermoso porno casero ahora volando en las redes para sostener el deseo, aplacarlo o potenciarlo. O simplemente, para recordarnos que existe, que no se ha retirado de la faz de la tierra.

 “Necesito mi pack salvador”, repetía como un mantra un amigo en esas semanas donde se hacía cuesta arriba lograr un encuentro. Pese a lo fugaz, una foto, un video o un sticker volador suponen un vínculo efímero, jocoso, veloz. Un destello electrónico y social. Un conocimiento de la piel del otro o de la otra bajo otras formas distintas a las tradicionales. No es abrir una revista o googlear un desnudo o un momento sexy. Es algo más. Una dosis de lo personal que se busca. Un feedback, al modo de una baliza. Una dosis “hasta ahí” de lo social, pero dosis al fin.

La @pastorasorayaof en Instagram tiene su propio pack discursivo. Ella “manda fuego” para que sus muchachos y muchachas se enderecen y salven. Para que se enteren cómo es la vida. Hay un intento, desde ese personaje religioso, de cruzar moral y picardía. Un delivery de posts para un consumo rector y salvador.

Existen otros packs, otros, también, salvadores. El pack power: el recorrido y búsqueda de  espacios de salvación por parte de las subjetividades. Personas que, movilizados por emociones e incertidumbres, arman sus packs. Lianas pasionales, micro salvatajes, salvavidas para las junglas pasionales, anclas esotéricas, energías volcánicas, psicoanálisis, mensajes encriptados en el zodíaco, en las cartas o en los registros. En la posmodernidad, aunque caído, el poder unipolar de las grandes narraciones religiosas y sus sentidos, la búsqueda de la salvación persiste. Ese impulso sacro se mantiene. No se ha retirado del mundo. Esta ahí. Latente. Nos llama. Me llama.

Armar nuestro pack es estar lanzado o lanzada al interior de nuestro mundo. Nos (auto)tiranizamos buscando transitar y entender nuestras subjetividad. Nos (auto)explotamos para conseguir respuestas internas. Estamos metidos en un tren bala, me indica una antropóloga. 

Nos obligamos a poner en búsqueda a nuestra subjetividad, para orientarnos, para coachearnos o tomar decisiones. Exprimir todos sus secretos y ligazones con lo trascendental, con los muertos, con los vivos, con el presente y el destino para encontrar respuestas o aliviar dolores. Oh my God! Cada vez más armamos un recorrido mucho más complejo para entender nuestra autopista emocional. Cada pack es un mundo y a veces no es tan fácil compartirlo ni explicarlo.

Además del mundo religioso que sigue ofreciendo algún imán para la salvación, hay otras figuras que pueden completarla, ayudarla. Como sabemos, la religión ya no lo puede todo. Brujos, brujas, tarotistas, coachs, canalizadores, canalizadoras, psicoanalistas, chamanes son las estaciones en las que hacemos viajar a nuestra subjetividad atosigada de preguntas, dudas, angustias e incertidumbres. No le damos respiro humano a nuestra angustia. El saber que todo se acaba nos aceleró en la búsqueda de respuesta. Vamos a la caza de la salvación. Aunque no sea, pero allí vamos. Aunque tal vez sea igual, allí vamos. Nadie soporta la velocidad del mundo actual sin recurrir a alguien que te tire el cuerito, que te cure el empacho, que te tire las cartas o que busque develar que deseos y represiones transitan por el inconsciente.

Habría que crear, me dice una amiga, el Club de la Salvación y así poder diseñar posibles GPS de la subjetividad actual. El Ministerio de la Salvación no se encuentra en el Estado (eso parece muy claro, jaja) sino en la sociedad. En cada individuo con su búsqueda secreta e íntima. Ante una subjetividad que nunca se apaga ni descansa ni logra comunicarse totalmente. Allí hay una mayoría silenciosa internamente movilizada con intentos de diseñar su salvación. Poco perceptible pero que la política debería escuchar. En estos tiempos, donde cada vez nos colman menos cosas, hemos abierto nuestro propio botiquín espiritual. Quiero mi pack salvador, me repito, acordándome de las sabias palabras de mi amigo.

Perseguir la salvación, al modo de un nomadismo emocional, es ir al encuentro de promesas, pequeñas certezas o escasas iluminaciones de futuro. Todo ese movimiento, casi en silencio, se despliega con cierta tenacidad en un mundo poco sostenible. Todos necesitamos una libra de salvación, un tiempo finito de promesas, o un sendero posible de certidumbres. Tener un pack salvador supone construir vínculos (brujas, brujos, psicoanalistas, coachs, etc). Otros vínculos. Para intentar obtener la password de mi vida y sus diversos usuarios imperceptibles.  ¿Nos salvaremos? Salvarnos, me dijo una escritora, es más importante que saber que pasará el momento después de morirnos. Salvarnos o su promesa, eso, hoy, es todo.