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Nómades, desobedientes: touch & go

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Por Esteban De Gori

obra de Jillian Denby @jilliandenby

En una crisis de magnitudes, como la actual, hombres y mujeres sueñan con correrse de la línea de fuego. Correr el cuerpo para que otros cuerpos no lo pongan en peligro. Ante eso y mientras la vacuna no se extienda, las zonas rurales y periféricas parecen ofrecer una sociabilidad (real e imaginaria) que las grandes ciudades no pueden contener.

La segunda ola está diseñando su propio pandemic book en el campo bonaerense. La primera tuvo el suyo. Recorrer la provincia de Buenos Aires fue hace un año como transitar un flipper (pinball). Rebotabas en los check points a la entrada de los municipios o te esperaba un montículo poco amigable de tierra. Un experto funcionariado tomaba la temperatura, controlaba los permisos otorgados por el gobierno local y podía ejercer alegremente su poder sanitario. Una pistola de temperatura lo era todo (un gran falo para una pandemia que provocaba declives). Una suerte de guardia sanitaria custodiando las fronteras internas y dispuesta a escuchar rumores de quienes entraban de manera ilegal.

En la actualidad la situación ha cambiado. Ya no hay retenes ni tiendas de temperatura. Los fortachones con cara de culo y las enfermeras corteses se han retirado de las entradas. El teatro de operaciones se encuentra en otro lugar. El conductor o conductora decide entrar o no en función de la situación del sistema sanitario local. De una ola a la otra pasamos del retén municipal a la decisión individual. Del Flipper a la elección “racional”. De la intervención estatal al individuo sin escalas.

Ahora el individuo lo es todo. No hay Estado (occidental) que soporte toda la individualidad y sus deseos. Traspasa todas las fisuras y puntos ciegos de la estatalidad. Lo pone en cuestión. Hombres y mujeres diseñan, entre otras cosas, el nuevo mapa de viajes y traslados. Hay algo de impulso amazon o mercado libre en nuestras propias subjetividades. Somos la mismísima logística de nuestros deseos y temores pandémicos.

El coronavirus va creando sus propios nómades. Nómades touch and go o coyunturalmente permanentes. La idea de la permanencia o continuidad, con esta pandemia, han sido puestas en duda. No solo la de permanecer vivo sino además en el mismo territorio que uno o una pisa.

El nomadismo touch and go con el campo no es un fenómeno nuevo. Hay uno que fue conceptualizado por una amiga antropóloga como “gaucho y chorizo”. Son parte de las imágenes costumbristas que mueven al dominguero o dominguera del área metropolitana a comer una suculenta parrillada en Uribelarrea, Keen, Cañuelas, Lobos, Roque Pérez, etc.  Su nomadismo es estomacal. Gástrico.  

Existe otro nomadismo, el coyuntural, que se encuentra vinculado a la “caída” de las ciudades. El vínculo entre la naturaleza y el individuo provisto por la cultura beat, la new age y el movimiento ambientalista ha modificado los imaginarios sobre el campo argentino. Las zonas rurales o periféricas se vieron sobreestimadas. Escapar de la ciudad se volvió parte del menú de lo saludable (como la granola o harina de almendras). Algunas personas se fueron las últimas décadas por la inseguridad y ahora por la pandemia. Aunque esto no es solo un fenómeno argentino. Las ciudades del mundo sufrieron modificaciones. El “centro” se volvió algo peligroso. Un espacio de interacciones cercanas y veloces. Exceso de cuerpo y saliva. Uno cerca del otro y la otra. Buses, metros, escuelas, mercados, shoppings, estadios, plazas, etc. El sudor del verano. Lo que parecía virtuoso tener un kiosko las 24 hs abierto para comprar una Coca Cola se volvió un escenario de preocupaciones. Los y las que pudieron se fueron o comenzaron a soñar con “colonizar” el cercano centro bonaerense. Una reedición cool y posmoderna de la Familia Ingalls (posiblemente ensamblada).

La pandemia impactó en las zonas agrícolas pero no como en las grandes urbes. Sus “centros” no cerraron como todo lo que rodea a la calle Florida y al microcentro porteño, ni sus hoteles sintieron la crueldad económica como en la Ciudad de Buenos Aires (el 80% de sus hoteles cerraron). Inclusive, en el municipio de Bolívar abrió un Shopping y en otros municipios se instalaron nuevos comercios. En ciertas jurisdicciones, como Daireaux, hay demandas por alquileres de casas.

La ventaja del mundo agroexportador es que nunca se detuvo. Ni en la primera ni en la segunda ola. Las cosechadoras juntaron dólares (como dicen los empresarios del agro). Con los altos precios internacionales todos esperan que sus bondades lleguen más rápido a las zonas rurales que a las ciudades.
Pese a todo hay frío social y malestar: incertidumbre, temor por los acotados sistemas sanitarios (en muchos municipios no hay terapias intensivas), madres y padres que protestan por el cierre de escuelas y clubes y comerciantes que se niegan a cumplir las restricciones. Nada es tan armonioso como parece.

Existen micro desobediencias en las zonas rurales. En la primera ola fue saltar el vallado de los check points y de los montículos de tierra. Salirse o entrar a como sea. Ahora es saltar las restricciones y ampliar los encuentros sociales. Son pequeños actos que provocan resonancias y que llevan consigo algo. Un plus de significación para el futuro inmediato. Pequeños e-mail sociales que deben tenerse en cuenta para pensar la política y la economía. Sobre todo en un país atravesado por polarizaciones y próximas elecciones.

Las zonas rurales no fueron arrasadas por la crisis económica que se observa en las ciudades, esto permite asumir otro lugar para los nuevos nomadismos pandémicos. Estos territorios sobrevalorados socialmente funcionan en el imaginario social como aquello donde podemos irnos, un lugar posible, de retiro. Un respiro ante el caos. De touch and go o de permanencia mientras dure. De esta manera, el campo obtiene legitimaciones que ya no son las económicas sino aquellas provenientes de integrar las coordenadas mentales de salidas reales o imaginarias. El campo obtiene variadas legitimaciones dejando de ser solo “un sujeto” de retenciones a las exportaciones.

Mientras tanto, la imaginación vuela, como la soja y como el tenor agudo de la crisis.