Uno puede hablar de su pequeña aldea. Soy alguien que lee a contemporáneos, y hay cierta forma de trabajo con lo real y el documento con la que me siento muy próxima. En la maestría doy un seminario de no ficción, voy cambiando los programas y he dado autoficción, autobiografía, el trabajo con la experiencia propia y la construcción de una primera persona textual. Es muy interesante el género, casi como si te dijera “tirá los leones a la escritura”. La forma tiene que ser consistente porque el texto se puede ir a confesión. Hay gente que redacta lo que le podría decir al analista y gente que escribe una novela “pura y dura”, entre comillas. No tengo ningún problema con ningún género en particular; solo algunos me eyectan porque me aburren, como la ciencia ficción. Está la cuestión de los tópicos, hay mucha literatura ligada a los sucesos de la Argentina reciente… No sé, depende de cómo se escriba. Lo que sí noto, últimamente, en nuestra pequeña aldea, es un rebrote de géneros: el terror, el fantasy, la distopía. La cuarentena desató una cosa por ese lado. No trabajo esos géneros, no los leo, pero a veces leo entrevistas a gente que sí los trabaja y algunos referentes también están planteando que los géneros están hechos para ser subvertidos, ya no para seguir determinadas reglas. (Suspira) No sé por dónde iría hoy lo mainstream, por suerte. Por lo general leo cosas que me interesan y también armo los programas con lo que me interesa. Lo mainstream es una mala interpretación de la novela decimonónica, son los trastos que quedaron: la tercera persona, una anécdota que va y viene. Pero no soy enemiga per se de determinadas formas; puede haber un exceso de la literatura del yo, por ejemplo, pero también cosas interesantes en esa línea, más que nada cuando el uso de la primera persona entra en la hibridez.