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María Sonia Cristoff: las formas son una de mis batallas

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Por Osvaldo Aguirre

Fotos: Gabriel Díaz

Divertirse en el sentido etimológico de la palabra, “como quien se va por lugares imprevistos, variados, como quien se extravía, como quien se tienta”. La propuesta de Vita a Lucrecia, las protagonistas de Derroche, podría describir el mismo carácter de la novela de María Sonia Cristoff: una ficción desplegada a través de distintas formas que cuestiona representaciones convencionales de los géneros y revaloriza desde una perspectiva hedonista y a la vez crítica textos olvidados de la tradición literaria. En el centro de la trama se configura una reflexión sobre el trabajo alienado, el deseo y la utopía de un orden liberado de la lógica utilitaria y la eficacia productivista.

Hija de militantes anarquistas radicados en la provincia de La Pampa, lo que habilita el rescate de la prensa y la literatura libertaria, Vita dejó al morir papeles, textos y una herencia para Lucrecia, su sobrina. A medida que avanza la búsqueda, surge el sentido del verdadero legado: la inspiración para rechazar las coerciones de la vida social, la invitación a reivindicar las ganas perdidas “en ese proceso de domesticación que llaman adultez”, el redescubrimiento del trabajo como creación de valor social y no como explotación.

Nacida en Trelew en 1965 y residente en la ciudad de Buenos Aires, Cristoff es autora de los libros de no ficción Falsa calma (2005), sobre pueblos fantasma de la Patagonia, Desubicados (2006) y de la novela Inclúyanme afuera (2014), entre otros títulos. Da clases en la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y en la Universidad Nacional de las Artes. “Lo crucial no son los temas sobre los que se escribe ni tampoco la supremacía técnica con la que se escriba, sino el lugar desde donde se escribe”, escribió en el prólogo a la reedición de Falsa calma. Un lugar móvil, cambiante, experimental, como lo pone a prueba en Derroche.

El trabajo es el tema de Derroche y también las ganas, aquello que el trabajo termina por adormecer o anular. ¿Cómo lo pensás en relación al trabajo literario?

-¡Qué curioso!. Hace semanas que estoy dándole vueltas a algo que me comprometí a escribir sobre el tema. El trabajo literario es complejo, está lleno de contradicciones. Voy a hablar de mi caso personal, para no pontificar. A mí me costó, me cuesta, asumir la escritura como trabajo y a la vez la escritura es lo que más ganas me genera como actividad vital, intelectual. En todo caso lo pienso como un oficio, un oficio mal pago, siempre y cuando haya escritura, porque paradójicamente hay artículos periodísticos donde hay literatura, y novelas que son pura redacción sin escritura. ¿Sabés dónde hice un click? Es curioso lo que me provocó la escritura de Derroche: es la primera vez en mi vida que puedo asumir la escritura sin culpa.

-¿Cómo fue ese proceso?

Siempre pensé que leer es escribir y que el mismo proceso no se puede despegar y decir “esta es la lectura” y “esta es la escritura”. A veces empiezo, después interrumpo la escritura y me paso meses leyendo y tomando notas. La escritura de tomar notas me parece un género en sí mismo que habría que cultivar más, y de hecho muchas veces tomo notas más que escribir. Estaba en eso, leyendo cosas sueltas, azarosas, caprichosas, como siempre, y en un momento di con David Graeber y su libro Trabajos de mierda. Como Graeber es un anarquista contemporáneo, alguien que tiene mucha lectura del anarquismo y hace de eso un modo de vivir e interpretar la realidad e incluso su trabajo de sociólogo y de profesor, hay algo de entender el trabajo como creación de valor social con un determinado tipo de actividades y oficios que van en esa dirección y claramente otros que hacen lo contrario. Esa fue una piedra de toque. No es que yo me piense como un alma buena, porque en realidad soy una burguesa que puede estar encerrada en su escritorio con aire calentito mientras literalmente en la vereda de enfrente hace tres meses que duerme una familia. Digo que es compleja la relación en el mundo real porque hay que lograr una retribución por el trabajo y a la vez la ideología de la utilidad y el progreso que nos viene desde el siglo XIX que hoy es atroz y genera culpa frente a cualquier cosa que no se considere útil. Y lo útil está definido por el enemigo.

