Unos treinta años después, en 1967, la escritora norteamericana Sue Kaufman publica una novela (una podría sospechar que tiene tintes autobiográficos, pero no hay ningún indicio concreto que nos permita afirmarlo) titulada Diario de un ama de casa desquiciada. Traducida por Milena Busquets y publicada en 2010 por Libros del Asteroide, la obra de esta egresada del Vassar College empieza así: “Viernes, 22 de septiembre. Son las nueve y cuarto de esta calurosa mañana de septiembre, más calurosa que cualquiera de los días de verano que hemos tenido. Todas las ventanas están abiertas y el hollín flota en el aire y se deposita por todas partes, como si fuese lluvia radioactiva. Más allá de la puerta de este dormitorio, que acabo de cerrar con llave, el apartamento está vacío y desagradablemente vacío. Las niñas han vuelto al colegio hoy (…) Compré la libreta ayer, en la tienda de todo a cinco centavos. (…) supe que era una buena idea, sensata, porque mientras estaba allí de pie, mirando las libretas, el tic del ojo se detuvo de repente y el nudo de la garganta desapareció. Una señal. Así pues, cogí cuatro libretas y me las puse debajo del brazo”. Lo que sigue es una especie de diario íntimo tragicómico donde la narradora (una ama de casa desquiciada, valga la obvia aclaración) describe su desborde. Para esa época, un libro así era algo bastante novedoso y, sobre todo, audaz. Si lo vemos con ojos de nuestro tiempo, ya el título nos resultará descalificante: una palabra como “desquiciada” (que inevitablemente linkeamos con “histérica”: no hace falta recordar de dónde viene el concepto y toda la carga simbólica que arrastra) asociado al femenino y el término “ama de casa” como tarea descalificada. Sin embargo, el libro de Sue Kaufman es un grito desesperado, una denuncia, un intento por expresar un hastío íntimo pero también social. Ser madre es mucho más que aquello que enumeran los manuales. Dar lugar a las mujeres para que puedan contar qué de todo ese “mucho” les afecta ya es un gran paso.