-Además hay una serie de lugares comunes en relación al trabajo del escritor. Por ejemplo cuando en la prensa se le pregunta a un escritor por sus ritos, como si se tratara de un sacerdocio y no de un trabajo. A la vez, vos hablás de la literatura como un espacio de libertad. Y la libertad está reñida con el concepto del trabajo sujeto a reglas y horarios, ¿no?

En relación a lo primero, esa cosa de las bellas letras es una idea de la escritura que me provoca mucho rechazo. Evidentemente está lleno de figuras que se entronan en esos lugares. Una vez leí una entrevista acerca de qué toman las personas cuando escriben y me encantó la respuesta de Ricardo Piglia: “lo que yo sobre todo disfruto es tomar dos litros de agua cuando me levanto con resaca, porque me da sed”. Por supuesto que habito el mundo que habito, con sus reglas desastrosas, y entonces participo de prácticas que en otro tipo de estructuración del mundo preferiría que no existieran, pero existen. Tengo una relación vehemente y existencial con la escritura, entonces todos esos rituales me dan risa e incomodidad cuando me tocan de cerca.

-Recién hiciste una distinción entre los libros con escritura y los que son simplemente una redacción. ¿Cómo entendés la diferencia?

Lamentablemente… no, lamentablemente no: ahí me salió la escritora que da clases y a veces querría que eso fuera transmisible, pero no necesariamente porque lo tenga sino porque estás en un lugar donde es bueno poder dar. Creo que hay escritura cuando se produce algo que nadie maneja y no puede controlar, no puede planear. Por ende, las formas son una de mis batallas. Pero no porque piense que trabajar mucho las formas va a producir escritura y no redacción, para nada. Tiene que ver con que ocurra, por eso encuentro literatura en textos y épocas muy distintas e incluso en cosas “mal escritas”, entre comillas, en cuanto a ciertas reglas. Pero apostando o dando por sentado con muchas comillas que ese click ocurre, sí, insisto en las formas como quien insiste en que la literatura vaya ligada con cierta sensibilidad por la lengua, por cómo se dicen las cosas, para que no sea puramente contenidista. Si es puramente contenidista me dedicaría a escribir solamente proclamas, polémicas, que podría ser un género en sí mismo. Es una discusión histórica, pero últimamente hay un revival del contenido, la bajada de línea, lo que un libro debe decir o apoyar.

-En Derroche, entre los dardos que lanza Vita a Lucrecia algunos están referidos a su trabajo en la universidad. Vos trabajás también dando clases, ¿algo de eso se filtra en la historia?

El trabajo de Lucrecia en una universidad es un trabajo burocrático y ligado a la universidad como comercio, la educación como una mercancía más. Ahí sí tengo muchos dardos, muchísimos, y como el contenidismo, es una oleada que crece. Entonces hay una distinción entre lo que le pasa al personaje y lo que me pasa a mí como escritora. Nunca doy clase montándome como profesora, porque tengo un enorme respeto por los profesores y profesoras. Doy clases en la Untref hace diez años y en la UNA hace cinco y lo que hago es abrir el juego con hipótesis de lectura. Tengo una especie de pacto conmigo misma: eso es lo que yo puedo dar. El hecho de que la universidad pública nos dé la posibilidad de pensar y experimentar la escritura es un privilegio total. Me gusta ser parte de ese privilegio porque es bastante expansivo, acepta a mucha gente, se arman discusiones interesantes. También es compleja la relación con las instituciones, por momentos me desanima muchísimo pero no hace que me arrepienta. Sigo pensando que son espacios válidos, y no creo que tengan absolutamente nada que ver con que de ahí salgan buenos escritores y escritoras. Nada. Pienso que estar conversando sobre lecturas y modos de escribir arma una mejor forma de habitar este mundo, de eso estoy convencida. Si uno logra salir de ciertas lógicas, como la mercancía, la obediencia, la bajada de línea, que por supuesto también funcionan en la universidad pública, son ambientes donde vale la pena batallar. Creo en hablar de la práctica literaria, en hacer esa práctica en comunidad. A la vez me parece bien que sea una forma de trabajo, porque como decía al principio los escritores no tenemos casi cómo vivir.

-Hablando de hipótesis de lectura, en Derroche hay gran cantidad de referencias a otros textos y a la literatura anarquista. No se trata solo de citas sino de la reactivación de esos textos. Pienso en las canciones que escribiste, por ejemplo, que además dan una idea de mucho disfrute.

Sí, las canciones me alucinaron. Adoré escribir toda esta novela y lo de las canciones especialmente porque es un género que jamás había abordado. Tomé los himnos anarquistas, viste que tienen una estructura muy básica, hablando de formas, me puse a leer ensayos y a partir de esas lecturas escribí las canciones. Las formas eran fáciles de continuar, y fue muy tentador.

-Otro rasgo singular fue elegir a un jabalí como uno de los narradores. Una decisión arriesgada, ¿o no?

Es arriesgado en esa parte de la novela, la final. La literatura está llena de animales que hablan, ¿no? Lo que fue un riesgo, asumido desde un primer momento, fue cambiar en ese punto, la tercera parte, el verosímil realista con que viene la novela. Derroche empieza con la historia de Vita, una señora para mi gusto bastante extraña o estrambótica en un pueblo de provincia y sigue con Lucrecia, una chica súper adaptada a los modos más esnobs de la contemporaneidad y la cultura. Todo eso se lee en una determinada línea y de pronto aparece la voz de un jabalí y cambian las reglas del juego. Sé perfectamente la importancia del verosímil, pero me interesa ese plan, de Macedonio Fernández en adelante, de romper la ensoñación narrativa y decir “esto es un artefacto”. Me seduce pensar la forma mientras escribo. Alguien me decía que Derroche tiene bastante de ensayo, y puede ser porque tengo tanta curiosidad por pensar como por contar.

-Hay muchas formas de narrar en tu novela.

Me di gustos. Pero el hecho de que haya tantas formas es una manera de pensar las narraciones. Debe haber diez formatos en funcionamiento, entre las cartas, la autobiografía, las canciones, los mails, las crónicas de viaje, el relato etnográfico… El click tiene que ver con lo que a uno le gusta. Pero a la vez no lo hago por el puro gusto y por las cuestiones clásicas de la narración, como el avance de la intriga, sino que es una forma de poner a pensar a quien lee y a mí misma cómo se puede narrar. Un pensamiento sobre las formas de narrar.

-Hablabas de la culpa que provoca la ideología de la utilidad. “Derroche” es justamente una palabra que tiene connotación negativa porque refiere al gasto innecesario, a la dilapidación. Pero la novela la afirma en sentido positivo.

Tomé precisamente la noción del gasto de Georges Bataille, o de Bataille leído por Silvio Mattoni. El gasto que se contrapone a lo útil, lo medible. En la novela esa especie de potlatch está muy sintetizado en el espíritu del jabalí; esta otra forma de habitar el mundo sin las especulaciones y las pequeñas mezquindades a las que estamos muy acostumbrados quizá tenga que venir de otra especie. Hay una cosa amorosa en ese personaje y a la vez desencantada de lo que los seres humanos podemos aportar al estado del mundo. Sabía perfectamente que no es la acepción más popular, pero me pareció una palabra sonoramente muy hermosa. Como si la palabra en sí misma tuviera esa apertura, ese entregarse a las ganas, esa oposición a la lógica productivista con la c, la h y la doble r: Derroche (pronuncia la palabra haciendo resonar la rr y la ch). Qué bueno pensar en una palabra que cause tirria, porque en gran parte estamos mal por el derroche. Bueno, el derroche entendido negativamente en ese caso. Después está el derroche de amor, como dice la canción de Ana Belén. Me gustó jugar con ese significante tan vivido, tan movedizo, no tan fácil de clasificar como bueno o malo y todas estas obligaciones de me gusta, no me gusta, pulgar arriba, pulgar abajo: tener una palabra en la que convivan sentidos antitéticos de una manera subrayada.

-También revalorás la palabra “indeseable”, una especie de arcaísmo, dicho muy negativamente de los anarquistas en otras épocas.

Esas son cosas que saqué de un libro de Mariana Di Stefano (Anarquismo de la Argentina: una comunidad discursiva). No sé nada de anarquismo, o sé lo suficiente para escribir esta novela, pero no tengo una biblioteca fuerte. Para armar la prosa de Vita, que tiene una relación contradictoria con el anarquismo porque ha sido criada por padres anarquistas y se ha querido despegar con sorna de ese legado, yo quería crear un personaje que a pesar de sus convicciones vive contradiciéndose porque finalmente muchas cuestiones del anarquismo le hicieron mella. Ese personaje que tiene una voz tan contundente, parece llevarse el mundo por delante y está tan segura de todo, a la vez se contradice. Leí bastante sobre lo que pasaba alrededor de la revista Pampa libre, en General Pico, porque quería, sin decirlo explícitamente, que sus padres hubieran sido parte de esa revista y de esa época del anarquismo, tan vital y tan relacionada con Rosario, con Bahía Blanca, con La Plata, una cosa no tan porteña céntrica que está siempre en mis novelas. Entonces tengo muchísima lectura de diarios y revistas y de autobiografías. De pronto di con este libro de Mariana di Stefano (El lector libertario), un hallazgo, porque trabaja con la frase a nivel lexical y de las construcciones. En la narrativa y en el teatro la veo pesadísima, pero la urgencia que tiene esa voz en las revistas es extraordinaria.

-En varios ensayos hiciste un análisis sobre la no ficción y los recorridos del género desde los años 90 hasta ahora, y marcaste que en un momento se consolidó un relato mainstream. ¿Cómo ves ese desarrollo en la ficción, también hay un relato mainstream en ese plano?

Uno puede hablar de su pequeña aldea. Soy alguien que lee a contemporáneos, y hay cierta forma de trabajo con lo real y el documento con la que me siento muy próxima. En la maestría doy un seminario de no ficción, voy cambiando los programas y he dado autoficción, autobiografía, el trabajo con la experiencia propia y la construcción de una primera persona textual. Es muy interesante el género, casi como si te dijera “tirá los leones a la escritura”. La forma tiene que ser consistente porque el texto se puede ir a confesión. Hay gente que redacta lo que le podría decir al analista y gente que escribe una novela “pura y dura”, entre comillas. No tengo ningún problema con ningún género en particular; solo algunos me eyectan porque me aburren, como la ciencia ficción. Está la cuestión de los tópicos, hay mucha literatura ligada a los sucesos de la Argentina reciente… No sé, depende de cómo se escriba. Lo que sí noto, últimamente, en nuestra pequeña aldea, es un rebrote de géneros: el terror, el fantasy, la distopía. La cuarentena desató una cosa por ese lado. No trabajo esos géneros, no los leo, pero a veces leo entrevistas a gente que sí los trabaja y algunos referentes también están planteando que los géneros están hechos para ser subvertidos, ya no para seguir determinadas reglas. (Suspira) No sé por dónde iría hoy lo mainstream, por suerte. Por lo general leo cosas que me interesan y también armo los programas con lo que me interesa. Lo mainstream es una mala interpretación de la novela decimonónica, son los trastos que quedaron: la tercera persona, una anécdota que va y viene. Pero no soy enemiga per se de determinadas formas; puede haber un exceso de la literatura del yo, por ejemplo, pero también cosas interesantes en esa línea, más que nada cuando el uso de la primera persona entra en la hibridez.

-¿Cómo es tu relación actual con la Patagonia en términos del trabajo literario?

No puedo dejar de sentir una franja de Alsina cultural. Ocurren cosas en la Patagonia, el problema es cuánto se conectan con lo que ocurre en esta cabeza de Goliat. Y la verdad que muy poco, básicamente nada. Está lo que publica Cristian Aliaga en Espacio Hudson, hay algunos autores en Buenos Aires. en el último viaje me enteré de una editorial muy interesante que está en Trelew, Remitente Patagonia. Cuesta mucha conectar con el resto del país. Y Buenos Aires se devora a sí misma, ingresan cosas de Rosario, de Córdoba, pero no mucho más.


 

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